Exagera un poco Alejo Stivel (65) cuando titula sus memorias -Debería estar muerto (Espasa)-, pero solo un poco. Se le da bien la promoción a Stivel, porque tiene oficio en eso del venderse y porque lo lleva en sus genes como buen argentino. Claro que el título busca llamar la atención en los estantes pero podría haber ocurrido y afortunadamente para él, los suyos y los que le tenemos cariño no sucedió. 

Si sus memorias formarán parte de mi biblioteca de biografías de músicos que devoré -Springsteen por ejemplo- y no me dejaron poso, o si quedarán, por contra, en las que sobrevivirán a la mudanza que algún día todos haremos a un piso más chico -como la de Keith Richards, por ejemplo- lo dirá el tiempo. Lo que no tengo duda es que a Alejo yo lo llevo en el corazón porque fui uno de esos chicos de barrio que soñaba de lunes a sábado con El Gran Musical. ¡Cómo imaginar que acabaría siendo el último director de la revista El Gran Musical! ¡Cómo imaginar que acabaría dirigiendo Rolling Stone en España! ¡Cómo olvidar la cola en la SER para conseguir las entradas, las carreras a la mañana de domingo en el Parque de Atracciones para coger de las primeras filas en la matinal radiofónica, o ese puñetazo en la tripa que me dio la entrada de Necesito un Trago!

Julio Cortázar, Zulema Katz y Alejo.

Julio Cortázar, Zulema Katz y Alejo.

No conocí a Alejo hasta hace unos años. Editaba y dirigía la revista Esquire y creo recordar que fui yo el que me acerqué para apoyar el regreso de Tequila. Se lo debía. Tequila fue muy importante en mi vida. Creo que nos vimos en La Libre, el café librería de la calle Argumosa, cerca de mi antigua redacción. Me encontré un tipo sencillo, de conversación y café, detallista, espiritual y presumido, que cultivaba sus contactos, vanidoso y cariñoso. Me gustó tanto Stivel como Alejo. Sin embargo, mantuve la distancia. Creo que es lo que mejor le va a mi oficio, pero si hubiera sido arquitecto, conductor o payaso, me habría hecho amigo de él. 

Lo pasé bien subrayando con lápiz el anecdotario, que es rico, pero más allá de los chascarrillos donde acierta es en el tono. ¿Qué es el tono? Es la manera de contarlo. La película Segundo Premio podría haber sido un biopic más, pero no lo es. Es el tono, la manera de contar lo que la hace especial. Este libro de vivencias tiene un buen tono y deja al lector un regusto a mesa camilla, a conversación bajo las estrellas con un buen blanco frío, a que si la guitarra está cerca podría caer cualquier canción. Yo he disfrutado mucho más esto que los chascarrillos aunque los hay de tomar pan y mojar un poco: cuando Mike Tyson casi le arranca la cabeza, sus andanzas con los camellos, el cáncer temprano que le vino a ver, accidentes de moto varios… y un exilio que sin duda define su vida. Me produjo mucha envidia el capítulo que cuenta como Julio Cortázar visita su casa. "Julio me trataba como si yo fuera un adulto y él fuera un niño. (…) Era como si lo que él dijera no tuviera importancia y lo que yo dijera fuera lo realmente relevante", recuerda. 

El libro es un estribillo más en la carrera del Alejo buscavidas. Porque Stivel es de esos tipos que busca. Busca vivir otras vidas. Hoy es un libro, antes fue un documental, grabarle a Sabina su mejor disco, mañana es un negocio, pasado una nueva terapia, luego un viaje, esta noche una cena o al otro una actuación. ¡Cuánto clasismo hay en el que cree que buscarse la vida es no dar palo al agua o engañar a alguien! La historia de como vendió el dominio de Ask.es (ASK era su productora) por 90.000 euros justifica sola pillarse el libro. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, pero yo creo que para te las dé tú tienes que mover el culo.

Por el camino a Alejo, Alejito como le llama Sabina, le acompañan un puñado de nombres a los que el carácter curioso y aglutinador de Stivel es capaz de invocar: Gay Mercader, Cecilia y claro su hermano Ariel Roth, Paco Urondo, María Elena Walsh, Charly García, Rosa León, Moris, Paco Ibáñez… no caben todos, pero todos, en su medida, conforman la constelación en la que Stivel se hizo persona. Y también personaje. A mí no me habría venido mal una página de onomástica que podría haberse incluido para una lectura transversal. Desde luego el nombre en mayúsculas, es el de la actriz Zulema Katz, la madre del autor con la que el adolescente se embarca huyendo del terror. La bohemia de Zulema es la gran impronta familiar, la pieza fundamental en porque Stivel es como Alejo. 

No es difícil tropezarse con Alejo por Madrid si eres un tipo inquieto. Si admites sugerencias descárgate alguno de sus pódcast -Música para animales- en la eclesiástica Rock FM, revisa el documental Tequila, Sexo, Drogas y Rock & Roll o te pillas el libro que se lee bien de parada en parada del metro (quizá así salgas retratado en @leyendoenmetro, una de mis cuentas favoritas). Se nota la mano del Fernando "Mongolia" Rapa en la propuesta gráfica. Se nota que Alejo mantiene vivo su archivo. Mi página favorita es la última, perdonen que me entrometa de oficio, pero yo la habría puesto de portada: un collage de fotos de fotomatón en el que se palpa las mil y una vidas del zorro Stivel. Un buen fisonomista, si analiza cada una de esas miradas y esos pelos, podría responder a la pregunta definitiva: ¿cómo diablos Alejo puede ser tan flaco si se ha devorado la vida?