La Democracia en España es reversible. Hay días que el PSOE cree en la Constitución y meses que la mancilla (con los indultos y la amnistía) y prefiere ponerla bajo sus pies para auparse en la tribuna del Congreso de los Diputados.
España es un país democrático, pero no mucho, según ellos. Y la culpa siempre es de los demás: de la oposición, del Ibex y desde el lunes, de los periodistas y los columnistas de este país. Porque Óscar Puente desde ahora a la crítica prefiere llamarle insulto, como antes a la mentira Pedro Sánchez prefirió denominarlo cambio de opinión.
Nunca gustaron los críticos al poder, ni a derecha ni a izquierda, pero nunca hubo tanta desfachatez como para reconocerlo en antena.
A los que escribimos siempre nos prefirieron sumisos, porque la palabra tiene poder; incluso en este siglo XXI de la imagen y la inteligencia artificial. La palabra todavía levanta ampollas, hace de espejo contra los que no quieren mirarse en él, se clava, incomoda y resuena como una pedrada en una puerta de chapa, que diría un amigo extremeño.
La conciencia se mide en palabras. La palabra es propiedad del que la trabaja, no del Gobierno. Por aquello encarcelaron a Quevedo, porque el ingenio en este país nunca hizo migas con el poder.
Pero ahora, aun con la diana en la espalda, con la lupa en cada tilde del artículo, sabemos que El Dorado existe. Hay alguien en el gabinete de comunicación de Puente que tiene el puesto soñado, ese con el que uno quisiera jubilarse cualquiera en esta vida: cobrar por leer el periódico todas las mañanas.
Lo imagino llegando a la cafetería del ministerio, con una bolsa de migas de pan para los patos que no hay y todos los periódicos en ristre. Chuparse el dedo antes de empezar a pasar páginas y una por una ir buscando el nombre del ministro en cada frase, en cada idea.
Óscar Puente: “Le he encargado un trabajo a mi equipo, que recojan todas las columnas de opinión en las que se me insulta”
— Wall Street Wolverine (@wallstwolverine) April 1, 2024
Alsina: “¿Y qué utilidad tiene ese trabajo para los ciudadanos? Yo no le veo ninguna” pic.twitter.com/TtN8V2O0kq
No es 1984, es 2024 y acojona la distopía aún más que la de Orwell. Al final de la jornada, cuando ya ha subrayado el iPad y el papel, con el lápiz rojo gastado de tanto señalar, da por concluido el trabajo y hasta mañana.
Ser censor, señalar al que se desvía de lo que el Gobierno quiere escuchar, nunca es plato de gusto. De ahí que Cela nunca volviese hablar del tema cuando le llegó el éxito. Hoy presumen de ello donde Alsina.
Se empieza con la oposición y se la acusa de deslealtad con las instituciones, con el Gobierno y hasta con el Estado, y después se señala la libertad de la prensa. Porque lo que incomoda de verdad son los titulares sobre los problemas sociales, la precariedad laboral y los fijos discontinuos que esconde Yolanda Díaz en el armario de planchar.
Aquí va una columna sin ningún insulto. Sobre el diccionario y todas sus acepciones lo juro, aunque Óscar Puente decrete lo contrario. Señalar artículos concretos, nombrar periodistas por realizar su trabajo, nunca fue de demócratas, menos aún de valientes…
Como dijo Karina Sainz Borgo: "A mí el chavismo ya me persiguió por decir lo que pensaba. Así que, adelante, ministro".