Cada vez más gente confiesa sufrir ansiedad por el cambio climático. Vemos nubes rojas venir del oeste y amenazas de olas de calor con máximas de 40 grados antes de mayo. Las aves ya no descansan en Doñana y los embalses están muy por debajo de su capacidad. Estamos preocupados.
Ayer entró en mi autobús una señora que parecía muy enfadada. Mantenía una acalorada conversación. Acabó sentándose a mi lado y escuché cómo gritaba a su interlocutor que había unos tipos espantando nubes, que era un inconsciente por no darle importancia y que ya le daría la razón cuando le vaciasen la cuenta del banco.
Colgó de forma abrupta y se puso a leer. Yo hice lo mismo. Abrí mis redes sociales y me apareció el video de un tipo que se ha presentado ante la Guardia Civil para poner una denuncia porque unos aviones han fumigado con yoduro de plata para controlar el clima.
Después abrí el periódico y leí que unos activistas del grupo Futuro Vegetal habían atacado las sedes del PP y del PSOE. Levanté la mirada y, a través de la ventana, vi los campos amarillear y la sierra madrileña adquirir tonos ocres prematuros. Las espigas de los cereales ya se han formado y el tallo no ha levantado un palmo del suelo. Muchas cosechas serán malas y otras se echarán a perder.
La sequía puede provocar ansiedad.
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Y como siempre que algo huele mal, surgen nubes de moscas dispuestas a poner sus huevos. De la ecoansiedad al ecoterrorismo hay sólo un paso, porque sólo un paso separa la patología de la violencia. Es la psicología de las masas. Es muy fácil sacar rendimiento político de los trastornos colectivos.
Algunos seguirán negando el cambio climático, dirán que la gente bien de toda la vida conoce mejor el campo que estos ecologistas de salón y añadirán que el cambio climático y la agenda 2030 son una excusa para manipularnos. Otros, en gretismo militante, se pegarán con pegamento a los cuadros de los museos y atacarán las sedes de los partidos políticos. En las sociedades democráticas siempre habrá unos pocos dispuestos a pegarse contra algo.
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Pero el hecho de que los ecoterroristas metan en el mismo saco a PP y PSOE sin distinciones es interesante. Los radicales no entienden de matices ideológicos. Y la ecología no entiende de colores.
Tenemos una responsabilidad con el medioambiente que no puede ser utilizada como arma electoral. El campo es de todos, las aves de Doñana no van a votar en mayo y el agua nos preocupa a todos en igual medida. Se puede responder a los ecoterroristas de dos maneras. Una, haciéndoles frente de manera conjunta. Y la otra, colaborando con ese ecologismo que no es patológico. Ambas pueden ir de la mano.
La responsabilidad política es doble. Hay que dar una respuesta contundente a la instrumentalización de la ecoansiedad, pero también hay que tomarse en serio el cambio climático. Ante la nueva disyuntiva que se presenta, la cordura vuelve a estar en el término medio. Ni ecoansiosos, ni ecoanalfabetos.