Con una nueva guerra en Oriente Medio, surge el debate sobre cómo desplazará la atención de la guerra ruso-ucraniana. La preocupación es real, especialmente en un momento delicado en que tanto Estados Unidos como la Unión Europea discuten paquetes de apoyo para Ucrania con vistas a 2024 y más allá.
Esos paquetes son clave tanto para permitir al pueblo ucraniano seguir defendiéndose de una agresión rusa que no ceja como para lanzar un potente mensaje de disuasión a Vladímir Putin: no vamos a abandonarles, Ucrania nunca será una victoria tuya.
Nada está escrito y es importante introducir matices en este debate. Veamos Estados Unidos.
En PIB y proyección de poder estratégico, Estados Unidos puede gestionar varias crisis de primer orden como Oriente Medio y Ucrania. Salvo, quizás, que estallara una en Asia, involucrando directamente a China en Taiwán. Otra cosa es que logre conformar la voluntad para ello.
Gran parte del establishment (el Partido Demócrata, una mayoría republicana, la sociedad civil) la tiene. Pero el ala fanatizada de los republicanos está decidida a llevar al máximo la disfuncionalidad del sistema democrático estadounidense a riesgo de erosionar intereses vitales de su propio país.
De ahí la apuesta de Joe Biden de solicitar al Congreso la aprobación de un multibillonario paquete presupuestario que una Israel y Ucrania, con mayor dotación para esta última, bajo el argumento de que Putin y Hamás comparten fines similares: la destrucción terrorista de un vecino democrático.
La seguridad de Estados Unidos, aún "la nación indispensable", pasa indefectiblemente por apoyar a sus aliados y frenar ya a los agresores, recuerda Biden.
De fondo, un problema real. Los límites en stocks militares y de capacidad de producción militar de la primera potencia global y que la guerra ruso-ucraniana, con sus consumos de artillería y munición a niveles de Segunda Guerra Mundial, ha puesto de manifiesto.
Estados Unidos impulsó su producción militar en 2022, antes que Europa, bajo la premisa cierta de que la victoria ucraniana pasa por superar la producción rusa. Pero la contraofensiva ucraniana de este verano llegó no sólo sin aviones, sino también sin munición suficiente para el ejército ucranio. De ahí la controvertida decisión de Washington sobre las bombas de racimo, que aportó a los ucranianos ventajas cualitativas.
Este difícil equilibrio en Estados Unidos entre stocks para necesidades nacionales, Ucrania, Israel y otros frentes podría empeorar en detrimento ucraniano si la guerra entre Hamás e Israel escala en la región. Es decir, si los padrinos de Hamas (Hezbollah, Irán) optan por un conflicto mayor.
Veamos Europa. La guerra ruso-ucraniana, y su desenlace, es existencial para los europeos, como hace poco recordó Josep Borrell desde Kiev. Una victoria rusa, de una u otra forma, escenario aún no plenamente descartable según como lleguemos a 2025 y más allá, sería catastrófica para la seguridad europea.
La analogía contemporánea es 1938, con imperialismo nuclear y élites rusas revisionistas y enloquecidas hasta niveles que el intelectual David Rieff confesaba no haber visto en toda su larga carrera cubriendo guerras y atrocidades.
A pesar de las fisuras y las tensiones, Europa se mantiene unida en el apoyo a Ucrania, quitando principalmente Hungría (todo está dicho en ese apretón de manos de Orbán con Putin la semana pasada). Lo comprobé en el reciente Consejo informal de Exteriores en Kiev.
Sin embargo, el riesgo, como llevo diciendo desde 2022, es no hacer todo lo posible ahora para apuntalar una victoria ucraniana, aunque los parámetros evolucionen.
Rusia capitaliza su oportunismo en Oriente Medio, dañando su relación con Israel y con Netanyahu (ambiguo con Ucrania, a diferencia de la sociedad israelí). Su narrativa vacua sobre la solución de dos Estados y cínica sobre la condena a ataques israelíes contra objetivos civiles le acerca más a los países árabes y a un Irán que ya es socio preferente y que le armó de drones Shaheed para machacar Ucrania. Putin quiere distanciarles del debate sobre la paz en Ucrania, que esta se afana en promover recordando premisas básicas, como la Carta ONU.
Entretanto, Rusia ha iniciado su tercera ofensiva militar este año, en Avdiivka, por ahora con enormes pérdidas y pocos avances. Bombardea constantemente ciudades ucranianas (aunque salga menos en medios). Deporta niños y niñas ucranias, e inicia otra campaña contra la infraestructura civil. Una comisión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU la ha calificado de posible crimen contra la humanidad.
El presupuesto ruso para 2024 casi triplica el gasto en Defensa. Señales todas de guerra larga y de que Putin sigue convencido de su victoria. Las dilaciones occidentales sólo le refuerzan en ello. ¿Sus apelaciones a "negociar"? Bombas de humo. Putin quiere rearmarse, ahora con munición de Corea del Norte y chips occidentales gracias a la evasión de sanciones. Además, sale de su relativo aislamiento de la mano de China y los países del llamado Sur Global.
Los europeos no tenemos, pues, el lujo de elegir. Europa deberá asumir un mayor liderazgo en esta guerra europea, aunque a corto plazo aún no pueda sustituir el apoyo de Estados Unidos.
Sí, Oriente Medio es clave para nuestra seguridad y otro recordatorio, como Ucrania, de que la paz no es un estado natural en este mundo hobbesiano. No obstante, a pesar de las controversias sobre la cacofonía europea (¿es la pluralidad de voces mala de por sí?), la UE, me temo, no será un actor decisivo allí, entre otras cosas porque:
1. No puede alcanzar el mismo consenso que sobre Ucrania. Esto se refleja en su incapacidad de tomar decisiones (lo vimos en el Consejo de Asuntos Exteriores de este lunes), por lo menos mientras las decisiones sean por unanimidad y no mayoría cualificada (asignatura pendiente).
2. Nunca tendrá la influencia de otros actores regionales. Es deseable que influya más (junto con la ONU, Rusia y Estados Unidos, forma parte del cuarteto diplomático para el moribundo proceso de paz), pero por ahora no parece factible.
Un futuro de paz en Europa pasa por hacer todo lo posible y más para que Ucrania pueda prevalecer y Putin fracasar. Esto tendría reverberaciones fuera de Europa (Irán, China) y no es incompatible con una posición europea más consistente sobre Oriente Medio: una necesidad estratégica para la que Borrell da algunas pautas.
Ignorar la peor guerra en Europa desde 1945 o relegarla a una posición secundaria es irrealista y sólo redundaría en nuestro perjuicio. De errores así ya nos hemos arrepentido antes, demasiadas veces.