Cuando mi abuelo José Mari tenía doce años, su tío Eusebio le regaló Los hermanos Karamazov. Lo leyó con voracidad y asombro.
Ocho décadas después, me confesó: "No sé si lo pasé bien, apenas dormía por la noche".
El otro día me dio los dos tomos, que llevan la firma y la fecha de su propietario original: "Eusebio García-Mina. Pamplona, 22 de agosto de 1931". Los libros estaban a punto de descomponerse, así que los llevé a encuadernar.
Ahora son viejos, pero lustrosos; como eran los viejos en las sociedades de antes. Con la mera apariencia, se ganaban el respeto. Ser viejo era una señal inequívoca de sabiduría. El abuelo se los leyó por ósmosis. Si se los había regalado el tío Eusebio, habría que leérselos.
Los tengo encima de la mesa mientras releo las declaraciones de Sánchez en su último mitin. Va a invertir 500 millones de euros en nuestros chavales con el objetivo de mejorar la comprensión lectora y las matemáticas. Lo ha decidido por los malos resultados del último informe PISA.
Nuestros políticos funcionan así: por titulares. Deciden inversiones de 500 millones para encajarlas en una corriente informativa. Yo digo esto porque pasó lo otro y mañana hay unas elecciones.
No hacía falta conocer el último PISA para saber que los chavales, en general, no leen, y que las puñeteras pantallas están averiando su capacidad de concentración. También la nuestra, claro. Basta con tener un amigo que trabaje en un colegio. O un amigo que tenga hijos. "La única verdad es la realidad", que diría nuestro aristotélico presidente.
Por supuesto, el anuncio se hizo en un mitin y no se ha facilitado a los medios ningún documento que desarrolle tan importante idea como la de dar un giro a nuestro sistema educativo.
Antes, con estas cosas, el bipartidismo solía guardar las apariencias. Ahora que se cumplen diez años de Podemos, debemos consignar que una de sus herencias es esta: todo es comunicación, lanzar un eslogan y esperar a que surta efecto.
Lo que más me sorprendió de las palabras de Sánchez fue que pusiera el foco en la dificultad de las asignaturas, y no en la falta de esfuerzo de los alumnos. Habló de "asignaturas duras de roer". La inversión de la carga de la prueba es palmaria. No anunciaba Sánchez un giro a su política educativa, sino justo lo contrario: reafirmaba que, si los resultados de nuestros chavales han empeorado, no es por su culpa, sino por la gran dificultad de las materias.
Si, de manera ventajista, nos atuviéramos al mismo método de evaluación que Sánchez (el de los resultados, véase Pisa), podríamos concluir que la solución estriba en regresar al método Karamazov, la educación de los años 30.
Pero "no es esto, no es esto", que diría Ortega. Es preferible que el alumno combine el aprendizaje del trabajo en equipo y del civismo a que sepa de memoria los ríos de Rusia. Pero de esto a aquello...
Si el presidente resulta tan aristotélico para exhibir que "la única verdad es la realidad", también debería serlo para mentalizarse de que "la virtud está en el término medio". Hay casos y casos.
Todos hemos pasado por el colegio en distintas épocas, con distintas leyes. Y todos podríamos convenir que, salvo en un porcentaje pequeño de casos, la abrumadora mayoría de alumnos que suspende se ha tocado las narices a dos manos.
Sánchez acaba de proponer "enseñar más matemáticas" a los profesores y dar clases de refuerzo fuera del horario lectivo a los alumnos con dificultades.
Lo primero es un delirio porque, hoy, los profesores tienen más formación que nunca: carrera, tropecientos másteres y cuatro idiomas.
Lo segundo es una cortina de humo porque, desde hace décadas, los públicos y los concertados disponen de herramientas para ayudar a quienes suspenden pese a su esfuerzo.
El mal es mucho mayor. Teóricamente, la educación es un dibujo de dos círculos concéntricos. El alumno y el profesor. Hoy, el profesor es un círculo pequeñito metido dentro de ese círculo enorme que es el alumno.
Se han eliminado las exigencias de memorización, se ha reducido el número de suspensos necesario para repetir curso, la Historia de España ha dejado de ser obligatoria en Selectividad porque 'Filo' es más fácil.
Pilar Alegría, la ministra, debería saberlo. Según veo en internet, aunque no ha trabajado nunca como profesora, estudió Magisterio e hizo un máster del ramo. Tendrá amigos, conocidos, que le podrán exponer lo que está ocurriendo en los colegios con la claridad que requiere, más allá de sus periódicas reuniones con las autoridades académicas fruto de su puesto.
Mi amiga Mónica, que tiene cuarenta y tantos, me contó el otro día cómo había cambiado la manera de enseñar desde que ella llegó al aula. Resulta escalofriante lo comedido de la exigencia, la susceptibilidad de los padres, la distracción del alumno.
Han cambiado algunas cosas que una ley educativa no puede afrontar por sí sola. A grandes rasgos, la revolución tecnológica. Leemos menos porque tenemos más distracciones que antes y porque esa necesidad que todo ser humano siente de volar a otro lugar la colmamos con series en lugar de novelas. La educación debería ser el cuerpo vivo que se adaptara a ese contexto.
Yo lo tengo claro. Es el efecto pendular. Funciona con inusitada facilidad. Y no sólo en España, debido al mito del país partido en dos mitades. Cuando prolifera un partido de extrema izquierda, acaba naciendo con fuerza uno de extrema derecha. Cuando una minoría permanece años oprimida, acaba diseñando un rígido credo al ser normalizada.
La educación de las reglas en la mano ha ido dando paso a la educación donde las reglas y las normas levantan las manos. El alumno es el rey. Se aprende por afecto, y no por exigencia.
Eso no se soluciona con un mitin y la promesa de una inversión de 500 millones de euros. Debería ponerme a leer los Karamazov.