Es llamativo que a estas alturas, y después de tantas exitosas exhibiciones de intuición política, Pedro Sánchez aún no haya interiorizado una cuestión antropológica elemental: la gente corriente no soporta que le hagan perder el tiempo.
Es lo más irritante que le puede suceder a las personas sin privilegios, sin altos cargos, sin plétora ni estrella. Que le arrebaten lo exiguo que tienen, lo digno que tienen, el reloj de arena que se agota a cada rato. Su tiempo no vale apenas dinero y por eso es mucho más caro. Porque es la única posibilidad en pie que manejan para la alegría, la única herramienta disponible para tratar de ser felices y honorables.
Ya casi hace una semana que Sánchez viene riéndose de la ciudadanía. Ya hace casi una semana que nos hace perder el tiempo, o, mucho peor, nos hace entender que el suyo es más prestigioso que el nuestro.
Con la amenaza de irse (que ahora suena a cuento infantil), la peña se asustó, se puso alerta, se movilizó en la calle o en las redes, cantó su nombre, parió memes, se desestabilizó, siguió trabajando, dramatizó y aguardó con el corazón en un puño a que esta mañana de lunes Pedro no dijese nada.
Nada, sólo que se quedaba, redundando en su caricatura ya inescapable de yonqui del poder. Y ayer por la noche, en la primera entrevista en RTVE tras la performance más vesicante que se recuerda en democracia, Pedro volvió a no decir nada.
Lo que no ha medido bien Sánchez es lo cansados (de él) que hemos llegado al lunes. Lo decepcionante que ha sido, incluso dentro de su propia biografía, que no haya recurrido a la cuestión de confianza. La ignominia terrible de su falta de propuestas después de las vacaciones más extrañas y sonrojantes de la historia.
A Xabier Fortes asintiendo como un guiñol a su nadería en la televisión pagada por todos: eso es lo que veo en mi parálisis del sueño.
Gracias, Marta Carazo, por tu profesionalidad: los españoles nos sentimos un poco menos imbéciles por financiar vuestra cadena, que tan a menudo no es la nuestra.
Al presidente del Gobierno también se le ha olvidado que él es otro que trabaja para nosotros, que está a nuestro servicio, que su oficio es aliviar el peso que cargamos como ciudadanos y no volverlo más tétrico.
Se le olvidó, quizá, que es nuestro asalariado y no nuestro psicólogo patrio. Probablemente, su error fue querer serlo todo, erigirse como la voz de Yahveh manando de las montañas para llevarnos a reflexionar sobre lo poco finos que somos asimilando información bastarda.
Pedro ha hecho un "¿qué hay de lo mío?" y no se entera, no se quiere enterar, de que lo suyo no importa un carajo: lo suyo va de defender lo nuestro.
Son curiosos los mecanismos afectivos y psicológicos. Quizás el sábado se le amase mucho y hubiese gente que le anhelase más que nunca, con cierta ansiedad tóxica, pero el lunes por la noche ya es difícil soportarle. Bebemos agua y no le tragamos.
Recuerda Sánchez al novio que nos hizo arrastrarnos cuando amagó con dejarnos y que a los pocos días, después de que hubiésemos mordido el polvo, dijo que no, que íbamos para adelante. ¡Pues ya no tenemos ganas, cariño!
A nadie le gusta sentir que ha sufrido en balde, que se ha rebajado para engordar el ego de un fulano. A España se le ha quedado el gesto helado, como con las bromas que no hacen gracia y que incomodan, también, a quien las escucha. Las humillaciones de las últimas horas y de los últimos días a muchos no se les borrarán. Ha sido un dantesco espectáculo de reptiles.
¿Podrá olvidar María Jesús Montero su propia imagen dándose golpes en el pecho como una simia espídica? A mí no se me va de la cabeza. Largo es el cringe. La vida, en cambio, corta como un cuchillo...
En esta entrevista, Pedro no ha parado de mentar obsesivamente "los digitales" y las "páginas web" (¿por qué nadie le ha arrinconado para que nombrase, uno por uno, a los que se refiere?, ¿por qué huele tan a cerrado su desprecio a la prensa virtual?).
