Como otros antes, Dios sabe dónde, Emmanuel Macron se encerró en una habitación y escribió una carta con destinatario múltiple: todos los franceses. Como en otras ocasiones, ¿dónde?, la carta coincidió con un evento de su interés: las elecciones parlamentarias de Francia, adelantadas al 30 de junio y el 7 de julio después de un resultado penoso para su partido en las europeas. Macron quiso escribir y escribió: "No deben ver la convocatoria como una elección presidencial ni como un voto de confianza al presidente de la República [él mismo]". En cambio, continuó, "tendrán que responder una pregunta: ¿quién debe gobernar Francia?".

El caso es que los franceses lo tienen clarísimo. Hay un plan A. Hay un plan B. Y sólo si se dan muy mal las cosas, en fin: Macron.

El presidente francés, Emmanuel Macron, a la espera de una reunión en el Quai d'Orsay de París.

El presidente francés, Emmanuel Macron, a la espera de una reunión en el Quai d'Orsay de París. Dylan Martinez Reuters

¿Por qué el presidente se inclinó por una nueva convocatoria, si la legislatura vence en 2027? Si pregunta al implicado, le responderá que por "responsabilidad". Y si le aprieta un poco más, quizá repita lo del 9 de junio: "Es un acto de confianza en ustedes, mis queridos compatriotas, en la capacidad de los franceses para tomar la decisión justa para sí mismos y para las generaciones futuras". Así que Macron se atribuyó una responsabilidad y la descargó en ustedes, mis queridos compatriotas. Y no deja de ser curiosa la elección de las palabras en un hombre que recita Una temporada en el infierno de memoria. ¿Por qué escogió estas y no otras?

Si pregunta a los cronistas de París, le darán una interpretación más potable. Macron gobierna con un equilibrio parlamentario delicado. Tarde o temprano, por el declive propio y el esplendor ajeno, había que convocar elecciones. ¿Por qué no tomar la iniciativa? A un lado tiene un partido, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que detesta medio país: es nacionalista, antieuropeo y hasta hace dos días tomaba la inspiración de la Rusia de Putin. Al otro lado hay un batiburrillo de izquierda aliado para la ocasión y con figuras como Jean-Luc Mélenchon, el clásico avinagrado que salta en defensa del dictador sirio Bachar al-Assad después de un ataque químico contra civiles, pero atiza a la OTAN con el repertorio de un adolescente aburguesado.

De modo que la misma arrogancia que lleva a Macron a considerarse la decisión justa para los franceses, con todas las encuestas en contra y la popularidad por los suelos, a insinuar que con su derrota se abre el campo a la "guerra civil", lo empuja a atravesar el desfiladero. Los cronistas escriben: "A Macron no le tiembla el pulso". De acuerdo. Pronto descubriremos cuánto tiempo lo mantiene con el circo de una nueva Asamblea impracticable —sin mayorías— o con un lepenista de primer ministro.

Macron nos arrolla con su golpe de efecto sólo tres meses después de que pronunciara un discurso con ínfulas históricas. En la Sorbona, con traducción simultánea al inglés, reivindicó una Europa más ambiciosa y más combativa. Dijo: "Nuestra Europa se ve cada vez más cuestionada en su capacidad de atractivo por su modelo político". Siguió: "Hay grandes relatos que inspiran sueños al planeta y Europa cada vez consume más relatos producidos en otros lugares. Esto no nos permite construir el futuro". Zanjó: "Hagámonos algunas grandes promesas para la Europa de la próxima década y luchemos fervorosamente por cumplirlas"

Bien, ¿qué hay de esto? Más promesas que fervor. Más sueños que vocación. Quien confiara en que el timón estaba en buenas manos, escarmentará. El patrón estaba muerto. Sólo falta fecha para el entierro.