Estoy convencida de que la relación que tiene una mujer con sus tetas condiciona su vida.
Digamos que los pechos te condenan a ser un tipo u otro de chica a los ojos de los demás. Escalofriante, pero cierto.
Yo era muy pequeña cuando, de un día para otro, me crecieron rabiosamente las mamas. Me daba mucha vergüenza. Me resultaba humillante. Sentía una culpa esponjosa y caliente: mis tetas iban en mi contra.
Parecían tener vida y voz propia, parecían dos cerebros independientes, parecían contarle al mundo que yo era mala, perversa, precoz. Trampeaban mi biografía, la volvían concupiscente cuando todavía era ingenua. Sentía que me traicionaban, que mentían, que aireaban ante el resto una vida sexual mía que aún no existía.
Los ojos de los demás te extirpan la inocencia cuando te miran continuamente las tetas y tú tienes doce años. Cuando te las miran antes que la cara, cuando tu cara primera son tus tetas. Te sacuden la niñez violentamente. Te observan tanto como a una mujer que, de repente, no te queda más remedio que serlo. Por coherencia, quizá. Por hablar de una vez el mismo lenguaje que te impone la gente.
Ser mujer no fue un proceso. Fue un golpe, y, después, una huida hacia adelante.
Es mucho más fácil que te llamen puta si eres una cría con tetas, doy fe. La primera vez que me llamaron puta, yo era virgen. Te hacen ver que estás sucia. Te dicen que no te hagas la loca, que sabes perfectamente de qué te están hablando, que estás inevitablemente involucrada en esa percepción. Que tus tetas están entrando al juego.
Tus tetas son tú, por cierto. De tus tetas los demás hablarán como si fuesen una decisión tomada.
Descubrí también que para algunos chicos era sorprendente que una adolescente con pecho pudiese ser inteligente y sacar buenas notas, como era mi caso. Las tetas eran sexo, y el sexo es irracional. Por tanto, si yo tenía tetas lo más lógico es que fuese lúbrica y estúpida.
Esto les desconcertó muchísimo durante años. A alguno aún le desconcierta.
Es posible que eso sea lo que peor he llevado. El hecho de que alguien me haya tomado por imbécil. La vida entera ha sido, un poco, una revancha contra eso.
Las niñas que no tenían tetas querían tetas para que alguien las mirara. Para no ser invisibles, para ser deseadas, y, por tanto, existir. Las que teníamos tetas queríamos arrancárnoslas de cuajo. Cortárnoslas con tijeras de cocina. Alguna vez me apreté los pechos con las manitas buscando empequeñecerlos, condensarlos. ¿No es llamativo que tantas niñas fantaseen con automutilarse?
Las niñas que no tenían tetas se compraron wonderbra con relleno. Esto fue algunos años antes de meterse en quirófano en masa para agrandárselas.
Lo que pasó después fue aún peor. Una vez operadas, la moda dio un giro hacia la delgadez extrema y se premió la planicie, porque eso significaba recato, estilo y desaparición. Cualquier otra cosa resultaba (resulta, hoy) obscena.
Pero entonces, en los 90, las niñas sin protuberancias aún vivían tristes y se juntaban los pechitos ante el espejo para hacerlos consecutivos, agolpados, y tener escote en forma de corazón.
Las niñas que teníamos tetas empezamos a ponernos sujetadores deportivos reductores para poder jugar al baloncesto sin que nos botasen al correr. Así el profesor de gimnasia no miraría tanto. Ni los muchachos de clase.
Esto significa que no hay un tamaño correcto de tetas. Nunca existe una medida apropiada: o te pasas, o no llegas. Ninguna talla nos salvará. A todas nos dolieron nuestras tetas, mucho más psíquica que físicamente.
Creí que podría escribir un artículo fresco y primaveral sobre las tetas de Sydney Sweeney, con la coña esa de que últimamente son virales y están por todas partes, de que te metes en internet y te saltan a la cara. Hay quien dice que las ve más que a su madre.
He intentado armar el texto y me he dado cuenta de que era incapaz, porque detrás de toda esa frivolidad hay una mirada innoble y acorraladora.
Todo lo que ella haga estará mal. Sus pechos son enormes y magnéticos. Ella es sumamente hermosa y dulce. He leído que cuando rodaba Euphoria pidió que se cortasen escenas de sus desnudos de torso porque no quería quedar reducida a eso.
He leído que quiso quitarse en quirófano las mamas cuando era más joven, por la presión de que sólo se hablase de su escote (lo han hecho muchas otras actrices antes, como Scarlett Johansson o Drew Barrymore).
He leído que ahora está en paz con ellas y que son buenas amigas. Pues mira qué bien.
Me es difícil de explicar, sin que sea una profecía autocumplida, que su belleza tiene algo trágico. Es porque le aterra no ser entendida. Es porque le aterra no ser escuchada.
A mí me hiere que la destrocen, que la sexualicen hasta la ridiculización y después la consuman y la desechen. Sweeney me recuerda en algo a Marilyn Monroe. Digo más, me recuerda a la frase que Arthur Miller escribió sobre Marilyn: "Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba. Pero no, ella era una poeta en una esquina tratando de recitar entre una multitud que le arrancaba la ropa".
¿Qué va a hacer Sydney Sweeney si tiene los pechos grandes y el mundo entero parece una piara de adolescentes pajilleros que no ven unos pezones desde la última vez que mamaron de sus santas madres?
¿Se le dan muchas opciones, además de la automutilación o, en el otro extremo, la parodia grotesca de sí misma?
¿Se le permite el discurso?
¿Se le permite la elegancia?
¿Se le permite ponerse el vestido que quiera?
¿Por qué hay tantos diseños que sólo resultan legítimos si son lucidos por una mujer con los pechos pequeños, pero si se los calza una con pechos grandes parecen una vulgaridad, una provocación o pornografía de baja calidad?
¿Por qué sus pechos son una jurisdicción en sí mismos, por qué no se tratan como otras partes gruesas del cuerpo de otras personas?
¿Qué tipo de verano puede vivir esta actriz? ¿Dónde guardará las tetas?
Le digo lo mismo que decía mi abuela cuando alguien metía barriga hasta la extenuación para fingirse más delgada: "Hija, no pretenderás llevar las tripas en un canasto".
El sueño es estar en paz con los propios pechos. Yo hace años que lo estoy. Si quieren pelear conmigo, que se preparen: somos tres y peligrosas.