El PNV, el PDeCat y Junts han votado en contra de la Ley de Vivienda argumentando que invade competencias autonómicas. No es una simple excusa, es una señal.
Defender las competencias autonómicas, cuando no ampliarlas, es la primera obligación de un partido nacionalista. Y la sorpresa, de haberla, sería ver a Esquerra y Bildu recentralizando en nombre de la izquierda y del pueblo español.
Pero si el respeto a las competencias autonómicas suena a excusa es porque sólo la izquierda se encuentra cómoda en la discusión ideológica. Y esta ley es sólo la última muestra de ello, y una de las mejores.
Porque esta es una ley que debería suscitar el desprecio de cualquier diputado, como suscitaría el desprecio de cualquier estudiante de primero de economía. La intervención de los precios de alquiler es una mala política con efectos contrarios a los deseados. Y la inseguridad jurídica que genera la protección de los okupas, jetas o necesitados no va a animar a muchos propietarios a poner su casa en alquiler.
Son cosas que sabe todo el mundo. Y que deben de saber incluso el Gobierno y sus afines cuando por toda defensa se limitan a insistir en que esta ley no es tan mala como parece, que es algo que sirve para todo, desde Hitler para abajo.
Es una mala ley, que tendrá efectos a nivel nacional parecidos a los que ha tenido a nivel catalán, y que son simplemente desastrosos. Y parece mentira, pero no lo es, que con evidencias como estas el argumento principal sea, incluso en el PP, el de las competencias autonómicas. Es un buen ejemplo de lo que significa que no haya batalla ideológica ni ganas de ella.
Sánchez puede, por falta de vergüenza, sí, pero también un poco por falta de oposición, prometer cada día unos miles de viviendas más, hasta que a estas alturas de la campaña yo no debe quedar en España suficiente okupa para tanto pisazo vacío.
Es decir, puede al mismo tiempo pronunciar un discurso delirante sobre el mercado inmobiliario, el neoliberalismo hipotecario y la especulación de los fondos buitre, un discurso salido de los apuntes más confusos de los ideólogos de Podemos, mientras propone soluciones que por refritas, y por exageradas e imposibles de cumplir que sean, dejan bien a las claras que en el fondo él también sabe, como todo buen liberal, que el problema de la vivienda en España es un problema de oferta. Y poco más.
Por eso, aunque el PP pueda votar en contra de la Ley de Vivienda, lo hará en más de un sentido al lado de Junts, que la encuentra "poco ambiciosa". Porque cualquier alternativa pasará por otro discurso pero por el mismo camino: prometiendo más vivienda y más facilidades para acceder a ella. Extendiendo así la sensación, que tanto favorece siempre a quien gobierna, de qué la única diferencia real que hay entre los 20.000 € que quiere regalar Yolanda a los jóvenes y el 15% que les quiere avalar Feijóo son unos pocos miles de euros de déficit público.
Lo que no parece acabar de entender la derecha expectante es que Sánchez y su ejecutivo han basado su existencia y funcionamiento en la contradicción constante entre discurso y obra. Y que eso deja sin mucho espacio ni mucha alternativa (tranquila y centrada) a la oposición.
También en esta ley, como en todas, el Gobierno es oposición, y es radical y moderado. Así, no es sorprendente que los excesos de la izquierda se encuentren tan bien con los defectos de la derecha. Ya hasta parece una campaña coordinada. Una pinza electoral incluso. Que un día salga la izquierda prometiendo una playa (vaya, vaya) en cada barrio de Madrid y a la mañana siguiente se presente Vox con un programa para proteger las playas madrileñas.
[¿Cuántas viviendas ha prometido ya Pedro Sánchez?]
Es la condena de la derechita cobarde, el apuntarse siempre dos minutos tarde a la fiesta de la izquierda.
Feijóo y los suyos esperan muy tranquilos a que la gente vea y se canse de la radicalidad y la incompetencia de este gobierno. Pero esta ley vuelve a demostrar que el Gobierno no es, sólo, tan radical como creen. Si lo fuese, lo estaría disimulando. Y no lo está. Porque sabe, mejor que la oposición, que esta ley, como tantas otras, no es una ley catastrófica, sino simplemente una ley decadente.
Esta es sólo es otra mala ley que en lugar de ir mejorando las cosas las va empeorando. Y en este nuestro primer mundo siempre queda margen para seguir empeorando las cosas si se hace con serenidad y buenas intenciones.
España lleva muchos años sin crecimiento real. Y eso quiere decir que los españoles llevan muchos años empobreciéndose, poco a poco y con mucha tranquilidad. Y pueden, como las ranas del caldero, estar mucho rato, muchos años, perdiendo un poco de oportunidades, viviendo un poco a la expectativa, perdiendo un poco de poder adquisitivo cada año antes de verse obligados a cambiar.
Es lo que decía Don Draper sobre el divorcio: nadie se da cuenta de cómo de mal tiene que ir para llegar a dar el paso. Y nuestra izquierda sabe muy bien lo que hace cuando se hace fotos con dirigentes argentinos. No sé si lo sabe nuestra oposición. Porque se les puede hacer muy largo si se limitan a esperar a que la gente se vaya dando cuenta de los errores socialistas.