La convicción general de que este es un Gobierno débil es la mayor fortaleza del PSOE. Es la perfecta excusa que le permite gobernar sin asumir la responsabilidad que le corresponde y mantener viva la esperanza de que cualquier alternativa sería peor. Para sus socios, que nada temen más que las futuras e inevitables elecciones. Y para el conjunto de la España centrada, que a nada teme más que a Vox.
Esto es algo que se ve especialmente bien ahora que el PSOE ha empezado una (pre)campaña contra Irene Montero y ha dado permiso a sus plumillas para criticar la hasta la fecha quizás imperfecta, como todos, pero "muy necesaria" ley del 'sí es sí'.
Con esta campaña de condescendiente distanciamiento hacia Irene Montero y los suyos, el PSOE demuestra que no sólo necesita a Podemos para gobernar, sino para legitimarse como partido de ordem e progresso.
Porque si algo nos han enseñado estos años de discurso desde y sobre el populismo es que ya no hay poder ni sistema que pueda legitimarse sin integrar a sus "deplorables". Es algo que sabe bien el PSOE y que tendrá que aprender, más pronto que tarde, con sarna o con gusto, el PP de Feijóo.
Con esta campaña, el PSOE pretende aprovechar el dogmatismo ideológico y adolescente de Podemos, y particularmente de Irene Montero, para exculparse de cualquier responsabilidad sobre una de las mayores y más peligrosas chapuzas que nos haya ofrendado la democracia española. Pero aunque ella sea quien con mayor desfachatez la siga defendiendo, esta ley no es obra exclusiva ni principal de Irene Montero.
Esta es una ley del Gobierno de España. Es decir, de la coalición en su conjunto y de todos y cada uno de sus miembros.
Y todavía diría más. Esta ley es una ley española. Y aprobada, por tanto, en el Congreso. Y responsabilidad, por tanto, de todos aquellos que votaron a su favor o se abstuvieron (como la CUP).
Y el intento del PSOE de presentarse ahora como el corrector de este desaguisado, como el adulto en la habitación, es de un sonrojante cinismo. Porque no oculta, sino que evidencia, la gravísima responsabilidad que tiene como partido y como Gobierno, por haber aprobado y defendido esta ley en el Consejo de Ministros, en el Parlamento y en el debate público.
Todas y cada una de esas revisiones de condena, y todas y cada una de las posibles reincidencias que se den gracias a esta ley, son también, y principalmente, responsabilidad suya.
Culpa suya, por no haber actuado entonces, cuando tocaba, con la sensatez de la que presumen ahora, cuando les conviene.
Era entonces cuando ellos podrían haber escuchado a los expertos y a los intelectuales, al menos a los afines. E incluso pensar por sí mismos y prever, que no adivinar, los terribles efectos negativos que tendría la reforma.
Que pretendan hacer creer ahora, como llevan haciendo toda la legislatura, que estas leyes, estos errores, se explican por la debilidad del Gobierno pone sobre la mesa otro hecho quizás más cínico. Y seguro que mucho más grave.
Y es que el PSOE necesita que Podemos se equivoque para presentarse como el contrarreformismo sensato que España necesita.
[Pódcast: La ley de sólo 'sí es sí'. Historia de un fracaso]
Y que se plantee ahora la contrarreforma (y que haya conseguido que Podemos la haya aceptado siempre que no se toque el consentimiento) es un gran logro de la propaganda.
El consentimiento siempre estará allí porque siempre estuvo. Porque lo estaba antes de la reforma y porque el 'sí es sí' no era más que un lema de campaña.
Por eso el PSOE puede hacer con esta contrarreforma lo mismo que hizo con la del mercado laboral. Puede hacer ver que todo cambia para dejarlo todo igual. O, mejor dicho, sólo un poquito peor que antes.
Y por eso Podemos tendrá que tragar. Y limitarse a insistir en que no puede tocarse lo que no podría tocarse para no tener que aparecer antes de tiempo ante su menguante masa popular como una pandilla de niñatos soberbios indiferentes a la suerte de las mujeres.
Lo que evidencia esta campaña contrarreformista es que el PSOE ha estado calculando con las agresiones sexuales, como con las mascarillas en el transporte público, el cuándo y el cómo convenía más a sus intereses electorales salir en defensa de la cordura.
Y ahora pretende vender como logro y solución de problemas ajenos lo que es únicamente cálculo cínico y partidista para sacar rédito de sus propias y gravísimas responsabilidades.
Es bonito ver cómo políticos y opinólogos se suman ahora a la crítica a esta vergonzosa ley. Pero no deberíamos olvidar nunca que nadie está más equivocado que quien sólo tiene razón cuando toca.