Alberto Núñez Feijóo se despeñó por la fachada de Génova 13 en la mañana del 24 de julio. Su rostro gigantesco se fue viniendo abajo por toda la altura del edificio que alberga la sede de su partido desde hace 40 años. Sus hechuras se derritieron como los villanos al final de En busca del arca perdida. Sus facciones fueron objeto de un arrugamiento feroz. (El "orugamiento" con el que José Antonio Montano critica el arremangamiento de las camisas). La pose presidencial tornó en idea descartada hecha bola con destino a la papelera.
Podría escenificarse el fracaso de un líder de manera más gráfica. Pero sería necesario someter a semejantes vapuleos al Feijóo real y no a la reproducción de su efigie que durante la campaña electoral estuvo saludando a todos aquellos que pasaran por ese punto de Chamberí.
Desde la pura logística, el paso podría no parecer tan suicida. Sustituir la lona promocional con el lema de campaña por otra ya postelectoral en la que se daba las gracias por la, en fin, victoria. Pero la operación requería pasar por el trance anteriormente descrito. Demasiado parecido al arriado de la bandera de un régimen derrocado.
El momento elegido no pudo ser peor para los intereses del PP. Una radiante mañana de julio en la que los alrededores de su sede estaban llenos de reporteros y operadores de cámara para recabar las primeras reacciones tras el pinchazo de expectativas de la víspera.
De ahí que no haya habido estos días crónica ni columna sobre la inmensa decepción popular o las tribulaciones de su líder que no haya sido ilustrada con esa imagen de Feijóo cayendo ante nuestros ojos. Hay cosas que es mejor hacer a las cuatro de la mañana. (La crueldad gráfica pudo haber sido mayor. Durante varios minutos, la lona estuvo depositada en el suelo de la calle mientras los operarios preparaban lo necesario para llevársela de ahí).
Este patinazo anecdótico nos puede dar pistas sobre otros errores de mayor calado. El PP es un zombi desde la noche del 23. Haciendo buena la terminología de Sánchez, el estado de muerto viviente engloba a la "derecha política y mediática".
Es difícil no acordarse de aquella parodia del Polònia de TV3 con motivo de la derrota de 2008. "¡Él era el líder popular/Aún no está muerto y lo vamos a enterrar!" cantaban, sobre la melodía del Thriller de Michael Jackson, Esperanza Aguirre o Ángel Acebes en torno a Mariano Rajoy.
Hoy Feijóo no tiene ese problema. Su partido es consciente de que triturar un líder cada quince meses casa mal con la imagen de solvencia. (Ver hoy ese vídeo produce ternura. Soraya Sáenz de Santamaría aparece retratada como una persona ingenua y asustadiza).
Ojalá los dirigentes de la formación tuvieran tan fácil sustituir la expresión que se les ha quedado en la cara por otra nueva. Lo intentan, pero los amagos de sonrisa no consiguen borrar la estupefacción. Cambiar una lona resulta más sencillo.
La sensación de vivir en una cámara de eco que podía envolver a la izquierda cada resaca electoral desde mayo de 2021 ha cambiado de orilla. Las elecciones inmediatamente anteriores a aquellas, las del parlamento catalán de febrero de ese año, contenían claves que se olvidaron demasiado pronto.
Apostar por ir a la investidura no resulta un dislate, siempre y cuando se asimile que es para no conseguirla. Aburre insistir en por qué no procede invocar el supuesto error de Arrimadas. Pero sí es pertinente fijarse en lo que hizo Rajoy en 2016. Fundamentalmente, para no repetirlo. Quizá por no estar en Moncloa, Feijóo ve más claro que no puede fintar al Rey. Y menos esgrimiendo que no tiene los apoyos suficientes, como si la puesta en escena del debate no marcara que existe, precisamente, para intentar conseguirlos.
Ese empeño por presentar un programa de gobierno al nuevo Congreso choca con una de las pocas lecciones que el PP puede sacar en claro de las urnas. Un lustro después, está obligado a fijar un criterio para relacionarse con Vox. Contemporizar o confrontar. Cada una de las opciones alejará a un tipo distinto de votante. Pero por lo menos todos sabremos a qué atenernos.
La fórmula híbrida no da más de sí. Quizá el presidente actual del partido pueda aprender algo de su denostado antecesor. Su retórica contra Santiago Abascal en la primera moción es un excelente manual de instrucciones. ("¿Usted cree que una pensionista está pensando en lo que dice Soros?").
Imaginamos hoy a Génova 13 bajo ese síndrome que afecta a todo al que se le acumulan las tareas pendientes: no saber por dónde empezar.
Quizá cambiar las lonas por una pantalla LED.