Un hombre de talento, destino azaroso y que cometió algunos errores graves. Así describió ayer el presidente ruso, Vladímir Putin, al líder (muy probablemente fallecido) de la compañía militar Wagner, Yevgueni Prigozhin

Retrato del jefe del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, en un altar improvisado en Moscú.

Retrato del jefe del Grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, en un altar improvisado en Moscú. Reuters

Digo "muy probablemente" porque, por mucho que todos los indicios apunten en esa dirección, aún no hay una confirmación irrefutable. El propio Putin introdujo en su intervención televisada un condicional al referirse a la presencia de Prigozhin en el avión siniestrado. Habrá que esperar, pues, a las pruebas de ADN de los cadáveres recuperados.  

También veremos en unos días si ese condicional responde a un intento de Moscú por sembrar dudas sobre la naturaleza y autoría del incidente. El Kremlin tiene tendencia a negarlo todo, incluso lo evidente, y a difundir sistemáticamente docenas de versiones contradictorias para sembrar confusión y aprovechar informativamente cualquier suceso según los momentos y las audiencias.

Por el momento, circula por las redes sociales, al menos, un vídeo del siniestro en el que se aprecian las trazas de dos misiles, y de ahí la hipótesis del derribo del jet privado. 

En cualquier caso, la percepción generalizada, y no parece que el Kremlin vaya a hacer demasiado por disiparla, es que Putin ha infligido el castigo que merecía Prigozhin por su motín de hace dos meses. Una primera lectura evidente es que el dirigente ruso está reafirmando su poder y lanzando un claro mensaje a quienes le rodean: traicionar o desafiar a Putin se paga con la vida

Con toda probabilidad, el objetivo de Prigozhin nunca fue la deposición de Putin, sino la caída del ministro de Defensa, Sergei Shoigu, y del jefe del Estado Mayor, el (célebre) general Gerásimov. Pero su sublevación puso al dirigente ruso en una situación muy delicada. Prigozhin, quizás sin pretenderlo, había expuesto a la vista de todo el mundo la fragilidad del régimen de Putin.

Y es que el motín de Prigozhin no fue un golpe de Estado tal y como se entiende en Europa, sino una asonada en el marco de un Estado ruso desinstitucionalizado y que funciona de facto como un sistema feudal y mafioso en el que se pugna por el acceso y el favor del zar. De ahí que la rápida "amnistía" concedida a Prigozhin y sus hombres generara tanta sorpresa y desconcierto dentro y fuera de Rusia. El zar debe ser temido y respetado o puede ser depuesto.

Y aún peor, en lugar de mantenerse discretamente en Minsk, en estos dos meses Prigozhin se ha dejado ver en Moscú (incluso fue recibido por Putin en el Kremlin) y en San Petersburgo, de forma notable en la cumbre Rusia-África a finales del mes de julio.

Precisamente, una de las variables a despejar es la suerte de las fuerzas de Wagner desplegadas en varios países africanos y si su papel allí ha acelerado la purga de Prigozhin ahora que África ocupa un lugar destacado en la estrategia internacional del Kremlin. En clave española resultará importante el impacto de la desaparición del empresario ruso y su compañía en el Sahel.      

En mi opinión, tal y como expresé en esta misma columna en EL ESPAÑOL aquellos días, la asonada resultó particularmente inquietante para Putin. Los sublevados tomaron sin ninguna resistencia el cuartel general del Comando Militar del Distrito Sur en Rostov del Don. Y aún peor, Prigozhin mantuvo allí una amigable conversación con el viceministro de defensa, Yevkúrov, y con el general Alekséyev, responsable del GRU, la inteligencia militar.

Es decir, las ramificaciones de la asonada y las fracturas en el seno de las fuerzas armadas rusas eran profundas. Y de ahí que el Kremlin, por medio del FSB, haya necesitado dos meses para asestar su castigo a Prigozhin y asegurar una purga sin sobresaltos.

No parece casualidad que, el mismo día del aparente fallecimiento de Prigozhin, se anuncie el cese oficial del general Surovikin, conocido por sus simpatías hacia Wagner y que ha permanecido bajo arresto desde el motín de Prigozhin el 24 de junio.

Pero esta lectura de Putin restaurando su poder de forma implacable debe combinarse con la perspectiva de la incapacidad rusa para alcanzar un éxito estratégico en Ucrania y del deterioro de la situación doméstica en Rusia. Es decir, en dos meses, Moscú ha perdido a algunos de sus combatientes y líderes más aguerridos para "salvar" la posición de algunas figuras desacreditadas a ojos del sector del nacionalismo ruso más exacerbado y comprometido con la causa de la guerra.

La cuestión no es una poco probable respuesta inmediata de simpatizantes de Prigozhin como la creciente percepción entre las élites rusas y la opinión pública de la incapacidad del zar para sacar a Rusia de este atolladero. La purga de Prigozhin (y Surovikin) permite a Putin ganar tiempo. Pero la sombra del colapso del régimen seguirá acechando al Kremlin.