En los tebeos de Supermán se representa la kriptonita, la sustancia capaz de aniquilar los superpoderes del protagonista, con un llamativo color verde. No soy un experto en superhéroes en general ni en Supermán en particular, por lo que desconozco, si existe, la razón por la que el dibujante escogió que fuera el verde, proverbialmente asociado a la esperanza, el que proyecta sobre el poderoso personaje la sombra de la peor adversidad.
Tampoco he ahondado sobre los motivos que empujaron al diseñador del logo de EH Bildu a poner en verde las letras que componen el nombre de la formación aberzale. Cabe suponer que algo tendrá que ver el hecho de que sea uno de los colores de la ikurriña, la bandera ingeniada en su día por Luis y Sabino Arana para representar a Vizcaya y que sirve hoy de estandarte a la patria vasca de la que ambos oficiaron como fundadores.
Finalmente (y la coincidencia cromática suscita no poca extrañeza, habida cuenta de lo antitético de sus ideas), se me escapa también por qué Vox recurrió a un verde de tonalidad muy cercana a la del verde Bildu para sus rótulos y cartelería. Quizá por cómo combina con los colores de la bandera nacional, o quizá porque en el inconsciente remite al de los uniformes de esos cuerpos militares al servicio de todos los españoles que a sus líderes tanto les place mentar como si sólo fueran suyos.
[Díaz Ayuso insiste con ETA: "Me afilié al Partido Popular por esto. No es venganza, es justicia"]
Viene esta reflexión colorista, que de entrada podría parecer peregrina, a cuento de lo que en esta campaña se apunta acerca del efecto que unos y otros ejercen o podrían acabar ejerciendo sobre otras fuerzas políticas; en particular, aquellas que se han apoyado o podrían apoyarse en sus votos y sus escaños para conquistar o mantener posiciones de gobierno. Todo acuerdo implica un coste, pero a veces cabe dudar si no es excesivo.
Kriptonita ha sido para los socialistas su entendimiento con EH Bildu. Ya cabía sospechar que los distintos pactos que han alcanzado a lo largo de esta legislatura, cada uno con su peaje correspondiente, erosionaban sin remedio las expectativas del PSOE en circunscripciones no muy proclives a simpatizar con las metas y las maneras de la izquierda aberzale. Pero el alarde de aupar asesinos a puestos de salida de varias listas electorales ha desencadenado tal tsunami de indignación que la propia EH Bildu ha tenido que retractarse, por boca de los interesados.
Cierto es que se han retractado ma non troppo (pasando como siempre la factura a esa España reaccionaria que según su retórica impostada reprimió como etarras a ciudadanos que se limitaban a hacer política de manera imaginativa), pero tras la rectificación cabe adivinar algunas llamadas telefónicas en las que alguien le ha pedido a alguien que no se pasara cargando de rescoldos del hacha y la serpiente las alforjas compartidas.
Las tentaciones que puedan tener los populares de celebrar el contratiempo que este episodio ha supuesto para sus rivales de la izquierda quedan sin embargo ensombrecidas por lo que se vislumbra como posibilidad a tenor de algunos sondeos. Si tras el 28 de mayo el PP puede agenciarse, pongamos por caso, tres o cuatro o cinco o incluso más comunidades autónomas, pero sólo sumando con Vox, ya se puede imaginar con qué arrogancia y a qué precio venderá este apoyo quien pueda darlo. No tenemos más que acordarnos de la noche electoral en Castilla y León.
Todo un dilema: no gobernar, o hacerlo en compañía de un socio crecido y desatado, para acabar cargando en las alforjas arrobas y arrobas de una sustancia no menos lesiva que la que el Gobierno acarrea desde que los votos de Bildu le sacan las castañas del fuego. Vox marcando el paso de media docena de gobiernos autonómicos populares y multitud de ayuntamientos es kriptonita para el PP incluyente y transversal que Feijóo trata de vender a fin de llegar a la Moncloa. Cuidado con el verde.