"Me voy por sentido del deber". Qué raro suena escrito en español, ¿verdad? Como si fuese una frase en klingon o en sánscrito védico. "Me voy". "Sentido del deber".

La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, en la conferencia nacional de su partido (SNP).

La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, en la conferencia nacional de su partido (SNP). Reuters

Inaudito.

La ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, ha dejado voluntariamente su cargo. Hay quien dice que lo hace porque el independentismo ha perdido fuerza en Escocia, pero nadie se va por un porcentaje en las encuestas, y menos cuando hablamos de una política que disparó su popularidad por su gestión durante la pandemia (nada que ver con Boris Johnson). Sturgeon había conseguido que su gobierno fuese un remanso de paz en comparación con el vodevil de Westminster.

La realidad de su marcha tiene nombre de ley trans. Y la causa más próxima son algunas de las consecuencias más que previsibles (e indeseadas) de esa ley.

Las mismas que Irene Montero y Podemos niegan, y que el PSOE, tanto si se las cree como si no, acaba de dar por buenas con su voto a favor de la Ley. 

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El 22 de diciembre de 2022 se aprobó la ley trans en el parlamento escocés. Su tramitación no estuvo exenta de polémica. La más sonada, la lapidación (primero) y la cancelación (después) de la famosa escritora J.K. Rowling, autora de Harry Potter.

Hasta tal punto llegó ese borrado que en el documental que emitió HBO conmemorando el 20º aniversario de la primera de las películas basadas en su popular saga, Rowling no fue invitada a participar. Como si no existiese. Como si el mundo de Hogwarts y del joven mago hubiese aparecido de la nada.

¿Su pecado? Poner en duda alguna de las verdades incontestables del beligerante universo woke en general y del lobby trans en particular.

Por ejemplo, reírse de sus inventos semánticos.

"¿Personas que menstrúan? [dijo en un tuit] Estoy segura de que solía haber una palabra para esas personas. Alguien que me ayude ¿Wumben? ¿Wimpund? ¿Woomud?"

Se refería, por supuesto, a la palabra women ("mujeres"). Su broma no hizo ninguna gracia al "colectivo".

Sólo un mes después de haberse aprobado en Escocia una ley como la española, estalló el escándalo. El preso trans Isla Bryson, encarcelado en una prisión de mujeres, fue declarado culpable de una doble violación cometida cuando se llamaba Adam Graham.

El violador convicto había aprovechado la enorme oportunidad que le brindaba la ley escocesa. Como ocurrirá con la ley española, bastó su declaración (y algún requisito que, por cierto, en nuestra norma no existe) para acabar en una cárcel de mujeres.

El lobo entre corderas.

Posteriormente se corrigió la situación y hoy Bryson está en una cárcel de hombres de Edimburgo. 

Días después se conoció el caso de otro preso trans, Tiffany Scott, antes conocido como Andrew Burns, acusado de acosar sexualmente a una niña de trece años.

Tras la polémica de Isla Bryson, se paralizó el traslado de Scott a la cárcel de mujeres. Ahora mismo hay tres casos más pendientes de resolución. Y sumando. Exactamente como el goteo incesante de agresores sexuales beneficiados por la ley del 'sí es sí'.

Hay que decir en favor de la ley escocesa que prevé sanciones ante los fraudes en el cambio de sexo registral (dos años de cárcel y una multa). La ley española, ni eso.

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Así que cuando en España ocurra exactamente lo mismo que en Escocia no será algo extraordinario. Porque nuestra ley lo permite y porque no hay motivo para que algunos presos, particularmente los agresores sexuales, dejen pasar la oportunidad de ir a una cárcel de mujeres.

Cuando eso pase, digo, espero que quede claro quiénes son los responsables (de Irene Montero a Pedro Sánchez). También espero que, llegado ese momento, como Nicola Sturgeon, alguien dimita.

Aunque, si les soy sincera, pierdan toda esperanza.