En España se ha dado el primer paso para la reversión de la Ley de Memoria Histórica o Democrática, o como quiera que se llame ahora, y ha sido en Cádiz. Bueno, realmente se trata de restituir lo que quedó afectado por una mala aplicación de esta.
Creo que no hay precedentes en España: me atrevería a asegurar que jamás antes se volvió a meter la pasta de dientes en su bote. Y esto ha provocado que el asunto vaya a llegar al Congreso de los Diputados, a través del grupo Sumar, que preguntará al Gobierno si acaso no se está vulnerando la ley y pedirá su restitución inmediata.
Los “historiadores de la memoria” no pueden permitir que se siente un “peligroso” precedente en lo que a remontar la aplicación de esta ley o “rememoria” se refiere. Su chollo está en juego.
Mas este caso particular va de que el estadio donde juega el Cádiz Club de Fútbol, amén del trofeo veraniego, recuperará inminentemente el apellido de Carranza, que no el nombre. Una medida tomada por el gobierno municipal (con mayoría absoluta del PP), encabezado por Bruno García León, amparándose en el propio club y justificándola, apelando a la “memoria colectiva” y a la “identidad” de la afición.
Y es que el campo de fútbol perdió su nombre original, “Ramón de Carranza”, en 2021 en detrimento de la todavía actual denominación “Nuevo Mirandilla”, a iniciativa impopular de la corporación local, a la sazón comandada por ‘Kichi’, compuesta por una coalición de izquierda dura.
En este caso, el borrado del nombre de Ramón de Carranza no era el problema, ya que este tipo fue alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, regidor efímero a comienzos de la Guerra Civil, donde al parecer no tuvo un comportamiento precisamente ejemplar, por decirlo con suavidad.
Que no se merecía los honores, vaya.
La polémica se desató cuando el gobierno municipal de entonces, entregado a las prácticas plebiscitarias como buenos demagogos, sometió el nuevo nombre del estadio a votación entre los socios del club.
Un proceso que fue invalidado por sus propios promotores porque la denominación con más apoyo popular fue la de “Carranza” a secas, sin el “Ramón de”. Seguido del nombre de la anterior alcaldesa, Teófila Martínez y, como tercera opción, “Estadio Santiago Abascal”.
La guasa de Cádiz...
Aunque la opción de “Carranza”, como una prestigiosa marca asociada al cadismo (el propio himno del equipo, compuesto por un chirigotero de izquierda, habla de “cada rincón, cada escalón de mi Carranza”) y desvinculada por completo del personaje histórico parecía lo más razonable y respetuoso con la ciudadanía y con la afición, acabó por rebautizarse como “Nuevo Mirandilla”, tal y como quería el Ayuntamiento.
Desde entonces hasta ahora nadie ha resultado herido en ningún sentido porque el estadio de su equipo se llame como se llame. De hecho, era un tema que ya se había enfriado lo suficiente para no tocarlo más.
Además, que la gente o el pueblo, con buen criterio, acaba llamando a las cosas por su nombre o como les da la gana, no como les dicen que tienen que “denominarlas”. Así, especialmente en Cádiz, ciudad libérrima, donde la gente cruza la Avenida por donde le sale de las narices, a la plaza de las Topete se le dice de las Flores, a la de Fragela la del Falla, al Hospital Puerta del Mar se le llama Residencia, a la Avenida de la Sanidad Pública la avenida Nueva, y a la glorieta Ana Orantes “la plaza del Mcdonal’s”.
Lo realmente justo en Cádiz sería recuperar los nombres de José María Pemán y Mercedes Formica, importantes personalidades de la cultura durante el siglo XX, borradas por el anterior equipo de Gobierno de la faz de la ciudad cual si nunca hubieran existido, mutilando así la historia con esta tendencia a la ucronía tan del gusto de estos políticos que se creen llamados a la redención del pueblo.
Y no es cuestión de tomar el rábano por las hojas. Este no es un periódico local, por lo que aquí la importancia del caso gaditano es bastante relativa, y más aún la del estadio de fútbol. Pero entiéndase la relevancia que este pequeño paso, pionero, si logra darse hacia adelante, puede tener en la reparación de una ley de memoria histórica o democrática, o como quiera que se llame, que si justa en sus propósitos iniciales, se ha aplicado no pocas veces de manera sectaria, divisiva y revanchista.
Y, sobre todo, que ya era hora: por fin el Partido Popular mueve un dedo, aunque sea de manera cobardica amparándose en el burladero del club de fútbol, contra las injusticias en esta materia perpetradas por la izquierda, desde tiempos de Zapatero, políticas de las que hasta la fecha había hecho seguidismo. Los más cafeteros dirán que es un primer paso para plantar la batalla cultural.
Llámenlo como quieran, el caso es que desde aquí abajo se ha despertado un suave viento de levante, como aroma esperanzador, que esperemos que tenga recorrido y borre tanta infamia cometida en el prostituido nombre de la democracia.