Me tiene asustada a mí el tema de los asesores políticos y de sus varitas mágicas. Digo yo que una cosa será asesorar y otra esto. En fin, este milagro, esta performance, este desdoblamiento, esta acojonante ficción. Este esoterismo tan parecido al enamoramiento.
¿O no era enamorarse volverse uno mejor de lo que es gracias a alguien?
A Miguel Ángel Rodríguez, redundantemente ángel de la guarda de Aznar, de Ayuso y ahora de Feijóo, le dejaría yo a cargo de todo lo poco que tengo en la vida. Un bolso con un pintalabios, una tarjeta de débito, un paquete de tabaco, unos chicles y una navaja (para pelar naranjas, claro). Algunos libros, algunos guiones, algunos artículos, algunos amantes.
Él puede poner en mi boca las palabras con las que yo sólo soñé. Él puede hacerme una buena chica a ojos de mis padres y mis jefes, una gamberra encantadora para mis amigos, un fantasma inolvidable para mis ex. Le necesito. Todos lo hacemos. Quiero ser poliédrica en sus brazos. Quiero gustarle a todo el mundo, como el viernes, como un pincho de tortilla. Quiero ser votada afectivamente por los míos aunque la democracia, como ya dijo Borges, no sea más que un abuso de la estadística.
No me gusto del todo, creo, si Rodríguez no está a mi lado para volverme brava y elocuente, para sacarme punta como a un lápiz, para darme personalidad y discurso como a una muñeca vacía.
Está uno por modelar hasta que Miguel Ángel llega a nuestra vida, como dios jugando a ser dios o como Patrick Swayze y Demi Moore formándola con la arcilla en Ghost. Él es nuestro alfarero, nuestro ilusionista, nuestro mago pop (que ahora se ha comprado un teatro, un poco como él). Nuestro Houdini. Nuestro David Copperfield.
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Escribo sobre Rodríguez porque es la mejor forma que he encontrado de perfilar a Isabel Díaz Ayuso, mi vecina de Chamberí y presidenta, esta chica divertida y fatal sobre la que ya se ha escrito tantísimo. No nos guarda apenas un secreto, dicharachera como es, fiscalizada como está, y aun así nos resulta traviesa y misteriosa. Por hablar en su lenguaje de pleñidera covídica, llorando rímmel negro, almodovariana a su pesar. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Dicen que lleva un pinganillo y ella dice que se rasca la oreja. Dicen que se cargó a ancianos a punta pala y ella dice que nos salvó la vida y que encárgate tú si sabes de una pandemia, fiera. Dicen que tuvo una relación conflictiva con su padre y con su exmarido. No me digas, esto debe ser noticia, otra mujer atravesada por las neuras de unos carcamales. Dicen que se ha puesto un balón gástrico y ella dice que corre para relajarse. Es interesante. No hay ningún runner que no corra, en el fondo, de sí mismo.
Yo no lo sé, porque si lo supiera al 100% me ganaría la vida como médium aunque ya me haya comprado un turbante y un tarot y acierte que te da miedo, pero creo que Ayuso es una superviviente. Se lo huelo desde aquí. Le intuyo la vieja herida y eso me conmueve.
Tuvo que liarse la manta a la cabeza y salir a torear. Se dio cuenta en algún momento de su juventud que la vida siempre es dar y recibir. No en sentido sexual, no en sentido dadivoso. Siempre en sentido bélico. Esa es una forma de inteligencia atada fuerte a la tierra, que es la ciencia, la biología y la ley de la selva (y, en última instancia, el neoliberalismo).
Le veo la crudeza adquirida bajo esa carita bonita. Me gusta su fuerza. Me hacen reír sus desbarres. No es del todo una política, es un personaje, es una suerte de artista, una actriz mágica movida por los hilitos del mejor cineasta patrio, aquí Rodríguez. Un dúo así no lo vemos desde las Azúcar Moreno, y menos ahora que ha fallecido Mari Carmen y, con ella, todos sus muñecos.
Ayuso, extravagante a todas horas, chula como ella sola, con un clavel clavado en el cráneo, pero hincándose un pulpo a la gallega en el Ni Subo Ni Bajo de nuestro distrito, en calle García de Paredes, porque no hay mal rato que no le quite una buena comida regada con Alhambra.
Su acierto es que parece que nos quiere, ¡a todos!, no nos margina en su discurso por feminazis o rojos o maricas o vallecanos que seamos. A todos nos invita a su fiesta, con ese corazón suyo que es una plaza de toros en la que cabe todo el país. En el centro, Madrid, rompeolas de las Españas.
Me parece leal, Ayuso. Mueve masas. Responde ante la gente y no ante sus colegas. Baila como si nadie la estuviera viendo. Apuesto a que será la primera presidenta de España cuando dentro de unos años le pise la cabeza a Núñez Feijóo, faltando por primera vez, seriamente, a la disciplina de partido. Lo estoy viendo en mi bola.
Y tendrá sentido, porque Miguel Ángel le moverá la boquita, igual que a Alberto, pero en ella está la materia prima. Ella es muy capaz de todo, hasta de pensar a través de un papel eterno, un papel histórico que llevarse a la tumba.
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Leo que cuando interpretaba al Ricardo III de Shakespeare en Broadway, Al Pacino salía del teatro y daba largos paseos solo durante horas, cojeando como su personaje. Es difícil sacudirse los cuerpos que tomamos prestados. La mente se queda enganchada como un jersey a la espiral de una libreta.
Después de Serpico, provocó un arresto en las calles de Nueva York.
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