En la vida es muy importante tener a alguien con quien comentar las películas, un enchufe al lado del sofá y ver el mar al menos seis veces al año.
Mi recuerdo es de un 4 de enero, comiendo mandarinas en pijama tras la ducha caliente que siguió a una lluvia torrencial, viendo El buscavidas de Robert Rossen, cuando todavía no éramos amigos: "Estabas en lo cierto, Bert, no es suficiente con tener talento, hay que tener carácter también. Ahora sé lo que es tener carácter, lo adquirí en una habitación de hotel en Louisville". Yo lo adquirí la primera vez que distinguí que alguien me estaba mintiendo en la cara. No dije nada, pero actué.
Mi recuerdo es leer a Zambra: "¿Qué sentido tiene estar con alguien si no te va a cambiar la vida? Eso dijo, y Julio estaba presente cuando lo dijo: que la vida sólo tenía sentido si encontrabas a alguien que te la cambiara, que destruyera tu vida".
Mi recuerdo es una frase del guitarrista Juan Gómez, el 'Chicuelo': "La fiesta empieza cuando se van los que se tienen que ir". Me pareció vitriólico y elocuente, aunque la verdadera fiesta seguramente sea no invitar a los que no pintan nada. Este año aprendí eso, procuré eso. Quizás lo más sádico de hacerse mayor es tener que elegir de forma particularmente consciente a las personas que quieres porque sabes que no tendrás tiempo para cuidar bien a ninguna más. Y, de todos modos, tampoco te apetece.
Mi recuerdo es un 12 de marzo escuchando repicar las campanas de las iglesias de Nápoles, beber limoncello frente a los castillos en ruinas de Posillipo que rompían en las olas, y dar gracias, dar gracias de verdad por estar viva y por las canciones que no entiendo pero me empañan los ojos, como 'O Mar For, de Stefano Lentini. Le hice una foto a una pintada en un muro blanco que encontré en la isla de Procida: "Sappi che ti penso". No te lo había enseñado aun cuando me escribiste: "Io a te di più". Entonces pensé en la suerte y paseé toda la tarde sonriendo de la mano de mi hermana.
Mi recuerdo es la correspondencia entre Goya y Martín Zapater: "Martín mío, con tus cartas me prevarico (...) me arrebataría a irme contigo porque es tanto lo que me gustas y tan de mi genio que no es posible encontrar otro; y cree que mi vida sería el que pudiésemos estar juntos y cazar y chocolatear y gastarme los veintitrés reales que tengo con sana paz, y en tu compañía me parecería la mayor dicha del mundo. En realidad no hay otra cosa que me pueda apetecer, con que si me escribes por ese estilo me revientas y me haces pasar unos ratos que me estoy hablando solo y contigo horas".
Mi recuerdo es la muerte de Agustí Villaronga, cuando para honrarle volví a ver Pa Negre y habló la niña hermosa y mutilada que había perdido la mano jugando con una granada: "Yo nunca me moriré entera. Me iré muriendo poco a poco. Un día una mano, otro día la otra. Piensa que ya estoy un poco enterrada. Y cuando esté bien muerta, mierda a los vivos".
Mi recuerdo es de un 7 de agosto escuchando jazz en el Lincoln Center de Nueva York, cuando el cielo se puso de mi color favorito durante doce minutos y entendí que las cosas preferidas siempre están de paso. La banda tocó una canción. Se llamaba Un amor sin título está cerca. El reloj dio la hora en alguna parte. Por la mañana, en el MoMA, había leído en Twitter la falsa noticia de la muerte de Perales y casi lloro frente a un Rothko que me dejó hueca, anorgásmica. Sólo quería volver a escuchar Celos de mi guitarra. Y el disco entero de Marinero de luces: una obra de culto. Pensé que mi españolidad me golpeaba el pecho. Aquí dentro no hay corazón. Sólo jamón ibérico.
