Contaba Tico Medina que la primera vez que vio a José María García dijo para sus adentros: "Aquí hay un periodista". Y ni siquiera le había oído decir una palabra.
Con Victoria Prego sucedía lo mismo. Para un periodista a sus órdenes -yo lo fui una temporada en El Mundo-, la chispa de sus ojos era como el sonido de las sirenas de una ciudad asediada antes del bombardeo, un mensaje de alerta, un en un segundo puede cambiar todo; sólo tienes que estar atento para verlo.
Es extraño, porque no era una mirada intimidatoria. La combinaba con una sonrisa capaz de desarmar a un capitán general o a un presidente del Gobierno.
¡Los presidentes del Gobierno! Conoció bien a Adolfo Suárez, a Felipe González y, con ellos, a toda la generación que hizo posible la Transición, con Juan Carlos I a la cabeza. De él decía que era "uno de los mejores reyes de la Historia de España... con un comportamiento personal deplorable".
Prego deja llenos los anaqueles con su testimonio y sus crónicas de un periodo clave de la Historia que se seguirán consultando mucho después de que nos hayamos ido.
Victoria deja vacíos a compañeros con los que debatió el significado de cualquier acontecimiento de interés y con los que compartió horas de felicidad. Esther Esteban, Fernando Ónega, Pilar Cernuda, Raúl del Pozo, Fernando Jáuregui, Joaquín Arozamena...
La Transición no fue un refugio para Victoria Prego, ni un cualquier tiempo pasado fue mejor. Por méritos propios, hoy su nombre va indisolublemente unido a ella, y eso hace justicia incluso a su conciliadora forma de ser.
No hizo un cliché de la Transición ni tampoco la mitificó, porque conocía bien los detalles. La tenía, eso sí, por un periodo admirable y asombroso, en el que por una vez había triunfado la Tercera España, la que antepone el entendimiento al ojo por ojo. En tres palabras suyas, "una hazaña política".
En tiempos de desinformación, la palabra de Victoria Prego es un valor seguro. Nos la transmitió con igual destreza, y en eso recuerda a Jesús Hermida, por prensa, radio y televisión.
Siempre le encontré un aire a la Joan Báez de pelo corto de finales de los sesenta (¡aquella foto tomada en Los Ángeles en 1969!), pero no me atreví a confesárselo. Las dos son icono de una época.
Creo que Victoria Prego sólo era fan de su familia. Arrimándonos a Ortega, diría que es la palabra de nuestro tiempo, la de varias generaciones. Como el filósofo, mostró que hay que mirar con perspectivas diferentes para intentar acercarnos a la verdad de las cosas.
Que sí, que suenen las sirenas de la ciudad en su memoria.