Primer acto. Viernes, después del entrenamiento. Kroos y Modric se quedan en el césped de Wembley para una sesión improvisada de disparos desde la frontal. Kepa bajo los palos adivina las intenciones del croata, pero no ve venir al alemán.

Uno, dos, tres, ocho de los diez disparos entran en la red con una precisión que parecen puestos por la mismísima mano de Toni. Los otros dos no van fuera: se estrellan contra los palos con una potencia propia de quien no sólo tiene ganas de ganar, sino hambre de triunfar.

Ancelotti observa esta escena a unos metros de distancia. Algunas veces aplaude, otras simplemente mira. Y se sonríe. Como un maestro satisfecho con sus pupilos, como un padre orgulloso de ver a sus hijos triunfar. Como un amante del futbol que no entiende cómo este jugador, que las pone donde quiere y como quiere, se retira. En su prime, en su mejor momento, en lo más alto.

Kroos, durante la celebración en Wembley tras ganar La Decimoquinta

Kroos, durante la celebración en Wembley tras ganar La Decimoquinta EFE

Ancelotti da unos pasos con la cabeza gacha, mirando al suelo. Sus ojos son el reflejo de las emociones de toda una afición. Incredulidad, tristeza, nostalgia por una era que aún no ha llegado a su fin. Incluso incomprensión.

¿Por qué, Toni? ¿Por qué ahora?

Segundo acto. El partido se arrastra. El Dortmund arrastra al Madrid. Araña, ataca, hace daño. Toni dirige con los brazos, da señales con el dedo, dispara faltas que, igual que en el entrenamiento, caen como dardos sobre la diana. Pero no dan en el blanco.

Algo falla, no hay conexión, no hay cohesión. No aparece la ocasión para la victoria. Esto no es lo que habíamos acordado, esta no es la forma en la que íbamos a enmarcar el número 8 en los pasillos de la historia.

Reajustados después del descanso, llega un córner en el minuto 72. Algo se empieza a intuir, un engranaje que salta y se empieza a poner en marcha. Aparece el presagio de un aroma conocido, catorce veces conocido, pero según el marcador aún inalcanzable.

Es el aroma de la victoria y todos sabemos lo que eso significa: ha llegado el tiempo de los titanes, la cuenta atrás para la coronación. Ha llegado el minuto del Real Madrid.

Desde las Adidas de Kroos, esas botas mimadas y cuidadas, las botas predilectas de un jugador predilecto, la pelota cae en la cabeza de Carvajal acompañada por unas alas blancas. El resto ya es historia. Historia blanca.

¿Por qué, Toni? ¿Por qué ahora?

Tercer acto. Tranquilo, sereno, con la elegancia y compostura que le caracteriza dentro del campo, Toni ve como su dorsal aparece en el marcador de cambios: le sustituye su eterno acompañante, el número 10.

Se dirige hacia la banda y por el camino, entre abrazos de quienes no le quieren ver ir, algo en esta compostura se rasga. Toni pierde parte de su templanza alemana y deja entrever su furia blanca. Levanta los brazos, espolea a la afición, se estira la camiseta y señala al escudo.

Pero el momento definitivo, el momento en el que se deja ir por completo, llega después de la coronación, celebrando con la afición en el fondo del campo. Militão se carga a Kroos a un hombro y le eleva sobre los paneles publicitarios que bordean el campo. Tímido, algo inseguro, Kroos se apoya en los hombros de sus compañeros y mira a la afición.

Ha llegado el momento, su momento: alza ambos brazos y grita.

Este es el final, la imagen para la historia. Ya no es furia, ya no es rabia. Es alegría, cariño, emoción: es la escena de una historia de amor que llega a su fin. Con un club, con unos compañeros, con una afición.

¿Por qué, Toni? ¿Por qué ahora?

El final. "Esta siempre ha sido la idea, que me voy así", dice Toni con la medalla al cuello y la soltura de quien hace esto por sexta vez. Esta siempre ha sido la idea: iluso el que en algún momento dudase. Al fin y al cabo, esto es y siempre será el Real Madrid.

Aquí el Real Madrid es conocido como El Madrid. En Alemania, el Real Madrid es conocido como Real. Ha sido un alemán el que, jugando contra un equipo alemán, ha llevado las riendas para conquistar la corona y hacer al conjunto blanco digno de este apelativo.

No es casualidad que vayan vestidos de blanco, no es casualidad que fuera les conozcan como Real. Es el equipo de reyes.

¿Por qué, Toni? ¿Por qué ahora? ¿Por qué no vamos a por otro último baile?

Porque esta siempre ha sido la idea. Porque ha llegado la hora del baile eterno. Bis in die Ewigkeit.

Hasta siempre, Antonio.