"Encaramada a mi columna como Simeón el Estilita, mi última Fe de errores en lo que espero sean cuatro años. No cultivo la esquizofrenia política ni me tengo por Jano bifronte, así que ahora me toca exponerme a la crítica y dejar de ejercerla con el paraguas que me da este periódico. Podría argumentar que no sólo el poder merece censura y que la oposición puede dar mil motivos para afilar la pluma, pero entre la ética y la estética, me quedo con las dos, pulso el botón de pause y desaparezco".
Ya ven. No es la primera vez que lo hago. Hubo otro momento, hace ya casi doce años, en que me bajé de mi columna semanal (no, no era en este medio, aunque su director era el mismo) y bajé a la arena dispuesta a recibir más de lo que había dado. En arrobas de crítica, me refiero. Me presenté a unas elecciones y salí elegida. Había que hacer las maletas
Cuatro años después juré no volver a entrar en un mundo (la política) en el que lo peor no está afuera, sino dentro. Y todo a pesar de que no podía renegar de ninguno de los pasos dados y que, si mi conciencia me apartó de la carrera, eso ha sido a la postre mi patrimonio más valioso.
De vuelta al mundo exterior, con las mismas convicciones y similares preocupaciones, creí durante años que para cumplir con mi deber como ciudadana bastaba con la denuncia en los medios y desde la sociedad civil. ¿Mejor eso que la queja estéril? Sí ¿Suficiente? No.
En octubre de 2018 aterricé en EL ESPAÑOL. Era un año después del golpe de Estado en Cataluña y cuando habían transcurrido cuatro meses de la moción de censura a Mariano Rajoy y la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.
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Barcelona en llamas, el juicio a los implicados en el golpe, el chiste de la cárcel de Lledoners (lugar de romería), el indulto, la "pacificación" del lodazal catalán, la falsa normalidad. "Nos habéis dejado solos". La soledad de los que cumplen la ley.
El acoso a la monarquía, el asalto al Poder Judicial, la descomposición de las instituciones, la imposición (una tras otra) de leyes ideológicas, el cesarismo, el cambio de paradigma con difícil vuelta atrás. "España en deconstrucción".
Y la pandemia. Y con ella las lecciones de un estado de excepción travestido de estado de alarma con el que se puso a prueba hasta dónde el miedo de los ciudadanos permitía tensar la cuerda. Hasta qué punto éramos dóciles y bien mandados.
Se comprobó que era mucho. Que la verdad y la libertad nos importaban lo justo y que éramos capaces de tragarnos cualquier cosa siempre que nos la vendiesen con la dosis justa de temor. Y lo que entonces se sembró, ahí se quedó.
Ha tenido que ser algo tan prosaico como la cesta de la compra (por resumir) lo que nos despertase. Y es que hay realidades que son imposibles de maquillar porque las llevas arrugadas en el monedero, en la fruta comprada no en kilos, sino en unidades, o en esa cuenta corriente que dice ¡basta! sin llegar a la quincena.
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En cuanto a mí, tantos artículos y tertulias denunciando esto o aquello, honestamente preocupada por cada una de las cuestiones de las que hablaba, si se me daba la oportunidad, ¿iba a seguir en la comodidad de mi atalaya o debía volver a lanzarme al barro?
He optado por lo segundo, porque a pesar de que los años de experiencia me invitan al escepticismo, el cinismo aún no ha hecho mella en mí y sigo creyendo que existe algo llamado sentido del deber y que hay que practicarlo con el ejemplo.
Me despido de un medio en el que, por si hay alguna duda, y a pesar de desviarme a veces muchas millas de la línea editorial, siempre me he sentido libre (gracias Vicente, gracias Cristian, gracias director). Espero, de verdad, que sea un hasta luego.
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Y por si acaso, dado que es en la política municipal donde caigo, y que (aunque como independiente) lo hago de la mano de Vox, termino esta columna con un párrafo de otra que escribí en este medio hace ya unos años.
"Habéis venido a provocar. Qué harta estoy de eso. No lleves esa bandera, no te manifiestes, no denuncies, no opines, no te signifiques. No si estás en el lado incorrecto, que suele ser el legal y generalmente el justo. Aburrida de superioridades morales basadas en no sé qué lectura de la Historia. Hastiada del matonismo blanqueado por quién sabe qué razón suprema. Sí, muy, muy harta de los enfermos de odio que te agreden y aún esperan que no pierdas las virtudes seráficas de la paciencia y el perdón. Y que no se te ocurra defenderte porque el derecho a la violencia sólo discurre en una dirección… y no es la tuya".
Hasta luego y gracias.
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