Por mucho que le pese a Pedro Sánchez, él y Giorgia Meloni tienen más en común de lo que parece. Los dos han tenido que luchar para ser tomados en serio. A los dos les juega malas pasadas la hemeroteca. Y los dos juegan en el tablero de la política de gestos populista.

Pero mientras Meloni asciende imparable en popularidad en su país, gana prestigio internacional y se convierte en la política a la que todos quieren arrimarse, Sánchez, bueno… ya sabemos cómo está.

Más que dedicarse a publicar vídeos sobre el peligro que entraña el acercamiento de Feijóo "al fascismo", quizá le iría mejor a Sánchez recuperar su etapa como jugador de baloncesto y sentarse a estudiar cómo lo hace el que juega mejor que él. Hay un vídeo de Meloni que Sánchez debería ver de inmediato. 

Giorgia Meloni y Santiago Abascal, juntos en Roma en diciembre de 2023.

Giorgia Meloni y Santiago Abascal, juntos en Roma en diciembre de 2023.

En su reciente visita a la región de Campania, una Meloni de apenas metro y medio avanza segura, sabiéndose seguida por las cámaras, hacia el presidente de la región, Vincenzo De Luca. Hace sólo unos meses, en febrero, De Luca se refirió a Meloni como stronza, traducible al español como "perra", "cabrona" o "gilipollas".

En el vídeo, la mano de Meloni atrapa con fuerza la de De Luca y, mientras le mira a los ojos, le dice: "Buenos días, presidente De Luca. Aquí la gilipollas de la Meloni. ¿Cómo está?".

De Luca balbucea algo en respuesta ("bien, bien de salud"), pero no nos enteramos porque la presidenta italiana está ya saludando al siguiente de la fila. 

Meloni quizá aprendió ese pragmatismo de Margaret Thatcher, que afirmaba que "siempre me anima enormemente si un ataque es particularmente hiriente, porque creo que si le atacan a uno personalmente, significa que no les queda ni un solo argumento político". 

Así ha resuelto Meloni un ataque a su persona: sin dramatismo. En este nuevo escenario político, con gestos se pierde la autoridad como líder, y con gestos se gana

Sánchez sobrevive en el victimismo y Meloni deja sin palabras a quien le insulta. Quizá porque Meloni sabe una cosa que Sánchez no. Que a una mujer no se le permitiría jamás tomarse cinco días para reflexionar, ni retirarse mientras se esconde detrás de las mismas instituciones a las que dice servir, ni anunciar que está profundamente enamorada de su marido (cuando su marido está siendo investigado por los jueces).

Meloni sabe que, en la política de los aspavientos, unos son rentables y otros no. Y eso es una cosa que las mujeres han comprendido mucho mejor que los hombres desde que entraron en política.                                                                                       

Si alguien busca las fotos de Hillary Clinton y Angela Merkel juntas en distintos escenarios se dará cuenta de dónde están esos límites que las mujeres detectan antes que los hombres. Las dos van siempre vestidas igual, como si hubiera un uniforme para mujeres en el ejercicio de la política. Un fenómeno que describe muy bien Mary Beard en Mujeres y poder.

De hecho, fueron los hombres quienes primero pudieron ejercer la reivindicación estética como herramienta política. Cuanto más se quitaba la corbata y se despeinaba la coleta Pablo Iglesias, más de Bimani vestía Irene Montero.                                  

Y ahora hay también determinadas salidas de tono que nos chirriarían más en una mujer. Sánchez puede permitirse el lujo de manipular sentimentalmente a la ciudadanía, de hacer llorar a Almodóvar y de convertir su conflicto personal en el de todos los ciudadanos, porque no se le debió repetir lo suficiente durante la infancia que él no era el centro del universo.

Pero, también, porque es un hombre. Y no le salió del todo bien la jugada.

Así que gran lección de Meloni: no todos los histrionismos son ganadores. No se trata de tener siempre preparado un gran giro de guion, sino de medirlos con precisión.

Y en ese marco, Sánchez se ha pasado de frenada y Meloni ha enmudecido a De Luca.

Presidente, la próxima vez que te insulten, no lo conviertas en un circo político que termine con cabeceras internacionales llamando corrupta a tu mujer. Espera un par de meses y dale un buen apretón de manos y mirando a los ojos al que te ofendió. 

No es esto una oda a la política de gestos, ni mucho menos. La política de gestos erosiona el debate público en democracia.  

Pero sí es una advertencia para Sánchez, que quería pasar a la historia como un animal político experimentado en los giros de guion. Pero en la era de la performance, personajes como Meloni le ganan de largo la partida.

"Yo soy la opción", dice quien se esconde en casa para sobrevivir a un escándalo mientras aflora una docena más. "Temedles a ellos", dice, señalando a quien camina con paso fuerte y mira a los ojos. La gente obedece y observa.

Y elige, claro.