También se ha referido una y otra vez a la "gente de la cultura" (entendemos que porque él también es artista y opta ya al Goya Revelación). Entre los mismos conceptos sobados, Sánchez ha conseguido derrapar tres veces en el más llano de los senderos:
1. Cuando ha dicho que su esposa, Begoña Gómez, se enteró del contenido de su carta después de que fuese publicada, como todo hijo de vecino.
Dice Sánchez que la misiva la escribió "a solas, sin ella", y que Begoña fue "la primera" que le pidió que no dimitiera.
Es obsceno que un hombre que se dice feminista y ecuánime, un hombre que se llena la boca contando una y otra vez la importancia que para él tiene su pareja (y el diálogo eterno y cómplice que mantiene con ella) reconozca tan torpemente que la puso en el centro de la diana y del debate público sin su consentimiento.
Pornificó sus sentimientos, amagó con revolear la vida de su familia e hizo gala de un enamoramiento muy poco saludable (porque no escucha a la persona con la que duerme) pero que se gusta heroico y salvador.
Sánchez no se ha dado cuenta de que diciendo eso (o fingiendo eso, quizá) se convierte justamente en el modelo de hombre del que quiere huir. En el gallito, en el que ejecuta sin consensuar, en el cansino príncipe azul que no es otra cosa que paternalista, egoísta, mesiánico y carca.
Si no es capaz de vender a su madre, es seguro que es capaz de vender a su chica.
2. Cuando le preguntan si hace alguna autocrítica y responde "si hay una autocrítica que debo hacer es no haber actuado antes con respecto a este problema". Sin palabras. Es el "¿que cuál es mi mayor defecto? Jajá, seguramente sea que soy... demasiado perfeccionista" de las entrevistas de trabajo.
Su ego incomoda ya a la convivencia. En la entrevista, habla de la pandemia y de las guerras como si él mismo hubiese cogido un fusil para defender Ucrania.
Admite que el mejor momento de los últimos días fue el de la "madrugada del sábado", es decir, la noche después del Comité Federal y la movilización "masiva" (esto es una concesión poética suya) en Ferraz. Claro que el ratito más molón es cuando te das cuenta de que has inventado el episodio de sexo oral más largo del mundo: cinco días non stop con los ojos cerrados de placer.
Pedro es como el pesado que en un bar te ha secuestrado en la esquina de la barra para contarte su movie y cuando te quieres dar cuenta, te está justificando que, al cabo, este no es un problema en exclusiva suyo, sino que trata de "aludir a las democracias occidentales". Parece hasta recochineo.
¿Cómo lo hará? Ah, con "legalidad" y "transversalidad". ¡Gracias! Sólo faltaba, señor Sánchez, que se pusiera un pasamontañas.
3. Cuando, ante la cuestión de si es de recibo que la mujer del presidente firme una carta de recomendación a alguien que opta a una ayuda pública, ha instrumentalizado vulgarmente el feminismo. "El planteamiento que he escuchado por parte del señor Feijóo es interesante, y creía que era un debate ya superado en nuestro país. Feijóo ha dicho que lo que debería haber hecho mi mujer es quedarse en casa sin trabajar. Yo trabajo por (...) una España donde las mujeres no tengan que renunciar a su carrera profesional por la carrera profesional de su marido".
Este argumento es insultante intelectualmente. Sobre todo, porque esta no es una cuestión de género, sino de transparencia y decencia gubernamental.
Pero, puestos a seguir su dialéctica tramposa, le recordaremos que tampoco nos sirve esa idea de bombero retirado. Sólo hay una esposa de un presidente del Gobierno en el país, y su vida no tiene nada que ver con la del resto de las mujeres españolas.
El feminismo, como Sánchez sabe, no es una cuestión individual ni que se ocupe de acomodar aún más la vida de las privilegiadas (y menos a costa del descrédito de nuestras instituciones).
Nadie ha pedido a Gómez que se ponga a planchar las camisas de Sánchez. Basta con que no nos mate de sonrojo.
Por cierto, ¿de qué feminismo hablará Sánchez cuando tengamos una presidenta del Gobierno mujer y exijamos que su pareja, probablemente un hombre heterosexual, no use la confianza del pueblo para quedar del más chulo del barrio? ¿Baraja esta posibilidad, Sánchez, o imagina su gobierno viril e infinito?
Mi sugerencia cariñosa es que se lo vaya planteando.