El pasado 25 de febrero se conmemoraron los cuarenta años de autonomía de Extremadura, y a nosotros nos cogió hablando de los cuarenta y tres de Andalucía, que, como saben, festejamos el día 28.
Justo un mes después, el 28 de marzo, se emitirán un millón y medio de monedas de dos euros con la imagen de la bellísima Plaza Mayor de Cáceres. Una por cada habitante extremeño y 500.000 a repartir entre los que emigraron a Madrid y Barcelona.
Emigrantes con nombre y apellido como Javier Cercas o Luis Landero, que tocaron la gloria literaria lejos de su tierra natal. Tierra de la que sus padres tuvieron que partir huyendo de la miseria ancestral que el sistema autonómico no sólo no solucionó, sino que acentuó, dilatando la brecha entre las regiones de alta velocidad y las del tren de la bruja.
El propio Luis Landero, hijo de Alburquerque (Badajoz), pronunció un memorable discurso en el Teatro Romano de Mérida el pasado Día de Extremadura, en el que entre otras valientes verdades dijo ante la plana mayor de la política regional:
"Queridos políticos: iréis de cabeza al infierno. Pero no por haber sido perezosos, bebedores o puteros, o codiciosos, o serviles, o cobardes, o descreídos. No, eso Dios lo perdona. Iréis al infierno por no haber traído a Extremadura el tren que Extremadura se merece".
Un AVE que, desde Sevilla (¡desde hace treinta y un años!), nos traslada en apenas dos horas y media a Madrid, pero que no pasa ni por Badajoz ni por Cáceres. La única manera de ir en transporte público desde la ciudad hispalense hasta la vecina pacense es en un autobús, que por su ruta de apeaderos de pueblo tarda casi cuatro horas hasta Badajoz. A Cáceres y Plasencia ni les cuento.
[Opinión: Otra burla más con el tren de Extremadura]
Así que, con dicho panorama, lo mejor es visitar nuestra comunidad hermana en coche particular, tal y como hice el pasado fin de semana. Al menos la autovía de la Vía de La Plata está a la altura de su gente, gracias a que es el tobogán por el que los madrileños bajan hasta las playas de Cádiz y Huelva.
En esta ruta que hice por Badajoz, Mérida, Cáceres y Trujillo no me llevé ninguna sorpresa porque conocía ya las bondades (gastronómicas, paisajísticas, monumentales, culturales y, sobre todo, del paisanaje) de esta tierra en la que cualquier andaluz se siente como en casa.
Afortunadamente, parece que los prejuicios de la mal llamada "tierra de la incultura" están más que superados. Extremadura ya no es esa "Andalucía con luto" (en clara alusión a su bandera) de la que habla Nieto Jurado, ni la de la brutalidad de Las Hurdes que filmó tramposamente Buñuel.
Tampoco es la Extrema y dura de la canción de Extremoduro ("cagó Dios en Cáceres y Badajoz"), ni la tremendista y negra de La familia de Pascual Duarte de Cela, ni la del "socialismo de Puerto Hurraco", como con mala leche se llamó desde la derecha a las prácticas políticas de 'el bellotari' Rodríguez Ibarra, que ya no sigue enseñoreándose a caballo por los latifundios de encinares.
Guillermo Fernández-Vara certificó la muerte de ese terrible crimen de los Izquierdo y la sociedad extremeña supo pasar página. Un presidente de la Junta de Extremadura que, aunque haya puesto su crítica al sanchismo en sordina por miedo a represalias, no parece un canalla, como dijo Landero a sus "queridos políticos, en confianza".
Escribió mi paisano Muñoz-Seca, con su ingenio habitual, que "los extremeños se tocan", y en sus palabras, Landero vino a hacer un alegato de que sus paisanos no se tocan: "Ni una bromita más con los extremeños, aunque sea por higiene mental".
En este punto, como andaluz, envidio a nuestros vecinos, que no cargan con el sambenito de ser graciosos. Y gracias a ese pesado alivio tienen el don de la gracia y la simpatía natural sin tener que ejercer de chistosos por mandato del tópico. Ejercer de andaluz profesional como Joaquín el del Betis, Los Morancos o Paz Padilla, además de ridículo tiene que ser cansadísimo.
Tampoco tienden los hijos de Extremadura al victimismo, al llanto y al nacionalismo. Algo que en mi Andalucía, por desgracia, también se ha profesionalizado. Si la ministra Marisú Montero, que por cierto estuvo el domingo en Mérida con Vara, habla fatal, se reconoce y ya está. No hay que poner el grito en el cielo cada vez que un castellano diga "Andalusía": ¡que parecemos catalanes, hostia!
Y siendo la extremeña probablemente la comunidad española con más derecho al pataleo, mantienen la dignidad del campesino silente y estajanovista. Para mí, esto les da una dignidad y un empaque dignos de admiración. Quizá sea que el que no llora no mama, y por eso Extremadura sigue en el vagón de cola del autonomismo.
Unas exclusivas monedas, ya digo, con la efigie cacereña, con los que el Estado tapará los ojos de los extremeños para que se embarquen por el Guadiana o el Tajo hasta Portugal, donde seguro se les brindaría mejor trato que en este país donde los gobernantes se lo gastan en putas, coca, coñac y juego.
Un país que hace llegar antes la Alta Velocidad a La Meca que a Extremadura. Pero, como concluye en su discurso el autor de Juegos de la edad tardía: "Mientras llega y no llega el tren, rindamos tributo a nuestros antepasados, ¡y que viva Extremadura, coño!".