A estas alturas de la civilización deberíamos saber que se siente el mismo miedo ante el riesgo a que nos asalten y nos roben el móvil (o los airpods o la cartera) que ante la posibilidad de que un hombre, o varios, se nos tumben encima, malolientes y sudados, babeando, con los dedos pegajosos y la lengua espasmódica de poder, a sobar o a penetrarnos por alguno de los agujeros del cuerpo. Que eso, además, no lo cubre el seguro.
El móvil, sí.
Además, deberíamos saber también que existe la misma la probabilidad matemática de que acabe con nuestra vida un disparo perdido de alguna de las grandes mafias asentadas en España (madre mía cómo son los rusos, los paquistaníes, los chinos y algunos españoles cuando se ponen gallitos) que de que tu marido, del que te quieres separar, te espere durante horas a la puerta de tu casa y te vacíe el cargador de la escopeta delante de tu hijo de seis años.
El tipo no apunta muy bien. Así que te desangras en plena calle con tu hijo aterrado tratando de taponarte la herida.
Vanesa dormía con un cuchillo por miedo a su ex pareja: Ángel la asesinó el miércoles en Móstoles https://t.co/6tqTSnJwEy
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) June 30, 2023
Todos sabemos además que sólo son ganas de llamar la atención (como las que tienen los maricas exhibicionistas esos que se suben a las carrozas de colorines orgullosos de hacer el ridículo) las de las miles de mujeres que viven con el terror a doblar cada esquina, a salir de cada portal o a que su ex les reviente la puerta de casa una noche. O las que lo han abandonado todo y viven escondidas en zulos feminazis donde las adoctrinan para inmolarse en las calles con soflamas a favor de Irene Montero.
Ya lo dijo Clint Eastwood, "vivimos en una generación de nenazas". Bueno, él usó pussies, que en su traducción literal viene a decir "coñitos". Casi mejor así. Coñitos. Nos hemos coñetizado, pues, sin darnos cuenta.
Así que nos lo creemos cuando nos dicen que la violencia sistémica contra las mujeres por el solo hecho de serlo (la maté porque era mía y luego ya no quería serlo y entonces me enfadé, pero no dejé de respirar, sino que hice que ella dejara de respirar) es un constructo cultural al que quizá mejor llamar violencia intrafamiliar, porque, total, ocurre de paredes de casa para adentro, y queda mejor todo junto y revuelto, con las palizas de padres a hijos o de hijos a padres, para no liarnos.
[El detenido en Móstoles por matar a su expareja tenía una orden de detención por amenazarla]
Y de paso mezclemos también los delitos de terrorismo con los robagallinas comunes que terminan asesinando accidentalmente al dueño del gallinero. Al final, todos han matado, ¿no? Pues al mismo juzgado.
Ahora, es una pena, las hembras ya no se hinchan de orgullo cuando los machos les gritan guapa desde el otro lado de la calle. Al fin y al cabo parece que se han duchado, peinado, maquillado y vestido para ellos. Para ese momento de autosatisfacción suprema de la alabanza varonil.
A esa sociedad coñetizada nuestro Fary la llamó la del "hombre blandengue", con el aroma cañí del sudor patrio en las películas de Pajares y Esteso.
Una sociedad preciosa. Agítese antes de usarla, por cierto. El cartel de la película también les quedó precioso.
[En 2022 se cometieron y denunciaron 17.389 delitos contra la libertad sexual. 2.870 agresiones sexuales con penetración, casi ocho al día. 49 mujeres fueron asesinadas. 3.600 agresores condenados llevan pulsera telemática para que no se acerquen a sus exparejas].