El Consejo Europeo de esta semana nos ha mostrado cómo esa comunidad democrática tan imperfecta que es Europa es capaz de desafiar el fatalismo, estar a la altura de la Historia —justo cuando en EEUU flirtean con salir de ella— y dar una bofetada en los hinchados mofletes de Putin. Un Putin que canta victoria (¿prematuramente?) y, como deja claro en sus discursos irredentistas cada vez más de fines de años 30, nos amenaza a todos, no sólo a los ucranianos.
Vayamos primero con Viktor Orbán. Claramente, la vía transaccional con él tiene un recorrido limitado. Los planes B no serán suficientes con alguien que, de la mano de Putin, va en serio.
Pensemos la agenda del húngaro: Rusia se rearma y Orbán quiere desarmar Ucrania (también bloquea la asistencia militar indirecta a este país vía el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz). Quiere contribuir a que el país colapse (de ahí su otro veto al plan de 50B€ para 2024-27, vinculado al presupuesto europeo en discusión), con lo que eso supondría para todos los europeos.
La Rusia de Putin es una amenaza existencial para Europa y, hoy por hoy, Orbán es su cooperador necesario. ¿Su "preocupación" sobre las minorías húngaras? Ya lo han visto: una farsa. Conozco bien la región ucraniana de Transcarpatia (que, algunos intuyen, Orbán ansía anexionar si Ucrania cae). Sus representantes le pidieron que no bloqueara el inicio de negociaciones de adhesión con Ucrania. Ni caso. ¿Su retórica sobre la corrupción en Ucrania? Una excusa y también una broma mala. Todos los indicadores serios reflejan cómo Ucrania avanza y lucha por avanzar más incluso en plena guerra, mientras Hungría, casi dos décadas en la UE, cae en picado.
La conclusión es lógica e imperativa: urge avanzar en el aislamiento decisivo a Orbán. Si no, la UE no tiene futuro. Invitarle a tomar un café fuera de la sala, permitiendo que los otros 26 decidan por unanimidad (la vía Scholz) marca el camino. Pero incluso los billones de euros en cafés que desbloqueará la Comisión se terminarán agotando.
Hay varias razones de fondo, de peso, y también de urgencia que justifican la decisión fundada de iniciar negociaciones de adhesión con Ucrania (y Moldavia).
La razón geopolítica. Como la candidatura ucraniana en 2022, es una decisión motivada por la invasión rusa. Europa no conocerá la paz si países europeos como Ucrania siguen en "zonas grises" al albur de Putin. Si la UE hubiera sido así de audaz hace una década, quizás hoy no estuviéramos donde estamos. Añado: nunca habrá seguridad en Europa con Putin y su régimen, ni tampoco si Ucrania sigue fuera de la UE y la OTAN.
También, la razón democrática y europea. Si Ucrania no luchara de verdad por consolidar su democracia y su vocación europea, avanzando a trancas y barrancas en reformas desde la Revolución de la Dignidad, de 2014, la decisión del Consejo hubiera sido imposible. Los ucranianos luchan por una vida normal, una vida digna que identifican con "Europa", y esto no empezó en 2022. Pienso en Román Ratushni, veinteañero popular allí por su compromiso en la lucha contra la corrupción, muerto en el frente, y en otros muchos como él. Con sus luces y sombras, los ucranianos son los europeos por excelencia del siglo XXI, infinitamente más que otros acomodados europeos que les quieren dejar al otro lado del nuevo Telón.
Hay además una razón político-estratégica para lanzar hoy una poderosa señal de un proceso a largo plazo, y que se dirige no sólo a Ucrania, sino también a otros países candidatos: la UE sigue viva y mira al futuro con confianza. El factor reputacional es, pues, importante; tu influencia internacional se asienta mucho en tu credibilidad. Además, en un momento de incertidumbre en EEUU y de alegría psicopática en el Kremlin, es un mensaje con vocación disuasoria a Putin: no vamos a abandonar a Ucrania, mañana tampoco. Él contempla alargar la guerra años (todo lo que nuestras compras de sus hidrocarburos y chips le dejen), esperando que nos cansemos como los débiles mequetrefes que piensa que somos.
Ha sido, en fin, un mensaje importante para la moral de victoria ucraniana, ahora que crece otra vez el relato fatalista. Hay mucha gente allí trabajando muy duro — bajo bombardeos diarios— y otro "no" hubiera sido un revés a niveles no siempre entendidos aquí. "No queremos vuestra ayuda financiera sin un mensaje sincero de que hay futuro", me decía una joven asesora en Kyiv la semana pasada. Una idea que escuché por doquier y no sólo en la capital. Incluso mis ancianos caseros allí, Olga y Anatoliy, mirando las caras de Zelenski y Orbán en la televisión, me preguntaban si Orbán se podría salir con la suya. Esto además reforzaría los sectores antirreformas y antidemocráticos en Ucrania.
Por tanto, sí: decisión política en el mejor sentido de la palabra. La UE, que, si Austria tampoco las termina vetando, también aprueba el duodécimo paquete de sanciones contra Rusia (ahora incluyendo sus diamantes), ha dado un ejemplo de responsabilidad política y de ética, incluso, necesario en estos tiempos.
Pero el resto son malas noticias y vendrán peores. Mientras nuestros líderes pugnaban con Orbán, misiles balísticos rusos sobrevolaban los cielos ucranianos y alcanzaron sus objetivos (salvo en Kyiv, que tiene una batería antiaérea Patriot y aun así sufre el quinto ataque en una semana). Rusia también ataca en el frente de nuestras cabezas, alimentando operaciones de desinformación sobre el "cansancio" occidental que encuestas desmienten (en una alemana reciente, un 70% estaba a favor de continuar el apoyo militar a Ucrania y muchos de aumentarlo) y que "Ucrania no puede ganar" (el Kremlin no lo diría tanto si lo creyera).
El daño ya está hecho en la torcida mente de Putin, incluso aunque en enero EEUU y la UE aprueben sus paquetes de asistencia. Los ucranianos se quedan sin munición y, sin más apoyo militar, sólo pueden sobrevivir en el mejor de los escenarios. Algunos europeos (como los nórdicos) incrementan su producción militar, clave para sobrevivir en la guerra de desgaste a la que nos lleva Putin. Pero demasiados siguen sin comprender que, que Ucrania prevalezca, reduce las probabilidades de que el resto o nuestros hijos tengan que luchar mañana contra una Rusia rearmada, victoriosa y liderada por fanáticos septuagenarios que no tienen otro proyecto vital último que destruir Europa como la conocemos.
Aún no es tarde, pero las decisiones no pueden esperar.