En la Facultad de Periodismo un profesor de Redacción solía recordar cómo se formulaba en su época el horóscopo. Uno preguntaba quién era piscis, quién era libra y con los caprichos y sospechas de estos y aquellos se escribía zodiacalmente la carta diaria de deseos y sugerencias.
En las revistas femeninas el futuro tiende a llegar en forma de email. Un nombre extrañísimo –Rosa Sideral, Celeste Astral, Queca Beza– manda cada determinado tiempo un documento de Word con adivinaciones. Nadie sabe cómo aterrizó la profeta en el papel cuché.
Su dirección de correo electrónico se hereda de exjefe a jefe y sus vaticinios rotan alegremente entre meses y años sin que nadie se percate de la extraordinaria regularidad de las vidas humanas. Total, todo lo sufrido se ha sufrido antes. El efecto Forer, o sea, la falacia de validación personal, todo lo encapota.
En una de mis temporadas como becaria me vi escribiendo sobre los significados ocultos del desayuno. Lo que la lectora necesitaba saber acerca de sí misma se escondía en la primera decisión de su mañana: unas tostadas con pavo (pragmática y formal), un bol de avena y fruta (la próxima Gwyneth Paltrow) o unos churros con chocolate (desenfadada y sencilla) segmentaban todas las personalidades posibles.
Durante días, el textito se convirtió en uno de los más leídos de la web. Todas querían conocer sus propios secretos. Lo que más nos interesa siempre somos nosotros mismos.
Como hace ya algunos años, Spotify ha vuelto a resumir con cartelitos los últimos meses musicales de sus usuarios, que comparten las imágenes en todas las redes sociales como si se trataran de insignias del Ejército.
Los pantallazos fluorescentes encharcan durante una semana internet, anunciando canciones favoritas y minutos invertidos en géneros y artistas. Y la estrategia de marketing, redondísima, toma la rotonda hacia la confesión social más insistente de lo que va siglo: el ser humano anda obsesionado con la confirmación de sí mismo.
Quien lee el horóscopo, quien rellena un test para averiguar qué princesa Disney es, quien se toma un selfie frente a la torre de Pisa y lo publica, quien comparte las conclusiones de su cuenta de Spotify, solo busca, en realidad, sus propios límites.
Su forma de ser queda cercada por un agente externo, alguien que lo ve con otros ojos, ¡un verificador propio! Y al hacer públicos los resultados se proclama e identifica, llama a sus iguales y a sus contrarios, persigue la conversación.
Contaba el otro día Hovik Keuchkerian a Irene Crespo en El País que le "fascina su soledad", que no tiene "pareja" y que "cada vez le gusta menos estar con gente". No habría consultado su Spotify Wrapped. Si lo hubiera hecho, habría sentido la otra cara de la gran confesión grupal: el individuo se esfuma sin los otros.
La intimidad que se amuralla acaba reclamando siempre un puente levadizo. Aunque sea en forma de ranking de las canciones de C.Tangana.