Cuando este domingo Miguel Tellado se negaba a salir en defensa de Pedro Sánchez por las palabras de Javier Milei sobre Begoña Gómez, pareció que por primera vez el PP había entendido la trampa que supone acudir ciegamente al engaño de la muleta del PSOE cada vez que este exige condenar o bendecir a su dictado tal o cual cosa.
Muy en la línea del proceder del PP, la coherencia del mensaje apenas ha durado 24 horas. En la mañana del lunes, Esteban González Pons opinaba que "el discurso de Milei es desde luego una intromisión en política nacional", si bien el Gobierno "ha exagerado muchísimo".
Ni Sánchez ni Milei. Ni hunos ni hotros. El PP se opone a la idea de las dos Españas reivindicándose Tercera España, aunque su rival pretenda que haya solamente una. El problema del centro es que a veces uno puede situarse en el centro de la nada.
Mucho más grave que las hipérboles del presidente argentino resulta este nuevo ejercicio sinecdótico por el cual el Gobierno identifica al conjunto del Estado y de la nación con la persona de Sánchez. Albares no ha exigido una rectificación a la Presidencia argentina por haber calumniado a la mujer del presidente español, sino por haber "atacado frontalmente a nuestra democracia y a nuestras instituciones". Cuando se insulta a Sánchez se insulta a España, ¡e incluso "al conjunto de la UE"!
Hacer oposición real sería denunciar la enésima instrumentalización por parte del PSOE de la totalidad de la estructura estatal al servicio de sus maniobras electoralistas. En esta ocasión, la subordinación de la política exterior española al marco competitivo que quiere fijar el socialismo para las elecciones europeas, hasta el punto de haber provocado una crisis diplomática sólo para limpiar de fango el nombre de un líder que él mismo se empeña en ensuciar.
Después de haber reciclado el contenido de su epístola a los ciudadanos como guion de la campaña electoral catalana, Sánchez pretende ahora convertirlo también en el libreto de su programa para las europeas. Los ataques a Begoña en la tenebrosa convención de la extrema derecha y la derecha extrema lo prueban: el presidente español es el katejón socialdemócrata que impide el asalto de la ultraderecha internacional a la democracia.
El fuego amigo que ha llevado al PP a claudicar se ha basado en el argumento de que, si no se desmarcaba de Vox, Feijóo estaría contribuyendo a este manido guion, pegándose un tiro en el pie en vísperas del 9-J. El mantra reza que Abascal viene siempre en auxilio de Sánchez, con quien existiría alguna suerte de concierto tácito, y que el PP debe sustraerse a este juego entre populistas.
El primer error de tal esquema argumental es el de asumir que todo acto de oposición contundente supone siempre un regalo para el PSOE. Como si los insultos de Milei ratificasen sin más los motivos que alegó el presidente en sus cinco días de azoramiento por amor. La teoría del balón de oxígeno no cuestiona su axioma de partida: que las rudimentarias narrativas que los socialistas ponen en circulación no obtienen inexorable y directamente los efectos que buscan.
El discurso de la alerta antifascista ya sólo mueve los votos propios. Y si a la derecha le preocupa que este acicate ocasione, como en el 23-J, un nuevo repunte en la movilización del electorado izquierdista, entonces lo lógico sería no cooperar con el PSOE en la demonización de una derecha radical que la tozuda aritmética electoral recuerda que el PP va siempre a necesitar si quiere gobernar.
Que a las ambiciones de Sánchez como líder global de la izquierda les interesa la confrontación de tú a tú con Milei es evidente. Lo que parece absurdo es sostener que el presidente sale reforzado de la vinculación a nivel internacional de su nombre con la palabra corrupción.
Pero el principal error de salir a defender a Sánchez, siquiera tibiamente, de la acometida de la "internacional ultra" es que equivale a validar la reposición de la dramaturgia sanchista consistente en hiperventilar ante un evento anecdótico, sólo para escenificar un estupor ante el irrefrenable ánimo polarizante de la derecha. Se trata de afectar un mohín de consternación: no todo vale.
Que Milei haga de Milei y Abascal haga de Abascal no debería sorprender a nadie. El problema es de qué hace Feijoo. Feijoo no es chicha, ni es limoná. Es un acomplejado al que la ultraderecha de dentro del PP(Aznar y Ayuso) y de fuera del PP le tiene comida la moral. https://t.co/UHTgLLVyvX
— Oscar Puente (@oscar_puente_) May 19, 2024
El esquema es siempre el mismo, sólo cambia el evento con el que se actualiza, y está encaminado a respaldar la narrativa de que en España no existe una derecha homologable a la del resto de Europa. Lo cual legitima, a su vez, el horizonte ostracista que se marca el integrismo izquierdista.
Lo ha dicho Sánchez este lunes: no pide al PP defenderle a él, sino defender las "instituciones españolas". Es una cuestión de "patriotismo". Y si Feijóo no expresa su solidaridad con Sánchez (y por tanto con España), tan patriota no será.
La "condena clara y contundente por parte del jefe de la oposición" que exige el PSOE ha ido acompañada del recordatorio de que Milei ha realizado sus declaraciones "en el marco de una convención ultra del partido que tiene como socio al PP de Alberto Núñez Feijóo en ayuntamientos, comunidades autónomas y estrategia nacional".
Es la idea del no somos iguales: el PP se sitúa fuera del consenso, y merece ser tratado en consecuencia. Por eso, que el PP venga ahora en rescate del PSOE se antoja aún más inverosímil toda vez que se advierte que Feijóo es el principal perjudicado de este intento por equipararles con Milei, Orbán y Meloni.
Una vez más, al situarse en las coordenadas que marca el PSOE, el centroderecha acaba contribuyendo indirectamente a la victimización de Sánchez en mucha mayor medida de lo que puede hacerlo la belicosidad de Abascal.