Cómo pasa el tiempo. Doce años ya. Lo pensaste el otro día, en el trastero. La tienda de campaña marca Quechua que plantaste en Sol aquella primavera te salió al paso y la pantalla hizo aguas para traerte un flashback.
"Que no, que no, que no nos representan".
Comienza la #AcampadaEnElCongreso pic.twitter.com/BDX4sugjhB
— Junta Democrática de España (@JDemocraticaES) November 11, 2023
No hubo movilización callejera entre 2008 y 2011, cuando la economía española hizo "crack" y el desempleo empezó a crecer de manera galopante. Para que la nueva juventud politizada alzase la voz fue necesario que el gobierno de entonces girara 180º su política al dictado de otras potencias atlánticas.
Entonces ya sí. Venían unas elecciones autonómicas y municipales que olían al barrido de la derecha que se terminó consumando. Y hubo que armar un discurso que aunara la crítica a lo que mandaba con la venda previa a la herida que estaría por llegar.
Aún con eso el PP obtuvo mayoría absoluta en el Congreso unos meses después. Aquel espíritu de la acampada permanecía en estado gaseoso. Se fue solidificando durante los años siguientes. Llegó a tener forma de partido.
Primero obtuvo una gran representación parlamentaria. Cuando ésta empezó a menguar, sacó a cambio un rédito político extraordinario condicionando los sucesivos Ejecutivos socialistas. Los nombres han ido cambiando, pero la tónica se ha mantenido hasta el día de hoy.
Mientras acaricias la tela de la Quechua rememoras que aquello fue en realidad un movimiento más transversal que lo que hoy se recuerda. Un misil contra la clase política en su conjunto, caracterizada por su desconexión de la sociedad española ya muchos años después de las mieles de la Transición. Un impulso regeneracionista que iba más allá de la división izquierda/derecha. Que se lo digan a Ciudadanos, aunque jamás te escucharán decirlo en voz alta.
Hoy la Puerta del Sol vuelve a ser escenario de la noticia. Ves las imágenes en la tele con cierto desapego. Ya están éstos otra vez. Algunos gritos hiperventilados te tranquilizan en la medida en que te reafirman. Otros te sorprenden por la candidez. ¡Piden votar otra vez! Como si no hubiera quedado claro que sabíamos lo que elegíamos: cualquier cosa con tal de seguir gobernando.
Pero te cuesta apartar de la mente esos cuatro folios de acuerdo. Por más que la intentes esquivar, la idea está allí: el inminente Ejecutivo se basa en la impunidad de unos políticos por la necesidad coyuntural de otros políticos. Hasta Laura Borràs, que está condenada por corrupción, levanta el dedo pidiendo ser incluida. A ver si es que sí va a haber pan para tanto chorizo.
La politización de la Justicia era otra de las ideas-fuerza de los días acampados. Esgrimes sin cesar actuaciones de magistrados que te parecen sospechosas. No acusas de prevaricación sin pruebas, como algunos referentes políticos y periodísticos. Pero por ahí apuntas. La ejecutoria del partido que se arrogó el 15-M en materia de separación de poderes habla por sí sola.
Esto de que los políticos tengan la última palabra sobre lo que deciden los jueces es, quizá, ya dar un paso más. De nuevo la incomodidad. Haces un acto de fe basado en que siempre será mejor tragar con todos estos sapos antes de que gobierne la derecha.
Y la Quechua, por si acaso, se queda en el trastero.