Con brillantez intermitente y contundencia maquinal, el Real Madrid obtuvo ayer miércoles uno de los títulos ligueros más nítidos de la historia del baloncesto.
El UCAM de Murcia fue un dignísimo último rival, compitiendo como sólo está permitido a los mejores: apurar todas sus opciones, incluso cuando la razón te indica que no tienes ninguna.
Pero los blancos no estaban con humor para espesar aún más una temporada ya muy densa, y pretendieron cerrarla con la brillantez acorde con una recta final inmaculada.
Porque tras la derrota en la final de la Euroliga, el Real Madrid se ha paseado en la liga nacional sin ninguna derrota en las eliminatorias. Incluso se cruzó con el Barça, un equipo que ha ofrecido testimonios contradictorios, del que podríamos decir que está en horas bajas porque su vara de medir es el máximo rival. No importa que destelles, si claudicas frente a él.
No obstante, el Real Madrid sudó tinta ante el nuevo cambio de estrategia de Sito Alonso, de defensas zonales a individual y de ataques largos a jugar con rapidez. Alentado por su parroquia, volvió a dominar durante muchos minutos lo que hay que dominar en deporte: el tempo de juego.
Ni por esta vía fue capaz de doblegar la apisonadora blanca, porque la pelea era desigual.
Hoy por hoy, libra por libra, la distancia entre ambos es insalvable, por más que el coraje de los jugadores y el planteamiento de su entrenador trataran de igualar las fuerzas. Y por una u otra vía, Chus Mateo encontró siempre una solución; ayer con Tavares, Musa y Hezonja; la jornada previa con el gran Rudy Fernández.
Así que, en cuanto Campazzo tomó el mando de las operaciones, los madridistas pasaron de dominados a dominadores en un abrir y cerrar de ojos.
El Real Madrid cierra de esta forma un ejercicio de dominio nacional soberbio (ya que añade este título a la Copa y la Supercopa) no sólo por el acaparamiento, sino por la superioridad inapelable. Tanta, que en muchas fases ha ofrecido esa falsa sensación de superioridad extrema, de acelerar a voluntad para derrotar a cualquiera.
No era fácil ganar invicto tras haber perdido la final de la Euroliga. Apenas dos días después se cruzó con el Barcelona, y quizás en esta recuperación física y emocional ha radicado el mayor mérito madridista. Un reseteo mayúsculo, de cero a cien tras una decepción enorme.
Chus Mateo y sus jugadores habían batido todos los récords en la fase regular de la Euroliga y liquidado por 3-0 a su rival en cuartos de final. Pero perdió a Gabriel Deck, el gladiador argentino, el hombre forjado para los partidos cuerpo a cuerpo, capaz de defender a un pequeño o a un grande, versátil para ofrecer numerosas variantes tácticas.
Sin él, el Real Madrid perdió empuje y flexibilidad, la que hubiera necesitado para cerrar una temporada de matrícula de honor. Así, sólo se queda en sobresaliente, con el mérito añadido de gestionar una plantilla con jugadores que están en la recta final de su carrera y algunos pendientes de renovar. Pero ya se sabe que en este club las negociaciones tienen su ritmo, que, visto lo visto, dominan como nadie.
Ya veremos lo que nos depara el futuro, ya sin el jugador más completo de la historia del baloncesto español, Rudy Fernández, quizás sin el mago Sergio Rodríguez.
Lo que sí sabemos, lo que hoy es historia, es la consecución de la 37.ª liga. Y que el Real Madrid ha sido toda la temporada un pelotón compacto, firme, con variantes inaccesibles al resto porque ninguno reunía la materia prima que concentraban Campazzo, Tavares, Poirier, Llull y compañía.