Este pasado fin de semana, Donald Trump volvió a atacar a la OTAN.
Trump dijo que "si alguna vez necesitáramos su ayuda, si fuéramos atacados, no creo que (los aliados) acudieran".
Miembros del Ejército y de la Inteligencia estadounidenses se apresuraron a rebatirle: el artículo 5 del Tratado de Washington, que establece el principio de defensa colectiva ante al ataque a uno de sus miembros, sólo se ha aplicado tras el 11-S, dando pie a la participación militar europea en Afganistán.
Una falsedad más de Trump, que siguió a otras sobre la ayuda militar europea a Ucrania. Según datos del Instituto de Kiel, de octubre de 2023, Europa aporta ya más que Estados Unidos. Tendencia que se hará más aguda si prevalece el obstruccionismo de la rama MAGA del difunto Partido Republicano.
Políticamente, rebatir las falsedades de Trump es perder el tiempo, aunque periodistas y líderes democráticos deban hacerlo. Más recorrido le veo a Nikki Haley, que machaca a Trump recordándole sus señales de senilidad, lo que puede complicarle no tanto la nominación, sino la campaña para su reelección.
Lo esencial es el mensaje de que, más pronto que tarde, los europeos quizá no vayamos a poder contar con Estados Unidos para garantizar nuestra seguridad. Este es un desafío que va más allá de Trump. El indiferente Obama ya fue ejemplo de ello.
Que sectores del Congreso de Estados Unidos, aún minoritarios pero decisivos, quieran darle otra oportunidad a Rusia en Ucrania (desarmando a esta) y que otros lo vean secundario, lo dice casi todo. Para Europa es una cuestión existencial.
Si Joe Biden sale reelegido, esto no será un camino de rosas, pero podríamos aprovechar el tiempo de descuento para ponernos las pilas. Por ejemplo, en el impulso a la industria de defensa europea en la que insisten los comisarios Breton y Borrell.
Si Trump gana, ¿tendremos tiempo de descuento? Su primer mandato no fue desastroso para la OTAN e incluso dio más ayuda militar a Ucrania que Obama, cuyos errores en Siria y Ucrania (no respetando sus propias líneas rojas) aún pagamos.
Pero este sería un Trump ávido de sangre en un Washington bordeando el conflicto civil y aún más imprevisible en lo internacional.
Esto, unido a las renovadas amenazas de Vladímir Putin y a una Rusia en rearme está provocando el angst existencial europeo. ¿Qué sería de Europa mañana sin el paraguas americano?
La credibilidad de toda alianza militar suele descansar en dos pilares. Los medios (que puedas ejecutar tus amenazas) y el compromiso político (que tus enemigos te crean). En la OTAN, como alianza defensiva, esa credibilidad debe ser eminentemente disuasoria.
Si Putin (y otros en ese eje) creen que vamos de farol, el artículo 5 es casi papel mojado.
Peor aún si además carecemos de los medios necesarios. La agonía europea para producir munición suficiente para Ucrania y para nosotros mismos, a pesar de que Europa tiene un PIB conjunto muy superior al ruso, es una muestra de ello.
Todo ello pesó mucho en la mente de Putin al ordenar el mayor ataque contra un país europeo desde la Segunda Guerra Mundial. En su decisión ayudó también ver cómo Estados Unidos abandonaba a los afganos casi de la noche a la mañana.
"Putin subestimó la determinación de Estados Unidos y de Europa en ayudar a Ucrania", se dice.
Sí y no. La política de Occidente, con excepciones, ha hecho lo justo para que Ucrania pueda defenderse, más o menos. Pero con constantes autolimitaciones absurdas que Rusia aprovecha impunemente. Y de ahí que los misiles norcoreanos empiecen a golpear ciudades ucranianas.
Ahora, las amenazas rusas a Moldavia y a otros países de la OTAN, como los bálticos y Finlandia (donde conocen bien al Kremlin y donde avanzan hacia una economía de guerra), crecen al ritmo de las dilaciones de Washington.
También crecen los ataques a intereses estadounidenses en Oriente Medio, como este domingo pasado en Jordania.
Irán y Rusia comparten agenda de forma cada vez más estrecha y evidente. Y a los dos les conviene un Estados Unidos débil.
Si un Estados Unidos absorbido por sus males dejara hoy caer a Ucrania, es lógico dudar de que corriera raudo y veloz mañana, con Trump, a defender un pueblo en el este de Letonia. Rusia jugaría además con la denegación plausible. Lo negaría todo mientras crea hechos consumados y realidades militares sobre el terreno, alimentando divisiones en la Alianza.
Una Rusia débil, básicamente derrotada y contenida en Ucrania, aleja tales escenarios. No me cansaré de decirlo mientras me deje Cristian Campos: las posibilidades de una guerra europea aún mayor que la ruso-ucraniana crecen con los escenarios de una victoria rusa y con la constatación de que la OTAN está paralizada y en crisis.
Académicos de sofá y políticos, también en España, ansían el fin de la hegemonía de Estados Unidos. Si las cosas caminan en ese sentido, podremos terminar lamentando el fin de la pax americana para Europa y del dividendo de seguridad del que han disfrutado muchos europeos (no todos) desde 1945.
Dividendo que, además, permitió construir los Estados del bienestar europeos.
La creciente inestabilidad global es lo que sucede cuando un orden empieza a caer y empieza un interregno de caos.
Mirando a mi alrededor en una plácida plaza del centro de Madrid, pienso que nuestros líderes deberían hacer más pedagogía. Dudo que lo hagan. Están a otras cosas, banales a menudo.
"No es sexi ser una Casandra", me recordó hace poco Armando Zerolo.
Soy pesimista, no fatalista. Pero la urgencia es real y las probabilidades están ahí. Nórdicos, británicos, incluso alemanes y otros, así lo ven. Que los peores escenarios no se cumplan depende mucho de lo que hagamos o no ahora. Empezando, sí, por rearmar Europa. Mejor ahora que hacerlo en pánico dentro de uno, dos o tres años.