Este nuevo vídeo que han puesto en circulación no aporta en realidad ninguna novedad. A Jenni Hermoso ya la habíamos escuchado en la COPE, la noche misma de los hechos, quitando importancia al asunto y riéndose de la polémica, y la habíamos visto también en el vestuario y en plena celebración, riéndose con sus compañeras y explicando como un chiste la historia del pico hasta entonces consentido.
Habíamos visto incluso como alguna de sus compañeras se escandalizaba con un "tía pero qué haces" como se escandaliza la adolescente timidilla ante el atrevimiento de su amiga. Y en un ambiente en el que podían burlarse, como hacen ellas tan a menudo, de las tristes apetencias de chicos como Rubiales, que siendo todo un presidente de la RFEF le pide un piquito a una campeona del mundo como el niño de 13 años con la bata manchada de barro se lo pediría a su compañera de pupitre.
Es un ridículo que por sí solo, pero más todavía con el gesto en el palco y algún otro sobre el césped, justificaría el cese, si no la dimisión. Y que hubiese servido para defenderlo así si la izquierda pudiese atreverse en este país a pedir decoro, ejemplaridad y respeto institucional a los cargos públicos. Si no fuese porque todas estas cuestiones fundamentales se han despreciado como costumbres de la casta para mejor sustituir la costumbre por la ley, que es más fácil de cambiar a su antojo y conveniencia.
Por eso en estos casos y en estos tiempos no se admiten medias tintas, medias bromas ni medias burlas. Y lo que hemos vivido estos días ha sido un auténtico despertar de Jenni Hermoso y de tantos y tantas como ella. Un ejemplar, canónico, "amiga, date cuenta". "Que esto no es de risa, que esto no es un piquito inocente, que esto es una relación de poder y por lo tanto abuso".
Es algo que habíamos visto ya en bastante ocasiones en los últimos años, entre tantas feministas militantes, que antes se reían y se burlaban de miserias que ahora no las dejan dormir, y entre tanto aliado que confiesa en redes pecados que ya le gustaría haber cometido y que espera con ello algún género de reconciliación y de amnistía.
No han entendido que la lógica de las confesiones públicas que se exigen ahora es la misma que han tenido siempre y que lo único que liberan con su hipocresía es la arbitrariedad del poder para actuar sin resistencia y sin necesidad de coartada. Especialmente, claro, cuando este poder es el de la masa anónima que habita en las redes sociales.
Es algo que habíamos visto muchas veces, digo, pero nunca a esta velocidad ni en plano secuencia. Y es admirable lo rápido que ha pasado Jenni Hermoso del cachondeíto al victimismo traumático, porque demuestra que el caso tiene menos que ver con el tocino que con la velocidad. En la lógica progresista, que es la lógica que nos gobierna, la velocidad es la unidad de medida del poder. El único poder real es el poder que se ejerce sobre el tiempo, sobre la Historia, para empujar el progreso. Y de aquí tanto revisionismo y de aquí tanto cambio histórico y de aquí la aceleración en la sucesión de traumas colectivos que tienen que suponer un punto y aparte definitivo.
Dirán los boomers que la culpa es de las redes, y algo de razón tendrán. Pero casos como este demuestran que esta lógica de aceleración del progreso está redefiniendo la naturaleza de nuestro régimen. La velocidad del despertar, de la conversión a la americana, es inversamente proporcional a la libertad del converso y sus conciudadanos. Y es célebre el pasaje de 1984 donde a media manifestación se cambia de enemigo para certificar que "siempre hemos estado en guerra con Asia Oriental".
En cuestión de días, se diría que de horas, Jenni ha pasado de campeona mundial a víctima. Si fuese hombre dirían que se ha deconstruido. Pero, en cualquier caso, ha progresado. Y este progreso sería incomprensible si no lo hubiésemos visto con nuestros propios ojos. Y si no fuese acompañado de un reconocimiento, el apoyo y la solidaridad del mundo del futbol femenino, masculino, y del mundo en general. Reconocimiento, apoyo y solidaridad que nunca hubiese obtenido como profesional del futbol femenino. En la cima se está muy sola, eso dicen, y hay algunas aspiraciones muy, demasiado humanas, que sólo puede saciar la sociedad.
Casos como este ya no son cortinas de humo, si es que alguna vez lo fueron. Ya no sirven para tapar nada, sino para mostrar la lógica del nuevo orden social, de la nueva normalidad. Ya desde antes, pero especialmente después de la pandemia, vivimos sometidos a un continuo stress test con el que debemos demostrar a los poderes que estamos a lo que estamos y que no nos dejamos distraer por idioteces como el paro, las pensiones, el constante y sistemático empobrecimiento que vivimos, la seguridad ciudadana o la decadencia de Occidente.
Sirva el caso que nos ocupa para certificar que nosotros, como Jenni, también progresamos adecuadamente.