Por la enésima tendencia de TikTok, consistente, esta vez, en anunciar nombre y apellido a la cámara mientras se niega con palabras lo que muestra al fondo la imagen, han descubierto que un empresario mexicano acusado de poseer de manera ilegal animales exóticos los tenía, en efecto, enrejados en el jardín de casa.

Si nuestra cáfila política se atreviera, de verdad, a jugar con la red social china, podríamos tener a Sánchez diciendo que él es Pedro Sánchez Pérez-Castejón, por supuesto que yo, cabeza visible del indie español, no voy a sonreír enrolladamente ante la canción de Eurovisión ni voy a apropiarme de no sé qué palabro francés con el que demonizar a la mitad del país para el que trabajo. Ni voy a crear un "Departamento de Asuntos Culturales" al margen del Ministerio de Urtasun porque aquí lo que nos hace falta es la chispa del conflicto entre mandatarios.

O a Ayuso, recordando que ella es Isabel Díaz Ayuso, por supuesto que no va a acusar a los jóvenes de ser responsables de un "agravio pedigüeño". Ni asegurar que los becarios gozan de "libertad", ni decir que en sus tiempos se trabajaba sin preguntar "qué hay de lo mío" porque [entes fantasmales indefinidos] quieren robar la alegría a los jóvenes y arrastrarnos al "comunismo".

Con el segmento de sus votantes candidatos a la prejubilación satisfechos porque la sospecha de que los jóvenes son unos zánganos, y que sólo el esfuerzo laboral de su generación fue cierto y verdadero, con la tranquilidad de quien logra lo más preciado para quien sólo se observa a sí mismo, es decir, la razón, Ayuso, portavoz de la libertad, invita a los jóvenes a desdeñar aquel apotegma de William Blake:

"He de crear mi propio sistema o de lo contrario seré esclavizado por el de otro hombre".

En esta perenne campaña electoral vertebrada por la infravaloración del que vota, una parte de la derecha se decanta por el perrohortelanismo laboral. Escoge la delicada tiranía de perpetuar aquello que la hizo desdichada en su juventud en lugar de favorecer la felicidad de los que llegan. Esto es lo que hay. C'est la vie, mon ami.

Compasión, compasión. Si resulta que podía establecerse otra forma de vivir, menuda cara se les iba a quedar a quienes guerrean para que la mayor parte de las horas de una vida humana puedan permanecer alquiladas a una empresa o a una administración.

Si se desvela que no hacía falta, como dijo Arsuaga, trabajar toda la semana y dedicar el sábado a hacer la compra en el supermercado, para qué han servido estas tres hernias en la espalda. Para qué esta renuncia a las aficiones. Para qué he abdicado de la intimidad con mis hijos. Para qué este vacío existencial frente a la jubilación.

[Qué es la 'fachosfera' de la que habla Pedro Sánchez: el término francés que usa para referirse a la derecha]

Si yo, que no tengo TikTok y que sólo soy yo, fuera la presidente de la Comunidad de Madrid, quizás, entre la elaboración de sofismas geniales que encadenen el cierre de una plaza de toros y la sequía y las misas a las que asegura que asiste porque ella vive en Madrid y "por eso" es libre, intentaría sacar un cuartito de hora para preguntarme con ligereza, que no se esguince nadie, por qué los soportales del corazón de la Comunidad que gobierno se ocupan cada tarde con personas que duermen entre cartones y sacos de plástico.

O por qué, en la Comunidad de la riqueza y la libertad, cuando cae la noche tantos hombres rebuscan en los contenedores de basura junto a los supermercados.

O por qué para cobijarse entre cuatro paredes por 550 €, la mitad del salario mínimo interprofesional, hay que aceptar a cambio un cuchitril de diez metros cuadrados.

O por qué también en el centro de la Comunidad, salvo en las manzanas en las que se agolpan los restaurantes a los que acuden quienes se traen negocietes entre manos, algunas aceras se han adelantado al color de la temporada que viene y parecen haber alfombrado de manera irreversible los adoquines con la más ecológica de las pinturas verdes: el excremento de paloma.

Hay rutinas que reconfortan, que recuerdan al cerebro que ha llegado a casa, que ha recuperado el control. Una hamburguesa tras un viaje, un paseo por un mismo camino los domingos por la mañana.

Hay costumbres que aburren. Cuando la conducta torna previsible y las ideas se intuyen, síntoma incontestable de sedentarismo ideológico, el interés se marchita y la conversación, desgastada, se duerme. Se convierte cualquiera, en definitiva, en un peñazo, en una marioneta. Venga, dilo, Bart.