Ya lo hemos entendido. Ya sabemos que el racismo está mal y no hace falta que nos repitan como a los niños, o como a Ancelotti, que no es lo mismo llamarle "tonto" a alguien que llamarle "mono". Ya sabemos que llamarle mono es racista aunque tengas un amigo negro y aunque no haya nada peor, ningún carné del kukluxklan ni de los UltraSur, ningún odio racial, ninguna agenda de exterminio escondida, tras el insulto en lo más fondo de tu alma.
Tampoco hace falta que nos expliquen por qué los del otro equipo son siempre más negros y por qué los Vinicius de turno son siempre los más negros de todos. Los que regatean mejor, los que se enfadan más, y se quejan y protestan con más vehemencia.
Sabemos por qué le llaman "negro" y sabemos por qué después le llaman "tonto" por no querer aceptar que todo es un juego y que los insultos sólo servían para hacerle perder la paciencia, los nervios y el partido. Conocemos perfectamente las excusas del ultra y sabemos de sobra que son excusas y que tout comprendre ce n’est pas tout pardonner.
Sabemos que se pica a quien más se rasca porque lo hemos visto muchísimas veces en otros campos de fútbol, en otros patios de colegio, en tantos lugares donde la oposición provoca con su mera presencia y porque, en definitiva, conocemos sobradamente la lógica del bully.
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Pero cuando se dedica tanto esfuerzo, tanta energía, tanto titular, tanta tinta y tanta Juanola para poder seguir gritando obviedades un rato más, es que algo no tan obvio se nos está queriendo hacer entender.
Pasa con el feminismo y pasa con el Vinicius Lives Matter como pasaba con el otro. Caballos de Troya de tanta tontería, de tanta causa innoble, que en nombre de la igualdad entre hombres y mujeres de todas las razas y procedencias acaba siempre vendiéndonos la moto de que lo verdaderamente necesario y la única solución a semejante problemón es la revolución que nos dicten ellos.
Se repiten obviedades para cambiar el foco y para dirigir la mirada, el debate público y la agenda legislativa hacia lo importante. Para cambiar la jerarquía de los valores y los discursos. Así ha desaparecido, por ejemplo, la banderita ucraniana que acompañaba el marcador en las televisiones, sustituida por un mensaje de solidaridad contra el racismo. Ese es un poder, una influencia, de la que no goza cualquier víctima.
Es algo que descubrimos ya por entonces en América, con todos esos pijos blanquitos gritando "black lives matter" y robando televisores, y que vemos ahora en el wokismo merengón. Es algo que nos explica ya hasta la prensa deportiva cuando insiste en que no es suficiente con no ser racista, sino que hay que ser antirracista. Es decir, merengue y, preferiblemente, mourinhista. Que hay que decir lo que dicen ellos y que hay que defender lo que defienden ellos para no ser acusados de racistas.
El wokismo merengón prepara la vuelta de Mou y de ese dedo suyo que con tanto orgullo les señalaba el camino porque, como saben Florentino e Isabel Díaz Ayuso, es él quien decide qué violencias y qué provocaciones son inaceptables y cuáles son excusables o directamente necesarias para restablecer la justicia y el orden natural de las tablas clasificatorias. Es el que autoproclama la impunidad para el sufriente y el que marca los tiempos de la justicia, al menos de la deportiva, y que explica lo rápido que se indulta a Vinicius, por ejemplo, lo rápido que se sanciona al Valencia y lo lento que se sanciona al RCD Español o a Fede 'el pajarito' Valverde.
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Sólo los señoritos podrán explicarnos lo que es el señorío, y tendrían que volver las histéricas ruedas de prensa para aclararnos a los demás, tristes racistas de camisetas coloradas, cuándo es justo y necesario partirle la cara al rival, así en el campo como en el parking.
El wokismo es la (pen)última excusa de los poderosos para aprovechar el sufrimiento ajeno para presumir de virtuosos, expiar sus culpas e imponer su agenda. De ahí que los insultos a Vinicius y el racismo estructural de nuestra sociedad le hayan servido a su pobre y perseguido club para hacer limpia de árbitros, avanzar en su trágica lucha contra Tebas y contra LaLiga y para cargarse de argumentos en favor de la Superliga, una competición que cabe suponer libre de racismo y de un par o tres de molestias más.
El wokismo merengue, como su hermano americano, es poco más que virtue signaling de los poderosos que siempre acaban pagando los demás.