Abrazando lo inédito, el asombro recorrió la espina dorsal del palacio madridista con una nueva réplica de la quintaesencia del club. La de ayer miércoles 10 de mayo de 2023 es una victoria que entreteje la tradición del club con lo insólito de remontar un 0-2 en las eliminatorias de la Euroliga. El milagro de la remontada dentro de la remontada: superar 18 puntos de desventaja en el tercer cuarto. Un resurgir en el momento más inesperado por parte de un equipo que se desangra en cada batalla.

Walter Tavares celebra el pase Del Real Madrid a la Final Four de la Euroliga.

Walter Tavares celebra el pase Del Real Madrid a la Final Four de la Euroliga. EFE

 

Sin Yabusele, Deck ni Poirier, con Tavares entre algodones y cargado tempranamente de faltas, la vieja guardia no sólo resistió, sino que contragolpeó con la contundencia de la juventud de ese corazón que siempre permanece.

Plenos de autoridad tras años en la vanguardia, con la lucidez que otorga la experiencia, Sergio Rodríguez, Sergio Llull y Rudy Fernández, tanto monta, dictaron una lección magistral de resolución y de ese anhelo ferviente que se incrustó en las raíces madridistas desde que Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano la sembraron hace 70 años. El mismo del que los yeyé fueron replicantes, al tiempo que surgía la dinastía del baloncesto con Emiliano, Clifford Luyk y Wayne Brabender al frente. De forma prodigiosa, la concatenación de voluntades continúa vigente con un vigor inapelable que lubrica la querencia de un club con arraigo universal. 

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Estos años serán recordados por las hazañas continuas, por la cantidad de ocasiones en las que el Real Madrid insiste sin desmayo en sus cimientos. Da igual ya lo que ocurra en la Final Four. También Aníbal perdió su última batalla y el general cartaginés sigue presente en los libros de historia.

La frecuencia de lo imprevisto en los últimos años, junto al comportamiento heroico de este Madrid herido, establecen la medida del apogeo de un club y la estabilidad de una dimensión que ningún otro alcanza. Cada vez que eso acontece, los principios arraigan entre los socios, entre quienes se asoman al fenómeno madridista, entre los niños que asisten por primera vez a victorias que parecen extraídas de relatos fantásticos.

Mientras, los que ya vamos peinando canas asistimos a la enésima ceremonia iniciática con la íntima satisfacción de que perdura y de que reafirma nuestras historias contadas. Esto ya lo había visto antes muchas veces, jóvenes de poca fe. Como si lo ocurrido respondiera a un guion establecido en el que sólo permuta el elenco, protagonistas sin arrugas que rememoran por este o aquel viso y de manera insoslayable a sus predecesores. 

Este humilde cronista no puede dejar de percibir la quintaesencia del juego canario que floreció en manos de Carmelo Cabrera y brotó exultante, colorida, en el genio de Sergio Rodríguez. Anoche estrecharon la mano de la historia. Tantas veces lo hizo el mago de Las Palmas, incluso en un par de finales de la Copa de Europa, tantas le ha replicado el talento tinerfeño, el jugador más imaginativo de este siglo.

Su exhibición fue también prodigiosa. Una mezcla de talento, determinación e interpretación de los momentos del partido. Sublime, a su lado estuvieron los inagotables Sergio Llull y Rudy Fernández. El primero, agotó al francotirador del Partizán, Punter, con un marcaje decisivo para terminar salpicando su actuación con el aroma de sus mandarinas. El segundo, con esa capacidad singular de rescatar balones donde nadie llega y de defender a varios atacantes en una sola jugada. 

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No estuvieron solos, ni mucho menos. A su lado, un ejército que presentó a un crío, Ndiaye, que sorprendió a Europa. A Tavares, que cargado tempranamente de personales, exhibió paciencia para terminar el encuentro en la pista. La consistencia de Hezonja, al que sólo le queda templar el ánimo para convertirse en un bastión madridista, y el virtuoso Musa, autor de 20 puntos, cada día más resuelto en su papel.

Y, cómo no, es justo reconocer el mérito de Chus Mateo al aguantar el pulso con Obradovic. Sus alternancias defensivas terminaron colapsando la ofensiva del Partizán, en especial a Punter, que falló en las jugadas concluyentes.

El Real Madrid brindó a sus fieles una ceremonia mágica que incluyó un nuevo milagro. La enésima resurrección de un equipo de un club que mantiene viva su piedra angular, el alma que lo hizo grande. Y tanto más sorprendente se vuelve el rito cuanto mayores son las dificultades.

Como ayer, cuando un equipo sufriente, cogido físicamente con alfileres, se revuelve para seguir compitiendo entre los cuatro mejores de Europa. Un ejercicio conmovedor que llevó al éxtasis a su afición. El éxtasis de un equipo maltrecho.