Un ejército silencioso de casi un millón de personas, de esos que emocionan a los políticos en sus discursos lacrimógenos ("la verdadera política la hace la gente en las calles", dicen), ha rechazado recibir propaganda electoral en sus buzones. Se ve que "los máquinas" están agotados del marketing político.
En concreto, son 895.257 ciudadanos los que han pedido al Instituto Nacional de Estadística que sus datos no figuren en la lista de domicilios que reciben las papeletas de voto de los partidos. Una cifra diez veces mayor que la de las elecciones de 2019.
Para que luego digan que una legislatura no cambia las cosas. En la última han logrado tener hasta el moño al 2,5% de la población. Y con el resto, el otro 97,5%, quizá lo que ocurra sea que no sabe que es posible darse de baja de la propaganda electoral.
La gestión para darse de baja no es como resolver trigonometría de alto nivel, pero tampoco te lo ponen fácil. Todo lo que implique usar la clave pin y rellenar formularios en internet convierte esto en un auténtico proceso de apostasía electoral.
"El protagonista eres tú", dicen, arrobados y con sonrisilla, los políticos. "Que no me comas la oreja", ha contestado casi un millón de personas. "Por lo menos, no en mi buzón", que es una forma más civilizada de ser antisistema que ocupar la Puerta del Sol para protestar. Y de evitar golpes de calor, también.
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Un pequeño click para el hombre, un gran paso para la desafección. Y es que hay quien defiende a capa y espada que la transformación se consigue cada día en las pequeñas cosas: eligiendo taxi en vez de Uber, pidiendo que no te pongan pajita en el mojito, eliminando Glovo del móvil, yendo al supermercado con bolsa de lino, no comprando en Inditex, sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix en Instagram. Incluso ir a misa los domingos puede ser un acto de reivindicación política.
Pero, por ejemplo, gestionar los Presupuestos Generales del Estado, no. Eso es secundario, claro. Lo verdaderamente relevante es que el ciudadano esté obsesivamente politizado y gire eternamente en una rueda de hámster. ¿Quién quiere vivir su vida a secas cuando puede, a la vez, dar la batalla cultural?
Pues resulta que mucha gente lo quiere. Y eso que ahora vivimos una permanente llamada a la movilización de los ciudadanos. Y siempre, además, apelando a su responsabilidad.
Se presentan mociones de censura que buscan, como los carteles de las sitcoms que indican a la audiencia cuándo tiene que aplaudir, que la ciudadanía reaccione, aunque no se sepa bien a qué ni para qué. Los vídeos de campaña señalan que el verdadero político es el parado activista en Twitter. Incluso los niños tienen su Consejo Estatal de Participación de la Infancia y de la Adolescencia. Qué título tan grande para unas criaturas tan pequeñas. No vaya a ser que entre el colegio, las clases de inglés, el baloncesto y el piano, a los niños se les ocurra, no sé, jugar.
¿Querían ciudadanos movilizados? Pues se han movilizado, pero a la contra. "Señora, suélteme el brazo", es lo que han venido a decir.
Y, ahora, intenten ustedes descubrir en los últimos años un movimiento civil tan significativo. Sólo los números más optimistas del 8M que revolucionó el tablero político en 2018 compiten en esta liga.
Algo tendrá que ver que se prometan viviendas y ayudas a la emancipación con la misma facilidad con la que se lanzan caramelos desde una cabalgata de Reyes.
Quizá algún showrunner, lo que son ahora los jefes de gabinete desde que la política es relato, recoja este hartazgo y monte la próxima campaña electoral con el lema minimalista "vótenos y le dejaremos en paz cuatro años".
¡Venga, que llegan a tiempo para las generales!