Parece que las que acaban de descubrirse el pecho son algunas mujeres, única explicación para que lo muestren eufóricas en medio de una democracia. Como si no se lo hubiesen visto nunca hasta ahora.
Quizá pensaron que sacarse un pecho en Burgos era una revolución. Que un pecho allí es una criatura mitológica, una piedra gótica con más interés. Y dos, una catedral. Como si un pecho en el Sonorama fuese una novedad. El Cid y el pecho de Eva Amaral en el NO-DO. A lo sumo podría haber sido una protesta contra el cambio climático, para demostrar que ya cualquiera se saca un pezón en el norte de España sin riesgo de congelación.
En Burgos hay vírgenes de la leche por doquier. En la Cartuja de Miraflores, sin ir más lejos, del siglo XIV. Y Eva Amaral se ha ido a casa creyendo que lo acaba de inventar. Sacarse un pecho en un concierto lo hizo Janet Jackson en el 2004 y Susanna Estrada en el 78 para poner tierno al alcalde de Madrid y rebajar la mojigatería del personal. En pleno 2023, en España, una teta (o las dos) al vuelo en un concierto, más que una reivindicación, es tan sólo dar la nota.
El problema del feminismo burocrático es haber hecho creer a algunas mujeres que pueden ser un cuadro de Delacroix cuando la libertad y los derechos están garantizados desde hace décadas en la Constitución, que no la escribieron anteayer Pedro Sánchez e Irene Montero.
El pecho hay que sacárselo en Marruecos, en Irak y en Francia (al paso que van las cosas). Pero claro, para eso haría falta valor del de verdad, del de asumir los actos después, que es la única forma de que cale el ejemplo. Unos actos que en España, como en aquella canción de Amaral, lo único que nos acercan es Hacia lo salvaje. Y lo salvaje comienza siempre por el ridículo.