Los tractores ya están en Ciudad Real. En Barcelona. En Vitoria. En Pamplona. Los tractores bloquean las calles o avanzan poco a poco, cual huestes motorizadas, en dirección a la ciudad y, por qué no, hasta el mismísimo despacho de quienes han firmado su sentencia.
Viendo las imágenes de los agricultores parados al lado de sus tractores, con los chalecos puestos, charlando o atendiendo a los medios, esperando a que algún burócrata se tome en serio sus demandas, yo me acuerdo de las manos de Josep.
Era un domingo cualquiera del verano pasado, a la hora del aperitivo. Estábamos resguardados del sol por unas cuantas ramas en el passeig del pueblo de mi abuela en Lérida y yo no podía apartar la mirada de las manos de su primo. Unas manos que desde pequeña me han fascinado.
Grandes, fuertes. Unas manos que transmiten la dignidad de toda una vida dedicada a la labranza, al trabajo riguroso. Con dedos anchos y una palma de la mano que, si quisiera, podría engullir una mejilla sin necesidad de estirarla demasiado. Son manos de pagès, de agricultor.
Y mientras yo miraba esas manos limpias y cuidadas, pero con la fisionomía de haber tocado tierra, mucha tierra, Josep se lamentaba. Cogía el refresco, lo apoyaba sobre la mesa, juntaba las manos, abría los ojos con incredulidad. "Los ecologistas no tienen ni idea. Nos están arruinando y les da igual. No saben lo que es el campo". Así, varías veces.
Yo tampoco tengo ni idea de lo que es el campo, de lo que supone, de lo que necesita. Y por eso escuchaba a Josep, dueño de unas manos que hacían innecesario justificar que sabía de lo que estaba hablando.
Los temas de los que se quejaba el verano pasado siguen siendo los mismos temas de hoy en día. Escasez de agua para el regadío, pesticidas, importaciones, competencia desleal. Las dificultades para ganarse la vida. Y no hablemos de las tablas Excel y la burocracia digital bajo la que quedan sepultados. No es este país para ser agricultor.
Por momentos daba la sensación de que Josep iba a soltar una de sus risotadas habituales, pero esta vez de descreimiento absoluto ante la tragedia que estaba atravesando el campo. El sinvivir de los que lo trabajan y dependen de él. El abandono de "los que mandan". Con esa desafección que caracteriza a la derrota inminente, acababa suspirando. No saben què fan.
Esta situación me recuerda a la vivida en los últimos años en Europa con los lobos. Un animal "estrictamente protegido", del que se prohibía la caza, aun cuando los ganaderos denunciaban la insostenibilidad de la situación. Mientras contemplaban con las manos atadas cómo mataban a su ganado, a su sostén, de forma indiscriminada.
Cuando un lobo mató a la mascota de Von der Leyen, a su pony Dolly, poco tardó la Comisión Europea en ver la amenaza y proponer dar marcha atrás a esa protección extra bajo la que estaba el cánido europeo. El medio de vida de los ganaderos no importa, pero ¡ay cuando te tocan a la mascota!
Subidos a un tractor, los representantes del Movimiento de Agricultores y Ganaderos comienzan a explicar el resultado de la reunión con el Gobierno de Navarra: https://t.co/yM0gfZFAKN pic.twitter.com/qzjzhxc2zS
— Diario de Noticias (@NoticiasNavarra) February 9, 2024
Tomar decisiones sobre medidas agropecuarias desde las capitales es absolutamente necesario, pero habría que ver las manos de todos los que han participado en la redacción de las normativas nacionales y europeas. De los que hacen una defensa enardecida del planeta y reclaman disposiciones verdes; de los que exigen resoluciones proteccionistas. De los que han asesorado y avalado y firmado el Pacto Verde.
Cuántos de los que han decidido que este es el único camino a seguir tienen las manos inmaculadas, intactas, blancas como la leche, sin un rasguño visible y cuántos tienen unas manos grandes, robustas, callosas, con una fuerza que podría arrancar calabacines de raíz sin el más mínimo esfuerzo.
Si personas con las manos como Josep te dicen que algo no se está haciendo bien, que se está asfixiando a los agricultores, a quienes viven en, de, por y para el campo, y que eso va a tener serias consecuencias, como mínimo se escucha lo que tienen que decir antes de dar el mazazo definitivo. Como mínimo.
Igual que en el caso del lobo, la teoría está muy bien cuando otros la viven en la práctica. Sin embargo, ya deberíamos haber aprendido que, como no atendamos, el lobo se nos acabará metiendo de una u otra forma en el jardín. A todos.