Resulta que Harry Belafonte seguía vivo. El periodismo actual no para de emplear adjetivos como "sorprendente" o "inesperado" como si no fueran inherentes al hecho noticioso. La muerte del cantante y actor, conocido por su lucha tanto a favor de los derechos civiles como contra la sobriedad en las camisas, sí nos ha pillado con el pie cambiado. Creíamos que se había producido hace años.
El repaso a los hitos de su carrera artística se ha detenido en su papel como impulsor de We are the world, la canción hiperglucémica con la que buena parte de las voces del pop de 1985 se unieron a coro para recaudar fondos contra el hambre en África. (En un momento dado de la extenuante grabación, improvisaron un homenaje a Belafonte interpretando variaciones jocosas de Day-O (Banana Boat Song). La fuente que me pone sobre esta pista añade: "En el vídeo queda demostrado que Bob Dylan es un seta").
El tema no figura entre las mejores composiciones de Michael Jackson y Lionel Richie. Tampoco entre las producciones más notables de Quincy Jones. Sigue en las listas de reproducción de alguna que otra radiofórmula nostálgica en España. Reconozco que no cambio el dial cada vez que sale a mi encuentro. El juego de ir reconociendo las voces me entretiene. "Ah, Paul Simon". "Mira, Cyndi Lauper". "¿Quién será este? En cuanto llegue a casa busco el vídeo en YouTube y resuelvo la duda". (Este último propósito nunca se cumple).
La música, la letra y el espíritu resultan en último término simpáticos. Desprenden ese aire de buenismo que, de puro ingenuo, ni siquiera merece la pena combatir por más que esté lejos de compartirse.
We are the world se reproduce en nuestro subconsciente cuando vemos a Luiz Inácio Lula da Silva pasearse por Europa. Dice que tiene un plan para Ucrania.
La lectura de los argumentos que esgrime el presidente brasileño produce un cóctel extraño de incredulidad y bochorno. Los malabares entre el "la Guerra está mal" de cualquier alumno de Primaria concienciado y el "cómo vamos a dejar a Moscú fuera de la ecuación", con el que se acaban descubriendo aquellos que quieren beneficiar a Putin bajo el envoltorio de la neutralidad. El tirón de orejas no sólo se reparte equitativamente entre invasor e invadido. También se extiende a aquellos que ayudan al segundo a defenderse.
Habla de "construir una narrativa" para "convencer de que la guerra no es la mejor forma de resolver los problemas". Una "intervención de países amigos que pueda sentar a los participantes a dialogar y que paren de atacar". Por eso, Brasil no querría "alinearse con la guerra" sino con un "grupo" de naciones "que trabajan para construir la paz". "Un G-20 de la paz".
Les falta reunirlos para grabar una cover de We are the world. El surcoreano ya ha demostrado tener dotes. Es dudoso que Lula pueda competir en voz con Billy Joel o Bruce Springsteen. Pero su vista sí parece homologable a la de Ray Charles y Stevie Wonder.
Es de agradecer que Pedro Sánchez haya hecho como que no ha oído nada. Como decía la otra mañana Carlos Alsina, debe ser el único tema en el que se ha mantenido más de un año sin cambiar de opinión.
Nos echamos a temblar cuando uno de sus antecesores en Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, nos dijo "escuchemos a Lula" desde una tribuna de opinión en la prensa. El intento de tesis construido desde ese texto debería abochornar al mismo dirigente que hizo de la denuncia de la invasión ilegal de Irak su principal activo político hace dos décadas.
Con tanto llamamiento hueco a "la paz mundial", y más con países del antiguo bloque soviético en liza, es difícil no acordarse de los concursos de "misses". Quizá Lula da Silva encuentre ahí un mejor cauce para sus propósitos de no alineación. Recuperando el papel de Anson. Con camisa a lo Harry Belafonte.