Es imperativo recuperar el optimismo tecnológico. Aunque sólo sea para protegernos de esos presuntos reformistas que usan la más mínima excusa, la más mínima novedad tecnológica, para tirar el niño de la educación con el agua del "viejo modelo educativo".
Para prevenirnos, además, contra esos gurús de la educación que aseguran que un mes de ChatGPT ha acabado con el sistema educativo de los últimos 200 años. Cuando la verdad es que el modelo educativo de los últimos 200 años no tiene más que dos o tres reformas educativas. Y cuando es por lo tanto muy probable que lo que quede tras esta nueva revolución educativa sea algo muy parecido a lo que se hacía antes y que, en realidad, se sigue haciendo todavía en las aulas.
No es sorprendente, pero sí digna de estudio, la prisa de tantos expertos por hacer borrón y cuenta nueva con los fundamentos de nuestra civilización. La inteligencia artificial, o mejor dicho, el jueguecito del ChatGPT, no ha hecho por la educación mucho más de lo que ya hicieron en su época la enciclopedia Encarta, Google o Wikipedia.
Microsoft quiere destronar a Google con su nuevo buscador vitaminado con ChatGPT https://t.co/tHCtcPsBEH
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) February 8, 2023
Simplemente, ha facilitado y democratizado enormemente el procedimiento de copypaste en el que se basan muchísimas de las tareas educativas y, especialmente, evaluativas.
Creer que esto supone el fin de un modelo educativo es no entender ni el sistema educativo, ni el sentido de la copia.
Así que no deberían excederse en su optimismo nuestros reformistas. Hace muchos años que los profesores saben que los alumnos copian y no por eso han dejado de encargar supuestas investigaciones como deberes. Lo habrán hecho, imagino, con la voluntad de que aprendan a copiar, de que aprendan a buscar, de que aprendan a encontrar las fuentes más adecuadas a las distintas tareas.
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Y con la esperanza, imagino, de que algo quede tras la copia. Alguna competencia, como las llaman ahora, y algo con lo que trabajar. Que aprendan a copiar más y mejor, incluso. Es decir, a copiar menos y a pensar más.
En todo este proceso, el ChatGPT, la Inteligencia Artificial, no es mucho más que una nueva fuente de vieja información.
Si el gran cambio revolucionario en la evaluación y en la educación supone la vuelta de los exámenes presenciales y las preguntas de razonamiento, lo único que podemos decir es que esta es sólo la enésima decepción revolucionaria. Y que lo que tiene de bueno, a diferencia de tantas otras, es que esta es al menos una decepción fértil, que posibilita e incluso incentiva la vuelta a una educación en un sentido más pleno.
Quizá sirva el miedo a esta nueva tecnología, por ejemplo, para empezar a revertir el entusiasmo con el que se han llenado nuestras clases de ordenadores y tablets y adolescentes que dedican sus horas lectivas a jugar al parchís online, como si fuesen jubilados en alguna distopía venidera. Inspirada, seguramente, en el curiosísimo caso de Benjamin Button.
Todo el discurso y la discusión sobre la nueva educación podría servir, por ejemplo, para recuperar el valor de la atención, y no sólo para menospreciar el conocimiento. Porque en competencia laboral e intelectual con las IA, parece claro que lo que tocaría es reforzar todo aquello que nos diferencia de las máquinas, y no lo que nos condena a ser sustituidos por ellas.
Por eso, y en contra de lo que parecen pretender tan a menudo los gurús de la nueva educación por proyectos y competencias, ahora no puede tratarse todo de hacer menos de lo que hacen las máquinas, sino de hacer más.
Todo trabajo, toda tarea, tiene que empezar ahora más allá de la IA. Cada vez tendrá menos mérito ser capaz de encontrar la información y ordenarla y hacerla presentable, y cada vez tendrá más el ser capaz de saber qué hacer con ella. Todo ejercicio empezará donde muchos acaban ahora y se centrará en la comprensión de la información disponible y en la reflexión propia.
En ser capaces de saber lo que saben las IA y de pensar lo que sólo puede pensar cada uno por sí mismo.