Mi recuerdo es convertirme en soldado de Françoise Sagan cuando dijo: "Me gustan las discotecas y la gente que va a ellas. Me gusta beber, bailar, hacer tonterías y decirlas. Y no voy a empezar a vivir como una boba por ser, supuestamente, una intelectual. Me cansa". "Entonces, ¿le gusta divertirse?", le preguntó el entrevistador. "Mucho más que cualquier otra cosa".
Mi recuerdo es un poema de Sennah Yee llamado Pozos de ambición, como la película de Paul Thomas Anderson: "A veces, cuando los clientes me tratan mal, fantaseo con que soy Daniel Plainview y pienso en qué amenaza ingeniosa digna de un Oscar podría gritarles, por ejemplo: 'Escribiré sobre ti'. Y: 'No escribiré sobre ti'". Claro que la segunda opción es siempre la más aterradora. Estoy deseando vengarme no escribiendo un libro sobre alguien. Y, en otra ocasión, gozando de menos intensidad, escribiéndolo.
Mi recuerdo es aquello que escribió Patricia Highsmith en sus diarios el 5/5/54: "El neurótico. Es más feliz cuando varias personas están enamoradas de él, o le quieren. Cuantas más, mejor. Es como dinero en el banco. La confusión que a la larga acarrea todo esto, la necesidad de escoger al final, no le preocupa lo más mínimo. Ni se le pasa por la cabeza". O el 26/10/45: "Decisión: no esperar nunca, nunca, una vida emocional tranquila, y, sobre todo, no contar nunca con ella como requisito para escribir (...) Llevo una vida errática. Será interesante ver cuánto tiempo puedo mantenerla".
Mi recuerdo es que fuera septiembre y probar por primera vez las gildas. Sentirme sencilla y ganadora.
Mi recuerdo es decepcionarme y apuntar en mis notas del móvil: "Cuando le recomiendas a alguien que te interesa un libro o película que amas y resulta que no lo valora, te quedan dos opciones: dudar de la obra que te conmueve o dudar de la persona que aprecias. Yo siempre sospecho de la persona. Por si acaso".
Mi recuerdo es la definición del puritanismo según Mencken: "El obsesivo miedo a que alguien, en algún lugar, tal vez sea feliz".
Mi recuerdo es un 12 de diciembre escuchando murciélagos y cuervos en Budapest. Ver a una mujer fumando a orillas del Danubio. Sentirme neogótica.
Mi recuerdo es conocer a Trapiello y que me dijese: "Estás vivísima".
Mi recuerdo es dejarte de hablar. Cada cultura sacrifica a su modo.
Mi recuerdo es intentar aprender a escribir guion y, por eso, comenzar a ver cine como un ginecólogo cuando tiene sexo: buscando el mecanismo secreto de las cosas misteriosas y placenteras. Algo se pierde. Algo se gana. ¿Qué podría saber yo de los engranajes? Yo soy médium, no relojera.
En 2023 escribí por primera vez una serie para Netflix (Berlín, ¡se acaba de estrenar!), me fui a dormir con un hombre y amanecí con un guepardo blanco, me hice amiga del carnicero del barrio. Compré una tele más grande. Cambié varias veces de perfume y de idea. Descubrí que la persona más importante de tu año nunca es la que más amas, sino la que te hace pensar diferente. Le dediqué una carta a Camarón en el 30 aniversario de su Potro de rabia y miel y me la publicó Universal Music en el libreto del CD.
Aprendí que hay algo aún más horrible que sentirse peligroso y es sentirse inofensivo. Busqué un tren nocturno de Madrid a París con sábanas blancas y una coctelería llena de hombres misteriosos que te miran por encima de periódico porque soy una mujer en constante desacuerdo con su época. Despedí diciembre en los baños del Carmen, en Málaga, rodeada de las mujeres que saben cosas de mí que yo ya no recuerdo.
En 2023 me hice más fuerte. Y, además, no me morí. Supongo que puede considerarse una victoria incontestable. Si ustedes están leyendo esto, entiendo que les pasó lo mismo. Brindo por su salud y por las maldades que nos hacen divertidos. Feliz 2024.