Yo no sé si existe esa ley no escrita. Esa extraña convención según la cual los jueces no imputan a políticos en periodo electoral para no interferir en el resultado. Tampoco sé, sinceramente, si es bueno que exista o no lo es. Lo que sé es que Begoña Gómez no se dedica a la política, no forma parte del Gobierno y no debería, por lo tanto, beneficiarse de esa extraña prórroga electoralista. Y que el juez es el único que parece recordarlo. El único que no ha caído en la trampa de Sánchez y que ha decretado este olvido interesado para poder convertir el caso en propaganda electoral.
El juez es el único ingenuo que estos días trata a Begoña Gómez como a una ciudadana cualquiera, con todos sus deberes pero también con todos sus derechos. Porque la lógica de Sánchez, la lógica de convertir a su mujer en el tema central de la campaña electoral, atenta no sólo contra la separación de poderes, sino contra el derecho de su mujer a defenderse con todas las de la ley y ante un tribunal de justicia. Sólo ahí podrá explicarse y podrá defenderse.
Sólo ahí sus palabras serán suyas y sólo ahí sus intereses serán los que cuenten. Aquí fuera, en el mundo del cesarismo y de los juicios mediáticos en el que nos tiene instalados Sánchez, las únicas palabras y los únicos intereses que cuentan son los de su marido.
Porque Sánchez sabe que es consustancial a la lógica de su cesarismo, y a la del caso que nos ocupa, que su nombre y su futuro no puedan desligarse de los de su mujer. Y algo todavía peor y mucho más duro de soportar para un hombre enamorado: que el futuro de su mujer no puede desligarse del suyo propio y del de su Gobierno.
De ahí que el Gobierno le exija al juez un poquito de porfavor que estamos en campaña, como si también el juez estuviese obligado a olvidar que Begoña es una ciudadana con todas las de la ley y no un instrumento del Gobierno o un mero peón al que usar y sacrificar en esta particular lucha que han emprendido Sánchez y los suyos contra la extrema derecha; es decir, contra la separación de poderes.
El Gobierno y Sánchez, el presunto enamorado, pretenden que todo el mundo, incluso el juez, traten a Begoña como a una más de la pandilla.
De ahí que Sánchez, el presunto enamorado, haya arrastrado a su mujer a los mítines para ponerla en primera fila ante la máquina del fango que amenaza con destruirla. Y de ahí que su mujer, presunta enamorada también, se lo haya dejado hacer.
Porque este es el sentido y la terrible consecuencia del viejo dicho cesarista de que la mujer no sólo tiene que ser honrada sino parecerlo. La mujer del César ya no cuenta como individuo, con sus vicios y virtudes y con sus responsabilidades e intereses, porque ya no hay individuos, sólo bandos. Todo es político y todo lo político tiene que ser reducido a lucha partidista para la consecución y acomulación del poder. Porque instalarse en esa lógica y, sobre todo, instalar a los demás en esa lógica, es la única manera de nunca tener que dar explicaciones ni asumir responsabilidades.
Sánchez ha arrastrado a su mujer, y con ella a toda la sociedad española, a las que tanto quiere, a un escenario pantanoso del que es imposible salir limpio porque en él es imposible defenderse. En este escenario en el que la justicia y los jueces ya no tienen, ni siquiera presuntamente, más razón que el tuitero de turno, uno siempre será culpable e inocente según a quién le pregunte, y preservar la honorabilidad es ya una tarea imposible.
La lucha contra la separación de poderes es inevitablemente una lucha por sustituir las responsabilidades individuales por las lealtades personales y grupales. De ahí que Sánchez dedique mucho más espacio en sus cartas a hablar de sus emociones que a negar las acusaciones contra su querida esposa.
El otro día, en esa máquina del fango antiguamente llamada Twitter, alguien de cuyo nombre no logro enterarme le recomendaba a Begoña que no se fíase de un hombre enamorado y en contacto con sus emociones. Porque las únicas emociones con las que estos sensibles aliados están en contacto son las suyas.
Este alguien parecía saber de lo que hablaba. Y el juez también.