Hasta Irene Montero se ha caído del guindo. Estos días ha circulado un vídeo en el que realiza un análisis impecable sobre el dominio del PSOE en los resortes de la creación de opinión.

Cita varios ejemplos un tanto inconexos –posibilidad de coalición con Podemos, impuesto a las grandes fortunas y constitucionalidad de la amnistía- para ilustrar cómo el sentir de la opinión publicada cambia al compás del propio parecer oficial del partido. Eso que alguno llama el PSOE state of mind.

Espero que nos disculpen la repetición. Pero vuelve a venir al pelo el hallazgo de Ignacio Peyró que ya robamos hace poco. Es ese que apunta a que, tras la muerte de Franco, el PSOE sustituye a la Iglesia Católica estableciendo el canon de lo que hay que pensar en los debates públicos. 

El vínculo sentimental que una porción nada desdeñable de españoles tiene con la formación domiciliada en Ferraz 70 va mucho más allá de la relación normal entre un ente político y su votante más o menos convencido. Creen sinceramente que dejar de estar de acuerdo con sus posturas es abandonar el lado bueno de la Historia. 

Lo relevante de los últimos tiempos está en comprobar cómo ese poderoso influjo descansa en las puras siglas. En la mera idea del PSOE.

La oposición firme de Felipe González y Alfonso Guerra a las políticas de Pedro Sánchez no ha movido un papel ahí dentro. Los mismos que les votaban entusiastas ahora recelan. Es como si al disentir hayan dejado de ser PSOE. De poco sirve recordar que, sin ellos, ese partido que hoy permite ahormar mayorías parlamentarias a su secretario general no sería más que una reliquia de la Segunda República enterrada bajo un retrato de Rodolfo Llopis

Un carraspeo de Emiliano García-Page debería ser suficiente para enmudecer a la estructura federal. Sin embargo, el único socialista con mayoría absoluta no recibe otra cosa que ceños fruncidos cuando discrepa de la línea oficial, aunque sea simplemente permaneciendo en la línea oficial del trimestre anterior. 

Las caídas en desgracia son particularmente agudas en la esfera del entertainment. Pablo Motos lleva unos meses comprobando qué sucede cuando alguien de ese entorno deja de ser percibido como un votante socialista. Todavía hay quien se mete con él pensando que transgrede, en vez de limitarse a seguir la corriente mainstream. La reina que grita "¡que le corten la cabeza!" empuña una rosa. 

[Opinión: Page es una leyenda, pero ya no es el PSOE]

Esta década alocada nos deja pocas certezas. Una de ellas es la fortaleza de los dos grandes partidos. Si no han sucumbido a estos vaivenes ya es difícil que lo hagan.  Y menos el PSOE. Al vínculo antes descrito nos remitimos.

Lo resumió bien Javier Pradera reciclando a Curro Romero. Hay un cogollo de votantes inmunes al disgusto por las políticas concretas. "Al PSOE lo va a volver a votar su puta madre… y yo". 

Algún año de estos habrá que arreglar todos estos desaguisados. Será con un líder del PP y otro del PSOE dispuestos a sentarse. ¿Se lanzarán las hordas contra aquel socialista que ose romper la política de bloques?

Afortunadamente no. Porque en ese momento estará defendiendo lo que dice el PSOE.