Siempre aparentó más años de los que tenía. La culpa no era de ella, sino de sus personajes.
Sumaba 19 cuando hizo Las chicas de la Cruz Roja. Para cuando llegan los grandes papeles de madurez, a mediados de la década de 1970, no había cumplido los cuarenta.
En el momento de incorporar a Teresa de Jesús en TVE, apenas rondaba los 45. En enero de 1990, la época en la que presentaba aquellos espectáculos mastodónticos también en la tele pública, Fotogramas hablaba de sus "50 increíbles años". Muere ahora tres días después de haber alcanzado unos 84 que parecen pocos visto el agudo deterioro físico del que fue víctima en el último lustro.
Concha Velasco dibuja una de esas trayectorias artísticas que transcurren en paralelo a la historia de un país. Es la que va de sus discusiones con Tony Leblanc en las comedias de los años cincuenta al escupitajo que le lanza a Fernán Gómez en Pim pam pum…¡fuego!.
La España que se esforzaba en reflejarse mejor de lo que era –ella y Laura Valenzuela compartiendo coloridos descapotables con Antonio Ozores y Leblanc al final de Los Tramposos- y la que por fin pudo plasmar su pasado en una pantalla –su paseo con Sacristán en La Colmena-.
La revolución en las costumbres sociales de El love feroz –su personaje no es el más recordado pero quizá sí el más interesante-, pero también ese choque entre la modernidad importada de Estados Unidos y el folclore español que tan bien contaron sus películas con Manolo Escobar, generalmente dirigidas por un cineasta, José Luis Sáenz de Heredia, que supo sacar petróleo de ella.
Su legado empieza en los patios de butacas sepultados en cáscaras de pipas de las salas de programa doble y sesión continua y termina con las series producidas para las plataformas de streaming. Toda nuestra vida como espectadores ante pantallas.
Sin haber sido nunca estrictamente una cantante, La chica ye-ye es uno de los pocos temas del pop español cuyo estribillo puede reproducir un nonagenario y un adolescente activo en Tik-Tok.
En septiembre de 2021, Francia despidió a Jean Paul Belmondo con un funeral de estado presidido por Macron. Sonó Chi Mai, el tema central de El Profesional compuesto por Ennio Morricone, cuando el ataúd abandonaba Los Inválidos.
La imagen despertó algo parecido a la envidia en España. "Aquí no se podría hacer algo así", venía a ser la idea general. La pregunta es "¿por qué no?".
La muerte de Velasco es una ocasión única para que este país deje de fruncir el ceño por unas horas y rinda el homenaje transversal que merece una figura que recorre tres cuartos de siglo de cine, teatro, televisión y música pop. Si alguien merece un funeral de Estado presidido por los Reyes, es ella. No es fácil que lo veamos, pero no perdemos nada por pedirlo.
Una de las pocas cosas buenas que tiene este oficio es que te quita la mitomanía muy pronto. Pero siempre quedan algunos rescoldos. Haber podido tratar a Concha Velasco en alguna ocasión ha sido un honor y un privilegio.
Recuerdo escucharle un consejo: abstenerse de publicar libros de memorias vengativos. "Alfredo Landa lo hizo. ¿Qué pasó? Que se murió y no fuimos nadie. Cuando se murió Tony Leblanc, en cambio, fuimos todos".
Hoy todos estamos en el funeral de Concha Velasco.