Se hace penoso para el columnista de oficio andar a cada rato rasgando el velo retórico de este Gobierno veleidoso obsesionado con la comunicación política. Lo bueno es que las narrativas manufacturadas por los spin doctors de Moncloa son ya tan pornográficas que no resulta difícil seguirles el paso.
El adelanto electoral ha exaltado el paroxismo de la propaganda, con la sala de máquinas de Ferraz reciclando marcos discursivos fallidos, a ver si esta vez hay más suerte.
Como quiera que la estrategia de otorgar mercedes presupuestarias a nichos poblacionales no surtió efecto el 28M, se ha desempolvado el comodín de la "ola reaccionaria", que tan buenos resultados le dio a la izquierda en la repetición electoral de noviembre de 2019 o en Andalucía.
En los últimos días, en cambio, el énfasis de Moncloa y sus altavoces oficiosos ha pasado del ataque a la victimización. En esencia, sobre Sánchez se estaría vertiendo un tonelaje de odio que excede la legítima crítica política para entrar en el terreno del acoso deshumanizado.
La proliferación de perfiles y análisis críticos con el presidente se emplea como prueba de que hay una campaña en marcha para convertir a Sánchez en el enemigo público número uno. La "derecha extrema", como ya hizo con Pablo Iglesias, ha cruzado todas las líneas rojas.
Es esta inédita inquina hacia la figura de Pedro en tanto que Pedro lo que nos estaría escamoteando de nuestra vista aquello que verdaderamente cuenta: la gestión económica de este Gobierno ha sido muy solvente.
Lo primero que cabe decir es que ni siquiera el éxito en este respecto ha sido tan rotundo. Los españoles siguen siendo los que más poder adquisitivo han perdido en Europa, y esto no hay mitología de resiliencia frente a la triada pandemia-volcán-guerra que lo encubra. En cualquier caso, periódicos como este no han tenido problema en conceder que esta vez no iba a ser la economía lo que tumbase al gobierno socialista.
Por otro lado, la pretensión de los tanatopractores de Moncloa de escindir lo económico del resto de la actividad ejecutiva es un choteo. ¿O acaso no forman parte de la "gestión" del Gobierno los confinamientos ilegales, los beneficios penales a sediciosos, corruptos y delincuentes sexuales o la exposición al espionaje marroquí, por citar sólo algunos?
A quienes no nos embelesa el papanatismo ante la prensa extranjera tenemos claro que los votantes han castigado con conocimiento de causa (y no por tener el entendimiento nublado por la intoxicación de Pablo Motos) todo un modelo político.
Hay que conceder, eso sí, que la obcecación de una cierta derecha con la derogación del sanchismo denota una pobreza doctrinal y una superficialidad programática inquietantes. Pero no quieren entender ni aceptar los regurgitadores del argumentario monclovita que pocas cosas movilizan tanto como el antisanchismo. Porque apenas hay precedentes de líderes políticos que se hayan vuelto tan antipáticos para amplias capas de la población ni que hayan generado un rechazo tan generalizado como Pedro Sánchez.
[Opinión: Por qué los españoles no valoran la 'impecable gestión' de Sánchez]
Es una pamema esta vuelta al relato de los señores de los puros en cenáculos que confabulan desde sus terminales mediáticas para hacer caer al Gobierno.
Es una farsa esta escenificación del escándalo entre la izquierda ante la normal (y bidireccional) intención de los medios y los líderes de opinión de influir en el resultado de las elecciones.
Es una estafa que ahora se rasguen las vestiduras quienes no mostraron los mismos escrúpulos morales cuando a Albert Rivera se le llamaba cocainómano, cuando se acusaba a Ayuso de asesinar ancianos o cuando se le dirigían a Santiago Abascal las maldiciones más viles.
Es pura sobrerreacción e hipérbole esta campaña de solidaridad con el presidente de los compañeros de partido que el verano pasado se turnaban para descalificar día tras día a Feijóo con falacias sobre su competencia de lo más zafias.
Pero, sobre todo, es una mayúscula impostura la de los deeply concerned por los ataques "personales" al presidente del Gobierno, cuando pocos como él han exhibido una concepción así de personalista y caudillista del poder. Una impostura no menor que la de condenar la dureza de las campañas del antisanchismo, siendo Sánchez el presidente más divisivo de la democracia y el que con su enfoque plebiscitario ha recrudecido el planteamiento adversativo y dicotómico de la brega política.
Hoy que la política se reduce a un simulacro en el que la colocación semanal de la consigna de turno es todo cuanto vale y existe, es más importante que nunca estar vigilantes ante los embustes con los que se adultera la mercancía comunicativa que circula en la esfera pública. Y no la hay más cínica que la de quienes, después de haber explotado convenientemente los resortes de la polarización, lamentan ahora que "hemos ido un paso más allá" cuando la exacerbación de la crispación se ha vuelto contra ellos.
Durante la tumultuosa campaña de las elecciones madrileñas de 2021, muchos opinadores orgánicos y políticos de izquierdas sentenciaron con semblante grave que "algo se ha roto en la democracia española".
Tienen razón. Ellos lo rompieron.