No es lo mismo un diputero que un corrupto. De hecho, y sin encuesta que tercie, seguro que son más los diputeros incorruptos que los diputeros corruptos. Del mismo modo, no todo el que se corrompe va de vez en cuando al puticlub. Este trabalenguas, que parece obvio, se ha diluido en la psicosis que atenaza al PSOE.
En cuanto empezaron a conocerse las fotos de Tito Berni, la verdadera corrupción –la estipulada desde el punto de vista penal– quedó sepultada por una avalancha de cocaína y gayumbos. No sé quién tiene la culpa. Quizá nosotros, los periodistas. Puede que el PSOE, creyendo que el daño moral será mucho más perjudicial en las elecciones que el daño penal.
A lo largo de estos días, Ferraz se ha encargado de llamar a muchos periodistas informándoles de que cualquier diputado que aparezca junto a una prostituta berniniana será cesado. El problema estriba en que no se distingue por qué se le cesaría: ¿por acostarse a cambio de dinero o por ser conocedor de la trama empresarial?
Anda Sánchez obsesionado con parecer "rápido" y "contundente" a la hora de cortar cabezas. Y eso está bien. Sin embargo, esa velocidad de crucero en fumigar, lejos de paliar la psicosis entre los suyos, la seguirá acrecentando.
¿Qué pasará después? ¿La dirección del PSOE continuará a la caza de diputeros en su grupo parlamentario? Sería, desde luego, un ejercicio de coherencia política. Parece normal que un partido a favor de abolir la prostitución no quiera contar con puteros en sus filas. Pero, entonces, convendría especificarlo en los estatutos de manera general: "Los cargos del PSOE no podrán irse de putas". Si no, ¿sólo será objeto de dimisión el acostarse con una prostituta pagada por el Tito Berni o sus adláteres?
Suele esgrimirse que la España cañí tiene mucho que ver con estas historias de prostitutas, cocaína y hombres gordos alrededor. Me vienen a la cabeza las imágenes de Luis Roldán. Política en calzoncillos, lo llama Raúl del Pozo.
Cada vez somos más quienes pensamos que convendría erradicar esta conducta de la actividad pública. Pero el PSOE debería pensarse bien hasta dónde quiere llegar. Hasta dónde un partido debe juzgar, como si de la Iglesia se tratase, la conducta moral de sus dirigentes. La cuesta abajo sería la siguiente: si un putero no puede ser diputado del PSOE, tampoco podría serlo un cocainómano –el partido defiende su ilegalidad– o una pareja que decida tener hijos por gestación subrogada.
También se saltaron, parece, los toques de queda Berni y sus secuaces. Una vez más en contra de lo opinado por su partido. La presidenta de Baleares hizo lo propio, estirando una fiesta hasta las tantas de la madrugada. Pero Ferraz no le rompió el carné.
En la última novela de González Pons, que está escrita con verdades, se ponen de manifiesto las dobles vidas de los diputados. La distancia que separa a Madrid de sus respectivas provincias dibuja ese clima para el transformismo moral. Un transformismo que cualquiera que haya pisado el Congreso sabe que es horizontal, extensible a todas las organizaciones. Es más: la doble moral es consustancial a cualquiera de nosotros.
Lo que pasa es que la prostitución –a mí el primero– nos genera más repulsa que el resto de conductas que podrían entrar en conflicto con los programas electorales: el aborto, el cannabis, la gestación subrogada, la eutanasia…
Aceptemos el envite del PSOE, pero doblemos la apuesta: instauremos el test de la pureza en todos los partidos con representación en el Congreso: ¿cuántos escaños se quedarían vacíos?