La campaña del PSOE se está convirtiendo en un relato de Edgar Allan Poe. Pretende introducirnos en un relato de terror a ver si conecta con los que sufrieron el franquismo, o con la generación Harry Potter.
Sánchez ha perdido pie, y no termina de entender dónde. No son los valores, no es la lucha desnuda por el poder, no son los derechos. No se trata de nada de eso porque todas esas cosas son las de siempre.
Aquí lo único que nos pasa, por fin, es que no nos pasa nada. Pero él, como no lo entiende, sigue en pie de lucha, añorando la épica perdida y las utopías abandonadas.
La sociedad española ha madurado mucho en estos años. Y, a diferencia de otras épocas, no está dispuesta a tirar el progreso de la paz y la tranquilidad por la ventana.
La sociedad civil durante el franquismo no tenía participación política. Mi madre aún recuerda cuando vistieron a todos sus hermanos mayores con corbata para ir a votar el referéndum sobre la Ley Orgánica del Estado en 1966. Mi tío mayor preguntó a mi abuelo que por qué había que ir a votar. "Niño" –le respondió–, "es una formalidad". El resultado fue de un 95,86% a favor.
Desde 1966 hasta la campaña del dóberman de las elecciones generales de 1996 habían pasado treinta años. Algunos pensaron que no era suficiente tiempo para restañar las heridas, y que un discurso confrontando un pasado en blanco y negro con un futuro de color e ilusión funcionaría electoralmente. El resultado fue que José María Aznar ganó las elecciones contra Felipe González.
De 1996 a 2023 han pasado casi otros treinta años, y el PSOE recupera la misma retórica. Adelante/atrás, futuro/pasado o progreso/miedo.
Ha puesto una lona de la altura de ocho pisos partida por la mitad. Una mitad en color, la otra en blanco y negro. Una con Sánchez sonriente, otra con Feijóo en primer plano, y Abascal y Espinosa de los Monteros en segundo plano. Una "adelante", la otra "atrás". Una lona para dividir, un mensaje de miedo y una invitación al voto defensivo. ¿El progreso era el miedo a un "túnel del tiempo tenebroso"?
Sánchez sigue sin comprender que lo que entendemos por sanchismo es la retórica de la división y la explotación de la polaridad. Que no era Podemos, que era él, y que los suyos también están hartos de la bronca continua.
Sánchez no entiende qué es el sanchismo, y por eso en el debate electoral se creyó que nos tenía que explicar lo del Falcon.
No se entera que lo del Falcon es una coña. Parecía Luis Enrique tratando de explicarnos que su padre no es Amunike. Cuando no pillas la diferencia entre un meme y un problema, te conviertes tú en el meme.
Que lo que es serio, con lo que no queremos jugar, es con la lógica de la división. El que polariza pierde, dice Narciso Michavila. Sánchez no ha sabido ver que el ciclo más absurdo de la democracia empezó el 15-M y acabó con las elecciones andaluzas. Y el que no se entera, o es sanchista, o no tiene nada que perder porque sabe que no va a ganar nunca.
No vende la épica porque son muy pocos los que tienen en la cabeza la mentalidad de guerra. Lo que ha cambiado, y los de la lona parece que no se han dado cuenta, es que la polarización vende menos que los pactos.
Una lona que, según la expresión utilizada en el debate del lunes durante el minuto de oro, es decir, en el momento que estuvo preparando durante cuatro días, pretende hacer creíble que la derecha nos podría meter en un "túnel del tiempo tenebroso". Esto sólo demuestra que, o bien piensa que sus electores viven en otro planeta, o que en realidad es Sánchez el que necesita a la extrema derecha para gobernar.