La causa de la izquierda socialista (ecosocialista, perdón) tiene un nuevo mártir. Alberto Garzón ha caído combatiendo con honor por un ilusionante proyecto de país y ha renunciado a un puesto en Acento tras el aluvión de críticas que ha recibido desde, principalmente, su espacio político.
Dice Jorge Freire en La banalidad del bien que vivimos en una era posheroica que no deja espacio a los héroes. Que no los valora. Pero no será porque personajes como Garzón no pongan empeño en convertirse en uno.
Forjado en la cantera del 15-M, Garzón quiso traer la nueva política. Será recordado ahora como el que quiso aprovecharse de las puertas giratorias que él mismo denunció.
La pena es que nunca sabremos qué político podría haber sido Garzón, porque ha pasado más tiempo intentando estar a la altura de las exigencias de pureza izquierdista (de las que ahora reniega) que mejorando la vida de los ciudadanos.
Y es una pena porque, hasta que llegó al espacio público la izquierda que Garzón representa, a todo el mundo le parecía bien que uno pusiera solomillo en su boda, que se comprara un chalé en las afueras, que llevara a su hijo al que le colegio que le viniera en gana y que tuviera un buen puesto al dejar la política.
Fue la izquierda de Garzón la que convirtió en un problema las cuestiones de las que ahora él cae víctima. O más bien mártir.
"No quiero que mi decisión personal perjudique a mis antiguos compañeros y compañeras de militancia en su necesaria misión de lograr el mejor resultado posible en las futuras convocatorias electorales. Siempre he antepuesto el interés colectivo sobre el interés personal y considero que debe seguir siendo así", dice Garzón en una carta demasiado larga.
Cuando se dan tantos motivos, no hay uno bueno.
Y así, Garzón disfraza de ejemplaridad una renuncia que no lo es. Lo que está haciendo el exministro es tomar de su propia medicina. Es injusta y no sabe bien. Pero es la suya, al fin y al cabo.
Tras la incomprensión suscitada en el espacio político, y con la intención expresa de no dañar a las organizaciones a las que tanto tiempo y energía he dedicado de mi vida, anuncio mi renuncia a incorporarme como tenía previsto.
— Alberto Garzón🔻 (@agarzon) February 14, 2024
Esta es mi comunicación al respecto: pic.twitter.com/OLZutzBQkG
La izquierda debe reflexionar sobre sus prioridades. No es ejemplar trabajar en el lobby de Pepe Blanco, pero sí perdonar las malversaciones de Junqueras y Puigdemont.
Los políticos también deberían darle una vuelta a quién es su público y para quienes actúan. Intentan convertirse en seres de luz intachables en cuestiones que al ciudadano medio le dan igual y que sólo preocupan a la burbuja tuitera.
[Opinión: Queridos boomers y centennials, no nos deis tanto la razón]
La realidad es que si Garzón se quita Twitter (o X) y limita los whatsapps a su gente querida, podría perfectamente aceptar ese puesto en Acento y ser feliz con su vida.
Así que no estamos ante una acción ejemplar de un político perseguido. Estamos ante el enésimo ejemplo de la política de gestos que persigue a sus protagonistas incluso cuando estos se quieren bajar del escenario.
Lo siento, pero una vez que has convertido la política en una pantomima, no decides tú cuando se termina la función.
Pero sí quedan héroes. Para ejemplaridad, la de María del Monte, a la que han rodeado los periodistas tras conocerse que su sobrino ha sido detenido por el robo en su casa.
"¿Y sigues defendiendo la presunción de inocencia?", le preguntan, como si la presunción de inocencia fuese la teoría terraplanista.
Frente a los micrófonos que piden espectáculo, María del Monte se niega a dárselo y rechaza convertirse en la víctima que la modernidad exige.
"Sospechar es injusto", dice.
A diferencia de las declaraciones publicadas en Twitter, la verdad es así de sencilla. La auténtica ejemplaridad se puede resumir en una frase de tres palabras.
Cuánta diferencia con ese público tuitero al que el político de izquierdas se entrega como una marioneta para bailar a su son, incluso cuando le está destrozando la vida.
En una sola declaración, María del Monte da una lección de cómo resistirse a entrar en las trampas con las que se ha envenenado el espacio público en los últimos años: los juicios paralelos, el emotivismo y el victimismo chic. Todo lo que sí encontrarán en la polémica de Garzón.
Nuestro espacio público necesita de menos mártires como Garzón y de más Marías del Monte.