Qué buen actor era Christopher Reeve. En uno de los mejores momentos de Superman (Richard Donner, 1978), acude como Clark Kent a buscar a Lois Lane para salir a cenar algo. Ella está con la cabeza en otra parte. Acaba de sobrevolar Metrópolis de la mano del superhéroe y la cita informal con su aburrido compañero de trabajo resulta ahora muy poca cosa.
Mientras la moradora del piso termina de arreglarse, él tiene un arrebato humano. Decide quitarse las gafas. Ese simple gesto, junto a un cambio marcado en la postura de los hombros, permite a Reeve pasar de un personaje a otro ante la mirada del espectador.
Pero no se atreve a dar el paso de confesar su verdadera identidad. Antes de que Lane pueda darse cuenta, vuelve al encorvamiento y a los anteojos. Superman demuestra aquí cuánto tiene él mismo de Clark Kent, algo más que una mera coraza ficticia para pasar desapercibido entre los humanos, como creía Tarantino por boca de David Carradine en Kill Bill.
El instante es uno de los mejores ejemplos del empeño que puso Donner en que la adaptación del cómic transcurriera por el sendero de la verosimilitud. Con qué talento aborda uno de sus agujeros más clamorosos: ¿cómo es posible que nadie relacionara las dos identidades si su principal distinción eran unas simples gafas?
Las gafas. La prensa ha puesto mucho énfasis en la presencia de este elemento sobre la nariz de Pello Otxandiano, inédito en su rostro hasta ser proclamado candidato a lehendakari por EH Bildu.
Las cabeceras más afectas al PNV han llegado a insinuar que tienen su razón de ser en el atrezo y no en la oftalmología. Algo así como el viejo truco del golfete que quiere ligar con la intelectual de la clase pasado por la batidora del marketing electoral.
¿Quién pensaría no ya en asesinatos y secuestros, sino simplemente en la kale borroka, viendo el aspecto de un candidato que, como dice David Mejía, es Rick Moranis con pendiente?
La operación de imagen no ha venido acompañada por una renovación del discurso. A medio camino entre el nuevo rico y el pequeño salvaje, Otxandiano ha terminado comiendo con las manos, incapaz de seguir disimulando que sabía interpretar para qué servía cada cubierto.
Los disfraces están bien para las fotos, pero no tardan en quitarse porque pican. Cubren lo que somos realmente, pero no lo transforman.
El oyente de la Cadena SER ha podido sobresaltarse por las respuestas del candidato de Bildu a las preguntas de Aimar Bretos. Si lo piensa bien, descubrirá que no tenía motivo.
🗣️Pedro Sánchez reclama a Otxandiano "llamar a las cosas por su nombre": "ETA fue una banda terrorista" pic.twitter.com/ntFOFChsXt
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) April 18, 2024
Las palabras de Otxandiano responden al patrón seguido por la antigua Herri Batasuna desde el final del terrorismo activo. Ese que podría resumirse con la frase "sentimos mucho que no nos quedara más remedio que tener que mataros". Lo demás es wishful thinking autocompletado por la necesidad política y la mala conciencia.
Ha sido imposible no sonreír ante el despliegue, en ciertas terminales, de las mismas opiniones sobre EH Bildu que sólo pocos días atrás servían para señalar a cualquiera como portavoz del fascio. Aprovechen mientras dure. Más pronto que tarde el aspaviento volverá a girar, acompañado del guiño cómplice que viene a decirnos "sí, tenemos un poquito de morro, pero peor sería que gobernasen ellos".
Pase lo que pase hoy, la campaña vasca nos ha enseñado al menos una cosa. No siempre las gafas sirven para cambiar de personaje.