A lo largo de sus dos tomos, don Quijote termina aborreciendo las visitas constantes de Sancho al refranero. No es prueba de inteligencia, le explica, dar latigazos a la lengua con ideas de segunda mano, subarrendar de forma constante las palabras propias a las ajenas.
Dice la sabiduría popular que el que es "hoy adulador, mañana traidor" y que "quien se está hundiendo se agarra a un clavo ardiendo". Asegura también que el tiempo es oro.
La perspicacia de la experiencia acumulada aquí se vuelve perversa. A diferencia del oro, que se extrae de la tierra y se refunde y se recicla, el tiempo solo permite un disfrute. El tiempo es valioso como el oro en tanto que es limitado. Pero la frasecilla pinza en ocasiones su significado español al anglosajón. Time is money. Cada minuto es una oportunidad para generar dinero.
El Tribunal Superior de Justicia de Inglaterra ha ordenado que un hospital retire la respiración artificial a un bebé de ocho meses. La niña, que padecía una enfermedad incurable, ha muerto.
Sus padres se habían opuesto a la decisión del centro médico. El hospital Niño Jesús del Vaticano había ofrecido ocuparse del bebé. El gobierno de Italia le había concedido la nacionalidad. Su madre y su padre habían solicitado que dejaran a su hija morir en casa.
El juez Peel desestimó la petición. La situación era delicada. En el traslado, a la niña, condenada a morir, le podría suceder algo "peligroso".
Sucede que se baja uno de ciertos andamios occidentales y acaba convirtiendo a sus semejantes en una hoja de Excel. Se transforma el ser humano en un libro de cuentas, con una columnita junto a su nombre que revele el presupuesto asignado y los beneficios obtenidos.
La existencia acaba siendo valiosa mientras sea rentable. Algo se debe dar a cambio de estar vivo, debe probarse que de sus días se puede extraer utilidad. La persona se hace cosa. Del human being al human doing.
Con el valor de la vida cuantificada, su futuro se torna en trámite. Comentaba una tertuliana en televisión que una nación no era sino su constitución. La ley, siguiendo esa lógica, delimita el pasado, redondea la cultura. La norma ideada por el hombre –voluble, circunstancial, contingente, transitorio– amuralla la realidad. Si el Estado se apodera de sus límites, expropia al ser humano de su soberanía sobre sí mismo.
Se convierten quienes elaboran y ejercen la ley en dueños de su pueblo, en patrones de sus vidas. El hombre –voluble, circunstancial, contingente, transitorio– se consolida como medida sí mismo. Exterminada la trascendencia y aniquilado el ideal, el hombre, en su metamorfosis en producto, se queda solito. El hombre y nada más.