Todos los cuerpos son bellos y todas las mujeres tienen derecho a vivir su maternidad como quieran o como buenamente puedan sin ser juzgadas por ello. Menos la Pedroche, que ha presumido de vientre plano poco después de dar a luz. Y que merece por ello, y un poco también por ser rica y famosa, el juicio del tuitero y del tertuliano. Y hasta de "los expertos", que han salido a recordarle, y a recordarnos ya de paso a todos los demás, que en estos casos la prioridad es el bebé y no el aspecto de la madre.
Es indecente el paternalismo con el que los expertos, es decir, los poderes mediáticos, políticos y económicos, nos tratan al común de los mortales. Un paternalismo de tal calibre que no lo merecemos nosotros, adultos, pero que ni siquiera merecen esas adolescentes a las que tratan como a Barbies. Quieren salvarlas de la desilusión del inevitable envejecimiento mientras las privan de la comprensión de sus grandezas. Las mantienen en el desprecio constante de la vida adulta, con sus responsabilidades, sus obligaciones y sus celulitis.
Ya puestos a tratarlas como tales, sospecho que nuestras jóvenes instagramers encontrarán en Barbie, ese bildungsroman para adolescentes en la era de las redes y del woke, una mejor maestra de vida que las que puedan encontrar en las redes, los medios, el colegio o incluso en casa.
Barbie explica mejor que cualquiera de nuestros expertos el tránsito crucial entre las relaciones y amistades entre Kens y Barbies, prácticamente asexuadas en la infancia, y la tensión propia de las relaciones entre adolescentes. Unas relaciones necesariamente problemáticas y que la crítica woke, que ve microviolencia y toxicidad en cualquier problema o incomodidad, no ha ayudado precisamente a comprender ni a facilitar.
Barbie llega al mundo de los adultos, donde los usos y costumbres de la niñez (donde los niños son tontos y las casas son rosas) ya no le sirve. Y donde el único discurso que se le ofrece para entender la realidad es el discurso del heteropatriarcado.
Y este discurso, que es en la película tan simple y tan vulgar como suele serlo en la realidad, es un discurso que simplemente no vale para la vida. Que sirve quizás como excusa para el cabreo y el postureo rebelde típico de la edad, pero no para hacerse al mundo ni mejorar la vida.
Aquí el feminismo es poco más que el rollo adolescente de quien descubre que puede ser atractiva para sus amiguitos de clase. La adolescencia es mucho más cruel que el heteropatriarcado. Y eso lo descubre Barbie como lo descubrimos todos. Un poco solos y un poco acompañados por la experiencia de un adulto real, que ha pasado por las mismas mierdas y que mal que bien las ha superado para convertirse en una personita. Con una madre que jugaba con Barbies y que creció para descubrir algo tan radical y tan reaccionario como que hay una diferencia entre Barbieland y la realidad, y que la realidad es mejor.
La progresiva desaparición de estos ejemplos de tránsito en nuestra sociedad, donde las familias son cada vez más pequeñas y los niños están cada vez más solos entre sus semejantes, es lo que vuelve ejemplares y problemáticas las fotos de las Pedroches.
Porque para el adolescente, la peor y más tóxica imagen no es la del famoso de Instagram, sino la de los popus del curso. Para quien acaba de ser madre, la peor fuente de complejos e inseguridades es su propio cuerpo de diez meses atrás.
La grandeza de Barbie es que sin saber muy bien el cómo ni el porqué, que es un poco como suelen pasar estas cosas, decide hacerse mayor y empezar a actuar como tal. Porque hay cosas que una no puede experimentar en Barbieland y que merecen mucho la pena. Merece la pena comprometerse con la imperfecta realidad que da sentido a nuestras vidas.
El drama que esta película supone para tantos de sus aduladores es que cuando Barbie decide hacerse mujer es cuando decide ser madre. Y que cuando Barbie decide crecer y ser una mujer real y madre, sigue siendo Margot Robbie. Que es cierto que no es la Pedroche, pero que me temo que tampoco servirá de consuelo para tanto experto y para tanta influencer wannabe.