Resulta que un policía se ha infiltrado en los grupos independentistas catalanes y se ha puesto a tejer “relaciones sexoafectivas” con las chavalas de allá, que digo yo que eso significa echarse unos pitis, unas cañas, unas risas y follar de vez en cuando, hablando de esto y de lo otro. Dicen los puritanos que esto es agresión sexual y de ahí han nacido unas demandillas, porque el consentimiento de las mujeres “estaba viciado” al no disponer de toda la información sobre este sujeto, a quien el machismo español ha convertido esta semana prácticamente en Bardem en Huevos de oro. El último semental patriota. Un delirio de grandeza al estilo misógino, al estilo facha.
Parece que la virilidad del tal Daniel y su maestría erótica en el ejercicio del falo han quedado ampliamente acreditadas sólo por el dato de que se haya acostado con ocho chicas en tres años, porque así funciona el imaginario popular cañí, con su motorcito de caspa: no tenemos ni idea del recuento de orgasmos femeninos -o fingidos- que el tipo provocó, no sabemos cuántas veces agachó la cabeza el soldadito que le late entre las piernas, no nos consta que fuese realmente un gran amante o sólo un tío simpático pero no muy ducho en la intimidad con el que te acuestas por cariño o porque la noche no se te ha dado como planeabas.
Daniel, por pelotas ibéricas, ya es nuestro Madelman lúbrico. Yo digo que si nos ponemos escrupulosos puede que sea sólo pesca de arrastre o polvo de consolación.
Decía Alvite que existen muchos hombres cuyo rasgo de carácter más sólido es la erección. Yo digo que ni eso.
También hay algo muy machista en dar por supuesto que estas mujeres -o cualquier mujer- sólo se acuesta con un hombre porque está enamorada o va a estarlo. Sorpresa, chicos, lanzo la última hora: a las mujeres nos gusta el sexo. Sé que no os cabe en la cabeza. Las razones para tenerlo son de todo tipo y no deberían pasar por victimizarnos automáticamente, porque eso significaría que nuestra genitalidad aún es el lugar sagrado y cosido a candados que procuró la Iglesia, abierto sólo un cuarto de hora para procrear con el hombre de nuestra vida o con nadie.
Si fuese una mujer la espía infiltrada, diríamos que ha estado prostituida. Como es un varón el topo, nos parece un maquinón, un fiera que se ha puesto las botas con unas incautas temerosas de entregar su flor. Porque entendemos arcaicamente que el placer sigue siendo patrimonio macho. Y no.
Ahora bien: si este consentimiento está viciado, abrimos la puerta a que todos lo estén. A este lado no nos hemos caído de un guindo. Todos -y todas- poseemos sólo información parcial sobre la persona a la que estamos conociendo o con la que estamos empezando a mantener relaciones sexuales. De hecho, esta primera imagen acostumbra a ser falsa: por protección o por deseo de gustar al otro -¡qué estupendos nos ponemos, qué encantadores somos en las primeras citas, cómo escondemos la patita de nuestros defectos, traumas y taras! La seducción tiene mucho de manipulación, y esto lo sabe todo el mundo menos los incels, los niños-rata que no practican. Pobres.
Claro que ocultamos datos, claro que disimulamos partes incómodas de nosotros mismos, claro que nos dosificamos y nos montamos peliculones para resultar más atractivos. El sexo es como una partida de cartas: cuando están todas bocarriba, se acaba el juego. El cortejo está infectado de misterios, y menos mal, sino maldita la gracia. La literalidad no cabe en el deseo. Nunca. Nunca. Todo está lleno de símbolos, de abstracciones, de sugerencias. El amor es una ficción. A quien no le guste, que lea ensayo y se acueste a las once.
Voy más lejos: si alguien con quien nos acostamos tiene pareja y no nos lo cuenta, ¿el consentimiento está viciado? Si alguien aún está enamorado de su ex y no nos lo cuenta, ¿el consentimiento está viciado? Si alguien fue infiel repetidas veces a su último romance y no nos lo cuenta, ¿el consentimiento está viciado?
Las relaciones humanas son complejas y opacas. Creo que ser adulto es responsabilizarse de ellas, asumir sus riesgos y lidiarlas por la vía del cara a cara, no yendo siempre a llorar a hombros del Gobierno. Se nos están olvidando las revanchas poéticas. La legalidad es pereza intelectual.
Se habla, jocosa y repugnantemente, de lo bien que se lo debieron pasar las chavalas independentistas con el tiarrón, pero no se plantea que el tal Daniel, el fiera éste que entra partiendo la pana, invitando a la peña e invitando a cañas, se haya dejado obnubilar por el hedonismo, la algarabía y el encanto en las distancias cortas de los integrantes de estos movimientos sociales. El trato cercano con el diferente crea corrientes de confusión, y eso es bello y expectorante y nos sacude dogmas y el atrincheramiento en grupúsculos sectarios donde no entra el aire.
Yo creo que Daniel disfrutó de conocerles y por eso alargó tan sospechosamente el tiempo habitual para este tipo de infiltraciones -seis meses que se convirtieron en tres años-. Igual hasta se arrancó algún prejuicio o alguna pretensión de crueldad. Igual sintió cositas hermosas. No todo va a ser currar.
Tampoco hacía falta meterse en la cama de las activistas para rascarles algún secretillo del club. Tampoco.
Mi recomendación última, por lo que pueda pasar, es que nos enredemos con quien nos apetezca siempre que al otro también le apetezca. Esto es sexo, no cátedra. No tiene nada que ver con el purismo y, menos, con el puritanismo. Estoy convencida de que muchas de esas chicas también se hubiesen acostado con el espía aún sabiendo que era poli. Porque esto es erotismo y no tiene que ver con nada más. El mundo es ancho y divertido. Por lo demás: tírate al agente que quieras, no le cuentes tus secretos.