[Este artículo contiene espóilers del capítulo final de la serie Succession, retransmitida en HBO]
A Kendall Roy le dio por recordar en la casa de la playa, con sus hermanos como espectadores, el día en que su padre le prometió la empresa con una bolsa de caramelos. ¿No es hermoso? Con el batir de las olas, la luz de la Luna, los pantalones cortos, el tiempo detenido, Kendall anunció el origen de una obsesión: el segundo cartografiado en que todo se redujo a una cosa. Y a los hermanos se les hizo evidente. Como un patrón perverso, el padre escondía el cianuro entre los dulces, quizá sin esperar, o sin esperar con interés, que el mayor de los niños creciera a hijo adulto y reclamara como una deuda de sangre lo que otro niño más humilde, más robusto y más cuerdo habría asumido como uno de los juegos mentales del padre.
Kendall nunca se hizo cargo de su obsesión, y a decir verdad no cargó con casi nada: descargó la crueldad en el padre, descargó la mediocridad en los hermanos, descargó los hijos en la esposa, descargó el crimen en el jefe de seguridad y descargó la tristeza en todas partes. Pero Kendall repartió amor por momentos, trató a veces con justicia a la pequeña Shiv y al pequeño Rome, persiguió con desvelo un propósito durante unos años y, como Nick Adams, quiso a su padre mucho y durante mucho tiempo. Y, cuando no quedó otra que reconocer cómo había ido todo, aceptó que “ni siquiera valía la pena recordar la época anterior a cuando las cosas se torcieron”.
Kendall se reconoce con facilidad en las palabras de Nick Adams, en mi cuento más leído de Hemingway, por más que en su vida las cosas nacieran torcidas. “Al igual que todos los hombres que poseen una facultad que sobrepasa las necesidades humanas, su padre era muy nervioso. Pero también era sentimental y, como casi todos los hombres sentimentales, era causante y víctima de la crueldad”. Así que no sabes qué quiere Kendall. Si quiere el poder, para qué: ¿para ser su padre o para no serlo? Si persigue el suicidio, para qué: ¿para morir o para ser salvado? Si quiere a sus hermanos, cómo: ¿como protector o como tirano? Pero sabes que Kendall quiere a su padre con una emoción religiosa, como no quiso ni querrá a nadie ni nada más. Y nadie puede odiar a un hombre que ama de esa manera.
A Jeremy Strong le llevó un par de temporadas descubrir que la vida de Kendall era una comedia, porque el actor sabe, a diferencia de muchos, que la belleza es inseparable de la crueldad, como la comedia de la tragedia. Jamás he visto una escena tan hermosa y cruel como la reunión de los hermanos en la cocina de la madre, salvajes como niños, con el momento definitivo de la coronación de Kendall. La ternura te rompe el corazón. Kendall parece feliz con su corona de mierda: sentado en un trono de mentiras, lleno de pensamientos rotos, que no puede reparar. El destino es la crueldad. Y eso es, de alguna manera, lo más gracioso de todo. Y si te da por verlo, y si estás un poco chiflado, no ves otra cosa.